domingo, 19 de junio de 2005

A Román de Sión, peregrino gnóstico, antes del camino

Lazarillo

A R. P. A.

Este humilde Lazarillo platicó largamente con El Profeta en los últimos años. Tan al mutuo gusto y placer de ambos discurrieron esas charlas que el soterraño taller, sin Román de Sión, se ha quedado desguarnecido de humanidad y metáfora en el viejo orfanato de expósitos de la Cuesta del Río.

El Profeta acaba de cerrar un largo ciclo de trabajo, desde mancebo de botica, en la adolescencia gris de la posguerra y el gasógeno, a modoso encuadernador de los antiguos textos masónicos y teosóficos en un sombrío caserón barroco. El otrora joven tallador de engranajes en el mediodía de Francia, aplicado en la labra de los viejos infolios, no pudo resistirse al magnético contenido de los materiales. Algo de ese celo ya llevaba dentro cuando peregrinó a Roma en su vespino de obrero emigrante y caía rendido en las cunetas de los Alpes para dormir al raso de las estrellas. Su Santidad no quiso escuchar el mensaje del enfebrecido andariego que reclamaba coherencia y ejemplo de fraternidad bajo las altas cúpulas de orgullo del Vaticano.

Lo que entonces buscó decir, lo sigue persiguiendo. Sólo que ahora ha completado su bagaje de intuiciones con el caudal polvoriento de los viejos libros. Por eso caminará un día, con la primera luz del alba, a las fuentes silentes de la trascendencia, más allá de los surcos trillados del tiempo y sus miserables ataduras. No tendrá en su mochila más pertrechos que aquéllos donde quedó inscrita la palabra de las grandes religiones. No me ha confesado el destino de su ruta, pero estoy por asegurar que lo conozco.

Román de Sión, a quien los próximos a su círculo más interior conocemos por El Profeta, es un creyente de la vieja iglesia perdida de Juan. De ahí que su meta esté en los hondos trechos de Mesopotamia recientemente arrasados por la guerra. Al sur de las cuencas de los bíblicos ríos Tigris y Éufrates, se sabe que moraba hasta hace poco, si Saddam Hussein no acabó con ellos y la guerra les permitió sobrevivir a tanta barbarie, la extraviada comunidad de los mandeos, descubierta por unos misioneros jesuitas en el siglo XVII. Orfebres y plateros de excepción, en su código ético no cabe la violencia ni el celibato, se expresan en arameo, cuyo alfabeto conservan, derivado de la misma lengua en que hablaban Juan el Bautista y Jesús. La propia palabra que los define explica su fe gnóstica. Expulsados de Palestina en el siglo primero de nuestra era, de hecho son los únicos representantes religiosos de una creencia gnóstica en el mundo.

Varios son los textos donde se recogen los testimonios de sus creencias, entre ellos El Libro de Adán o Ginza, El Libro de Juan o Sidra d’Yahya y el Wawana Gawaita, que resume la historia de la comunidad. Para ésta, Juan el Bautista no es el fundador de su religión, sino sólo un líder carismático, pues lo probable -por ubicación geográfica, en el tránsito hacia el Nilo- es que los mandeos recogieran en su tradición las creencias herméticas de los antiguos egipcios, tal como hicieron a su vez los sabeos, habitantes también de Irak en el siglo X y paralelos acaso en su diáspora a los propios mandeos o a los dositeos, llamados así por ser descendientes de Dositeo, discípulo de Juan el Bautista, o a los simonianos, que lo fueron también de su otro seguidor Simón el Mago.

Hay estudios fundados que consideran estas herejías, la primeras combatidas por la iglesia cristiana de Pedro y Pablo tras la muerte de Cristo, como raíz y fermento de las ciencias y conocimientos ocultos y los secretos poderes sin desvelar combatidos por Roma contra otras heterodoxias: la de los cátaros medievales en el sur de Francia, la de los caballeros templarios tras su contacto con oriente durante las cruzadas o la de ciertas órdenes masónicas, incluido el Priorato de Sión, tan en boga tras el éxito de la novela El código da Vinci, cuya lectura desaconsejó reiteradamente El Vaticano.

Este curioso Lazarillo está absolutamente convencido de que El Profeta ha llegado mucho más allá de las guardas de los viejos volúmenes que durante lustros restauró en su discreto taller de encuadernación. En el fondo de ese material destartalado, fruto de una última inquisición represora y brutal, las manos de Román de Sión han encontrado algo más que el mero material de estudio de sucesivas generaciones de teósofos, alquimistas, espiritistas, nigromantes y secretas logias.

No esperéis de sus palabras una respuesta, sin embargo. Sólo en sus ojos, cuando habla de la larga distancia que ahora quiere dar a sus pasos -solo y desnudo como los hijos de la mar, pues del mar data su crianza-, cabe adivinar la certidumbre de que su ruta hacia el oriente, cuando la aurora de su corazón se lo diga, será la de los seguidores del Rey de Luz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece una histórica verídica. ¿Lo es? Me gustaría conocer a Román de Sión y acompañarle en una parte de su camino.

Anónimo dijo...

Quiero conocer a esa persona o personaje.

Anónimo dijo...

Salud, caminante, peregrino, te aconsejo llegar adonde los vientos de la ira han barrido toda semilla de humanidad. Las religiones en lucha han de trazar el camino inverso al dado por sus afanes de poder, porque la paz ha de estar al final de todos los caminos, y no la guerra.

Arabiyo dijo...

Salud y suerte en tu camino hacia la Luz, mi querido amigo.

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