Félix Población
María Sharapova es una excelente y bella tenista a la que le gusta musicar sus golpes. No es la primera que se caracteriza por su pertinaz monodia interjectiva. Antes que ella, Mónica Seles adquirió sonada y reconocible audiencia por sus gritos. Tan es así que hubo alguna adversaria que protestó ante los jueces y éstos acallaron a la yugoslava. Gracias a eso quizá, Steffi Graf la derrotó en Wimbledon en 1992.
Precisamente en Wimbledon acaba de batir María Sharapova su propio record en decibelios. Ha rebasado los cien (101,2), por encima de los 93,2 de la Seles. El sonido equivalente de ese alto vagido sería el de una sirena de policía a corta distancia. Tal volumen extraña en un deporte que requiere la máxima concentración en los practicantes y un silencio absoluto entre los espectadores.
Es ese silencio de la expectación el que resalta aún más la identidad e intensidad del grito. Parece, con todo, que esa locuacidad espasmódica ya no incomoda a las rivales y que incluso hay entrenadoras que la fomentan entre sus chicas. Según Sharapova constituye una liberación natural de energía. Hay quienes aseguran que eso palía la tensión del cuerpo.
A la muy reconocida tenista Serena Williams se le invitó recientemente a un programa de la televisión británica con el específico fin de asistir a la escucha de sus gritos, cuantificados en 90 decibelios. Hay quien piensa que esa exhibición sonora, privada de imágenes o adaptada aviesamente a otras de más íntimo contenido, podría conformar una grabación magnetofónica o videográfica de eróticas resonancias.
Personalmente, desde que las tenistas hacen deporte oralmente, a mi afición por la raqueta le he sumado la que de siempre tuve por el canto. Tiene una música muy interior esa frenética monodia de vagidos.