martes, 23 de noviembre de 2004

Venezuela y Aznar: Mentira sobre mentira

Félix Población

En su hasta ahora errático y resentido camino por la oposición, no ceja el Partido Popular de mancillarse con la mentira y malas artes propias de su presidente honorario, a imagen y semejanza éste de su amigo Bush, calificado recientemente por José Saramago como campeón insuperable de la mendacidad en el universo mundo.

Recuperado el diálogo político en la televisión pública, para bien de la pluralidad de criterios y su democrática certidumbre en la malquista TVE, el ministro Moratinos no tuvo empacho en apartar por unos minutos la amable retórica de la diplomacia para esgrimir los riesgos del severo reproche crítico. Puede que lo suyo haya obedecido a un pronto achacable a las calenturas del debate, pero de lo que no hay duda es de la credibilidad del aserto: el gobierno del señor Aznar prestó apoyo el 12 de abril de 2.002 al presidente provisional de Venezuela, Pedro Carmona, a raíz del golpe de Estado promovido por éste en contra del gobierno legítimo de Hugo Chávez.

Ratificada luego esa afirmación por el propio presidente Chávez, que prefirió cantar un saleroso bolero a pasar factura al pasado, algunos observadores han estimado inoportuna esa manifestación del actual ministro de Asuntos Exteriores. Teniendo en cuenta que la postura de España se alineó entonces con la de Estados Unidos en ponerse al servicio del golpista, no parecía diplomáticamente lo más adecuado recordarla cuando los Reyes estaban a punto de visita en el rancho tejano de mister Bush. Sobre todo si se estima que de ese almuerzo podría derivarse algún alivio para las turbias relaciones entre la Casa Blanca y el gobierno socialista.

Lo cierto es que don Mariano primero y Ana de Palacio después se mostraron muy indignados con la audacia de Moratinos. Rajoy solicitó el cese del ministro y doña Ana, siempre tan lúcida, apeló a la falta de pruebas. Un joven periódico, elotrodiario.com, con exquisita puntualidad y diligencia, las aportó sobradamente en su edición de ayer (24-XI-04) con documentación comprobable. Posiblemente ese mismo material lo utilice el ministro socialista en su comparecencia parlamentaria, anunciada por el presidente del Gobierno.

Lo que no se puede entender, a menos que el PP esté abocado a una delirante carrera de despropósitos patrañeros, es ostentar dignidad cuando, además de otras señas no veniales, ha quedado consignado en la memoria de las hemerotecas (Cambio 16) que el 9 de abril de 2.002, tres días antes del golpe, Pedro Carmona estuvo en Madrid, atendido por funcionarios de alto nivel, y en tratos -probablemente- con especialistas en operaciones de inteligencia política relacionados con naciones iberoamericanas.

Que luego, en periódicos y agencias, se hiciera constar el apoyo de Aznar a Carmona no parece fuera de lógica. Sobre todo porque esa disponibilidad y apoyo -de tan chapucera precipitación- fueron revelados a la luz pública sin desmentido oficial a posteriori por parte del gobierno de don José María. Hacer esto mismo dos años y algunos meses después resulta por lo menos muy poco creíble.

viernes, 19 de noviembre de 2004

Solidaridad con Anna Politkovskaia, envenenada en Rostov

Félix Población

Supongo que las organizaciones profesionales de periodistas habrán tomado nota de la situación de sus colegas en Rusia a raíz de la barbarie de Beslán. Confío en que su repulsa y su protesta se haga pública de inmediato ante las autoridades rusas y la comunidad internacional como es de obligado compromiso en casos tan flagrantes de delito contra la libertad de expresión. Hasta nosotros han llegado, filtradas a través de diversos canales informativos, noticias sintomáticamente reveladoras de la política represiva y mendaz que el gobierno de Vladimir Putin y los oligarcas del empresariado mediático de aquel país aplican ante conflictos como el de Chechenia.
El tratamiento independiente o la información presumiblemente no afín a los postulados oficiales ha ocasionado en los últimos días que, bien como prevención o por efectos de su trabajo crítico con el Kremlin, hayan sido cesados, detenidos o arrestados, en circunstancias en algún caso tan oscuras como grotescas, varios profesionales de reconocidos medios de comunicación nacionales e internacionales. Entre ellos está el director del periódico Izvestia, Raf Shakirov, incapaz de callar en su columna que, durante el asalto a la escuela de Osetia, las cadenas de televisión públicas y privadas que hasta entonces seguían en directo el proceso noticioso dejaron de emitir a la espera del consiguiente permiso de las instancias gubernamentales.
Si el cese de Shakirov se inscribe en la típica normativa propia de los regímenes autárquicos, el caso de Anna Politkovskaya se inserta de lleno en las páginas más negras de terror stalinista o rasputiniano. La prestigiosa periodista y escritora del diario Novaya Gazeta viajaba días atrás en avión rumbo a Osetia con intenciones mediadoras. Su conocimiento e independencia de criterio sobre el contencioso checheno, además de sus contactos con algunos representantes del líder Aslán Masjadov y su intervención personal en el secuestro del teatro de Moscú hacían presumir que su presencia en Beslán podía resultar alentadora en evitación de la tragedia.
Pero Politkovskaya no pudo llegar a la escuela antes de la masacre. No contaba con el té que solicitó en vuelo hacia Rostov y que según dictámenes médicos ocasionó la enfermedad repentina de la escritora por envenenamiento. Anna Politkovskaya viajaba provista de su propia comida casera en prevención del “accidente” que evitó su concurso mediador en el drama de Beslán.
Muy grave ha ser el déficit de libertad en Rusia para que se pueda atentar contra los periodistas desde los menús de las líneas aéreas. Espero que lo proclamen y denuncien los colegas del llamado mundo libre. Entre tanto, vaya desde aquí nuestro inconformista mensaje de solidaridad para Politkovskaya y sus compañeros de penalidades frente a la mordaza.

martes, 16 de noviembre de 2004

Segunda victoria sobre la mentira y el terror

Félix Población

Los más jóvenes no lo recordarán porque El Alcázar fue un periódico ultra que no superó la década de los ochenta. De sus páginas dimanó la trama que avergonzó a España y a Europa con el intento de golpe de estado del 23-F. Incapaz de acomodarse a los nuevos tiempos, el diario no pudo superar en su cerrilismo retrospectivo el insoslayable tránsito democrático con que el país se acogió a la modernidad y a las recobradas y debidas libertades.

Salvadas las distancias, un lector u oyente objetivo de los medios adscritos a la derecha ideológica más pura y dura tiene la sensación hoy de que el espíritu del viejo diario, con toda su antológica salmodia de tópicos contra el socialismo y su contubernio masónico-separatista, vuelve a campar entre sus más cualificados voceros. Esa afinidad se manifiesta sobre todo cuando, como acaba de suceder, la cadena de enredos y mentiras del gobierno Aznar tras la tragedia del 11-M es desmontada al detalle por el actual presidente de la nación.

Las comparecencias de don José María y don José Luis, separadas por un lapso de tiempo que sirvió para refrendar aún más la identidad del único terrorismo culpable, han permitido a los españoles sin prejuicios una mayor clarificación acerca del indefectible dictamen de las urnas. Perdió quien perdió la confianza de los ciudadanos y empeñarse en apelar a otras influencias supone un vano intento de falacia sobre las propias mentiras. Mantenerlo y no enmendarlo representa tal despropósito por parte de Partido Popular que su aislamiento actual en el Parlamento quizá sólo sea un adelanto del que le deparará la sociedad española si no rectifica su trayectoria.

No parece que así sea a juzgar por las declaraciones pendencieras del señor Zaplana en alusión a la reciente comparecencia del presidente del Gobierno. Una oposición política equilibrada y responsable no se puede diseñar desde el resentimiento, la inquina o el afán de desquite que deja entrever el jactancioso don Eduardo con sus actitudes y sus amenazas. Esa animosidad, compartida con el señor Acebes y en servil sintonía con la de su patrono honorario desde que se fue sin irse, ha acabado por reducir a don Mariano Rajoy a la soledad en medio de un partido escorado temerariamente hacia la derecha inveterada.

Fue Aznar quien perdió las elecciones el pasado 14-M, y si su poder tutelar se mantiene sobre sus fieles, sin admitir renovaciones y reajustes que tiendan a rescatar para el partido una posición de centro integrador, es muy posible que al PP le aguarde una larga espera en la oposición. Tan larga como intenso está resultando ser el entusiasta valimiento de los ultramedia en esa línea de beligerancia que tanto recuerda a la derecha intratable de la primera transición.

Lo más grave de todo esto es que la presencia de esa oposición incivil y rencorosa, incapaz de asumir con decencia democrática su derrota en las urnas hace nueve meses, fue observada a través de la televisión por millones de ciudadanos. Volver a sostener la mendacidad de sus argumentos sin un solo dato fiable, con la misma prepotencia e igual falta de decoro, supuso una doble dosis de infatuada soberbia tras la soportada en las fechas de la masacre terrorista. Si se considera que entre esa masiva audiencia estaban también quienes sufrieron la tragedia, no vale sólo lamentarse por el espectáculo. Sólo cabe la indignación.

Lo volverían a proclamar los votos, con mayor resolución que el 14-M, si esa audiencia tuviera otra vez delante la posibilidad de ejercer la libertad de elegir, con la libertad de la razón, frente al terror y la mentira. La comparecencia de las víctimas ha sido todo un alegato a favor de toda la verdad y la dignidad de su búsqueda al margen de intereses partidistas.

Aznar, embajador especial de la tirria

Félix Población

Dice el colega Federico, desde los púlpitos abiertos al histriónico fanatismo de sus prédicas, que al señor Aznar se le debería otorgar plaza de embajador especial de España ante el mundo. Es ésa una arraigada costumbre, habitual entre los ex presidentes estadounidenses, que Jiménez envidia como un signo inequívoco más del patriótico proceder que guía los destinos del ejemplar imperio americano.

Nada habría que objetar al reconocimiento de un afán que de seguro don Federico habría reconsiderado si el ex no fuera su admirado don José María, a quien debe acatamiento, sino su carísimo don Felipe. Sólo cuando se está apostado de por vida y oficio en la orilla del resentimiento se puede, desde el amargor de la congestión que da la hiel, proponer como heraldo de la diplomacia a quien no ceja de enlodarse en la tirria cada vez que se le ofrece una oportunidad.

El señor Aznar ha vuelto a mostrar esas académicas cualidades en la Universidad de Georgetown, cita programada posiblemente con la misma antelación que el reencuentro con su reelegido amigo, mister Bush. En esta ocasión nuestro ex presidente no se ha remontado a don Pelayo para justificar el encono terrorista de la morisma y la última hazaña bélica del peñón de Perejil, a la que también aludió en su conferencia. Se limitó a dar su personal versión de la pestífera ola de antiamericanismo que afecta a Europa, no porque la guerra de Iraq la haya exacerbado, sino porque EEUU ha quedado como la única superpotencia desde el colapso del imperio soviético, y eso duele a algunos.

Para don José María lo más grave y preocupante es que este nuevo antiamericanismo en alza no procede, como sucediera antaño con la dilatada y sangrante guerra de Vietnam, de la militancia callejera o del vocinglero extremismo izquierdista de pancarta, sino de los propios líderes europeos en muchos casos, en muchos países, incluido por desgracia el mío.

Ignoro el porvenir político, profesional o cívico que el señor Aznar apetece desde que se fue por voluntad propia de La Moncloa. Estoy por asegurar que no sería el mismo que sus manifestaciones públicas están labrando si el desalojo de su partido del poder no hubiera sido tan bochornoso ni tan traumático para su líder. No es nada saludable para quien estuvo al frente del Gobierno de una nación por méritos democráticos reincidir con ojeriza en críticas sin fundamento hacia quien le ha sustituido limpiamente por libre y soberana decisión de la ciudadanía. Esos once millones de españoles se merecen un ex presidente que los respete y no que los denigre ante un pueblo y una nación con la que España mantiene una vieja alianza al margen de disensiones efímeras o coyunturales.

Es muy probable que la ambición y soberbia de don José María le sigan impidiendo reconocer los sonados dislates a que una y otra vez le conduce su resentimiento. En su partido no se atreve nadie a taparle la boca y quien amaga una crítica, por venial que sea, tiene ganada la exclusión de la peana. En el Partido Popular sus correligionarios se sienten muy satisfechos vendiendo que su líder jubilado pesa más en el Despacho Oval que el propio Jefe del Gobierno de su país. A esto, a lo peor, igual lo llaman patriotismo quienes tan alto lo proclaman a la más mínima.

El rencor de los populares comulga con el de su presidente honorario, acaso retornable. Unos y otros se ceban mutuamente en la fobia al socialista vencedor, antiamericano y anticlerical -¡qué miedo!-, antes que en el constructivo reconocimiento de sus culpas. Con esa predisposición afrontará posiblemente el señor Aznar su ya cercana comparecencia ante la Comisión del 11-M. Mucho me temo que si no la modera habrá más motivos añadidos, de los muchos que se dieron en su día, para que él y no don Mariano perdiera las pasadas elecciones. Sus mal asimilados efectos parecen haberle abonado al permanente desbarre.

lunes, 15 de noviembre de 2004

Carta abierta a la hija de Arafat (con motivo de la muerte del Rais)

Félix Población

Es muy probable que esta espontánea carta no llegue nunca a tus ojos, pequeña Zahwa, pero permíteme que te la escriba desde este rincón de la vieja España, en la lengua que antaño bebió de tu vieja cultura. Lo hago como desahogo de mi propia emoción ante la tuya y la de tu pueblo, zarandeado y oprimido por la Historia, esa veleidosa ciencia suscrita tantas veces según los azarosos criterios de los hombres.

El viejo Rais ha muerto y sólo a ti te corresponde por sangre y derecho saberte hija suya y compartir con todo un pueblo la paternidad que éste le ha otorgado para vivir por siempre en su memoria. Pocos hombres han gozado del privilegio de ese título en el dilatado devenir de las naciones. Que millones de palestinos lo hayan acordado al unísono, como una sola voz nunca acallada, debería bastar para que el juicio de los analistas internacionales no se dejara llevar tan sólo por los oscuros intereses que gobiernan el bando fuerte del viejo conflicto que desangra aquellas tierras.

En nombre de esos afanes primados por los dioses del Dinero, el Poder y el Dominio, y acicalados en las falsas leyendas de la Democracia y la Libertad, se han escrito y se escribirán muchas mentiras acerca de Arafat y Palestina. Las leemos y las escuchamos todos los días porque nuestra ubicación en el mapa está del otro lado, el occidental, más afecto a la órbita de los poderosos que a la de los oprimidos. Porque de lo que no cabe duda, a estas alturas de aquella terrorista contienda, es de la identidad de los más desfavorecidos y sufrientes. Lo son sobre todo quienes frente al rugir de los misiles lanzan piedras y frente al respaldo del poderoso imperio financiero americano sólo aspiran a la histórica y esencial razón de su existencia que les dé fe de vida: un lugar, una patria, un Estado.

Eso quiso tu padre, el Rais de Palestina. Y hubo de recurrir a la fuerza porque a la fuerza quisieron despojar de ese derecho a su pueblo. Portaba en sus manos -y así lo gritó al mundo en la Asamblea de la ONU- un fusil y una rama de olivo, pero nada ni nadie favoreció, después de varios lustros de lucha, que arrojase el primero para esgrimir tan sólo el símbolo de la paz. Por eso se le encerró en vida, se pretendió anular su voz y se le dejó morir en la Mukata de Ramala, en la desolación de las ruinas y bajo la rabiosa agresión de los tanques israelíes, carceleros de su último trayecto vital sin que nuestras civilizadas naciones fueran capaces de denunciar e impedir el martirio de un anciano que representaba democráticamente a su pueblo.

Apenas acaba de desaparecer y quien propició su muerte en vida, el reelecto presidente norteamericano, ha tenido la delicadeza de afirmar que está listo, en los próximos cuatro años, para invertir el capital de Estados Unidos en el establecimiento de un Estado palestino. De acuerdo con su tosca catadura, mister Bush no ha tenido siquiera la deferencia de guardar unos días de ceremonioso luto para proferir esa cínica presunción que nuestro refranero glosa con cruda llaneza: muerto el perro se acabó la rabia.

Algunos observadores han calificado con términos un tanto equívocos la muerte y el entierro de Yasser Arafat. Han hablado de final grotesco y caos absoluto, como si lo uno y lo otro se pudiera interpretar como descalificaciones hacia una comunidad que pretende gobernarse por sí misma. Lo que denotan esos análisis es, una vez más, el desconocimiento absoluto de un carácter y una idiosincrasia, la del pueblo palestino, capaz de enterrar a su Padre, que es el tuyo, con tan desbordada emoción como para que ésta y no los protocolarios honores funerarios fuera el único y mejor honor debido al anciano Rais.

Del caos de esa emoción se desprenden no sólo el cariño y reconocimiento hacia su líder, sino el derecho a una larga vida, soberana e independiente, para una comunidad que con semejante aval de sentimiento ha dado sobrada evidencia de encarnarlo. Tu pueblo, pequeña Zahwa, con quien compartes, por sangre y patria, paternidad y destino.

Que nadie os preste ese derecho por el que Arafat sembró su vida, una vida que en Zahwa comenzó (tu abuela) y contigo prosigue. Haz de ella un fruto de entereza en la dignidad de la lucha y en la consecución de una paz que sólo será discernible por la ecuanimidad de la justicia.

¿De qué murió Arafat?

Félix Población

El anuncio oficial del fallecimiento de Yasser Arafat fue tan lacónico como los que le precedieron a lo largo de 14 días. El portavoz del hospital de Percy justificó esa parquedad en razón a las estrictas leyes de confidencialidad médica que rigen en Francia. Aunque en su día se desestimó la hipótesis del envenenamiento, las palabras de Suha Arafat referentes a la muerte de su esposo, citadas textualmente por la agencia de noticias rusa Itar-Tass, dan por lo menos motivo a un cierto recelo, al margen de la pugna de intereses económicos con que se quiso justificar la desavenencia entre la viuda y los herederos políticos del rais: Aún no ha sido revelada toda la verdad.

Según la AFP, el médico personal del rais, Achraf al Kurdi, reclamó el jueves una autopsia para investigar las causas del deceso de su paciente: Reclamo una investigación oficial y una autopsia del cuerpo para que el pueblo palestino conozca con toda claridad las causas de la muerte. Kurdi dijo tener sospechas debido a la falta de información médica desde el internamiento de Arafat en el hospital de París. También calificó como sorprendente que, siendo el médico personal del presidente de la Autoridad Nacional Palestina durante más de 20 años, los miembros de la oficina de Azafat demoraron llamarle cuando el estado de salud del enfermo se agravaba. También precisó que a pesar de las sospechas no está en condiciones, de momento, de sacar ninguna conclusión.

El diario Le Monde aseguró que no estaba previsto practicar ninguna autopsia ni biopsia cerebral, técnicas habituales en estos casos que sólo se pueden verificar de manera póstuma: Sin embargo, hace unos días, se había indicado que un diagnóstico sólo podría ser verdaderamente alcanzado mediante un examen anatomopatológico.

Hasta el momento, sólo existe un dictamen médico digno de crédito con carácter oficial. Lo dictaron varios exámenes practicados en Ramala por un equipo de médicos tunecinos, palestino y jordanos. Ese diagnóstico, incompatible sin embargo con la sintomatología, se refería a una gripe intestinal, con detección de un bajo nivel de plaquetas en la sangre. En el hospital de Percy fue sometido el paciente a transfusiones sanguíneas para compensar los desequilibrios hematológicos comprobados.

Seis días después de su ingreso, Arafat sufrió un brutal empeoramiento que lo sumiría en un coma severo hasta que su corazón dejó de latir a las 3,30 horas del pasado jueves: Cerró sus ojos y su gran corazón se detuvo. Se fue con Dios pero aún no está junto a su pueblo (versión poética de Tayeb Abdel Rahim, asistente de cabecera del difunto).

domingo, 14 de noviembre de 2004

Los niños muertos, los muertos ultrajados

Félix Población

Las estadísticas hablan de los traumáticos efectos que tuvieron las imágenes de la caída de las Torres Gemelas sobre los televidentes en Estados Unidos. No es para menos porque ni el más calenturiento guión cinematográfico habría podido llegar tan lejos para amedrentar al espectador. La filmación del hecho, en vivo y en directo, reduplicó sin duda la incidencia del miedo en la conciencia de los norteamericanos.

Aquello fue tan pavoroso que vino a estimular después, de parte de quienes se han creído sumos protectores del occidente cristiano, la larga oleada de terror que se abate sobre los supuesto territorios del Maligno. En las entrañas de esa tierra yace la energética y sustanciosa razón de la conquista, propalada bajo las añagazas de la democracia y la libertad.

Esa marejada de espanto la describen con su horrísona estela de fuego los aviones artillados AC-130, los potentes cazabombarderos F-16, las ciudades muertas: Bagdad, Tikrit, Mosul, Faluya...También se da con saña en la sórdida intrahistoria del conflicto, de difícil indagación, y de cuyos rigores a veces nos llegan flashes espeluznantes de tortura o de muerte. El cámara Kevis Sites no se consideraba un reportero carroñero. Por eso no buscó la incidencia homicida. Se la encontró al paso de la patrulla de marines en la vieja mezquita arrasada de Faluya. No se remata a los agonizantes como excepción cuando se ostenta tanta rutina apretando el gatillo.

Posiblemente nunca sepamos con exactitud el número de víctimas iraquíes que la invasión anglo-estadounidense ha ocasionado en aquel país. Las cifras de los muertos son en esta guerra materia oculta. Una prestigiosa publicación científica no frecuentada o silenciada por los canales de información al uso, Lancet, calcula que pueden llegar a 100.000, de los que el 95 por ciento han fallecido como consecuencia de los ataques aéreos y el fuego de la artillería. La mayoría de las víctimas -se asegura- son mujeres y niños.

Las mujeres y los niños son el porvenir de las naciones. Eso lo saben muy bien en Palestina. Allí, como consecuencia del ardor beligerante con que la administración estadounidense emprendió su cruzada en contra del terrorismo -o sea, en pos del petróleo iraquí-, el gobierno de Sharon se ha sentido muy motivado este curso para actuar con más virulencia que nunca en su celo represor. Amnistía Internacional recordaba recientemente que 150 niños palestinos han muerto a lo largo del año víctimas de las acciones militares judías. El cómputo resulta tan escalofriante que anonadaría a cualquier comunidad que lo sufriese para vergüenza del mundo que lo permite:

¿Quién vio la sangre niña en mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!,
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
el inocente vientre que respira:
La metralla, la súbita serpiente,
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto. *

Por si el dato no moviera todo lo que debe a la indignación, un periódico israelí de gran tirada se permitió desvelar el otro día lo que parecía ser un secreto a voces entre las fuerzas militares de su país: que los soldados judíos ultrajaban con todo tipo de vejaciones los cadáveres de los milicianos palestinos fallecidos en acciones armadas.

La guinda la puso fechas después Collin Powell, en su última visita a los líderes palestinos tras su dimisión como secretario de Estado. Con esos precedentes recién conocidos, les hizo la cínica merced de aconsejarles que evitaran cualquier incitación a la violencia, acaso como hipócrita adelanto de lo que les espera escuchar de labios de su sucesora..

Los niños muertos, los muertos ultrajados, la sangría y el pánico en las ciudades iraquíes y la desesperación y la ira como único sentir en el entorno de los pueblos cautivos no cuentan en nuestros telediarios. Todo eso arraiga y crece en el silencio de la desolación contra los culpables de tanta ignominia. El nombre de ese trauma se llama odio y no suele aplacarse con imposiciones.


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(*) Vicente Aleixandre: Oda a los niños muertos por la metralla. Madrid, otoño de 1936.

sábado, 13 de noviembre de 2004

El asesinato de Arafat como posibilidad

Félix Población

La posibilidad de que Arafat fuera asesinado, así como la investigación informativa en esa línea, chocaría posiblemente con una campaña mediática de intoxicación contra la dignidad y memoria del líder de la OLP de la que alguna señal ya se ha percibido.

En la primera semana de septiembre del año pasado se propició un debate público en Israel, que probablemente fuera el colofón de varios años de cavilaciones del gabinete de seguridad judío durante el largo arresto de Arafat. De su repercusión quedó constancia en una entrevista radiofónica con el viceprimer ministro israelí Ehud Olmert.

La eliminación del presidente de la Autoridad Nacional Palestina fue explícitamente considerada entonces como método legítimo. Dos vías se barajaron en palabras de Olmert: La expulsión es una opción. El asesinato es otra posibilidad. Ésas fueron las palabras. No se trataba de un asunto moral, en opinión del viceprimer ministro, sino de saber si es práctico o no.

Parece por lo menos chocante que siendo relativamente recientes esas manifestaciones, los documentalistas de la prensa convencional no las hayan tenido en cuenta a la hora de valorar, más allá de las notas oficiales de agencia, las causas del fallecimiento del Rais palestino. Como tampoco se tuvo en cuenta en esa misma línea de investigación el papel de Siria al evaluar la amenaza de magnicidio que esas declaraciones de una representante del Estado israelí comportaban. La iniciativa de Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU fue vetada por Estados Unidos, aunque la moción fuera aprobada luego por 133 naciones en la Asamblea General, con sólo cuatro votos en contra: Israel, Islas Marshall, Micronesia y USA.

Naturalmente, y según su habitual proceder de no respetar las decisiones internacionales relativas al conflicto, el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí estimó esa resolución tan irrelevante como el resto de las resoluciones que son aprobadas en ese organismo por mayoría automática.

En 1.997 un dirigente de Hamas, Khalid Mashal, estuvo a punto de ser envenenado en Amman por el Mossad. El entonces Jefe del Gobierno Netanyahu, obligado por la presión de las autoridades jordanas y la opinión pública, hubo de enviar un antídoto para evitar la muerte de Mashal, víctima del veneno que le habían inyectado dos agentes del servicio secreto israelí. Tampoco entonces supieron los médicos diagnosticar la enfermedad del paciente.

Esos datos constan, no están perdidos en la noche de los tiempos y conviene airearlos cuando los grandes periódicos no los rescatan de sus archivos y nada se sabe con certeza de la extraña muerte de Yasser Arafat. Convendría investigar en esa vía frente a las falaces injurias propaladas por sus enemigos en un vano intento de desprestigiar la memoria del líder de la OLP.

Sería muy previsible en el mercado mediático que, de producirse noticias en un sentido, también se dieran en el opuesto con tal de paliar los efectos de una búsqueda de información que tienda objetivamente a clarificar las causas reales del fallecimiento de Arafat. La teoría del asesinato, por poderosos que fueran los argumentos a su favor, siempre se toparía con los eficaces e influyentes medios masivos de comunicación afectos al Imperio, cuya capacidad de réplica desde la intoxicación nadie duda.

Por eso es más que probable, tal como se viene incrementando en los últimos días, que el silencio vele por mucho tiempo por qué la vida del Rais se apagó en París una madrugada de otoño.

jueves, 11 de noviembre de 2004

Hay una juventud que aguarda

Félix Población

Como en la novela de Francisco Candel, editada a finales de los sesenta del otro siglo, cuando España emergía del XIX, siempre hay una juventud que aguarda. Entonces, a la juventud no sólo le tocaba esperar, sino callarse, aunque ya despuntaran algunas voces contra el largo silencio de la dictadura.
Por aquellas calendas, coincidentes con la Ley Fraga, el viejo régimen dio permiso a los primeros susurros críticos, pero a la mocedad, más que nada, le tocaba ser relativamente comedida en su espontaneismo transgresor. Unos más que otros, a los jóvenes universitarios les convenía más la tediosa cautela que la rebeldía en ciernes si querían afianzar un curriculum ortodoxo de cara al siempre competido mercado de trabajo. Aunque ahora parezca que aquella Universidad era sesentayochista e iconoclasta, quienes nos iniciamos en ella no hemos perdido la perspectiva de haberla sufrido acomodaticia y mediocre.
Sin entrar en comparaciones, improcedentes por la disparidad entre ambas épocas, la Universidad de hoy no es precisamente la que los alumnos de entonces hubiéramos imaginado en un régimen de libertades. Nada en realidad fue como queríamos. Dejemos a un lado el nivel de preparación o la tasa de intelectualidad. La llamada sociedad de bienestar ha reportado un acceso masivo a la enseñanza superior. Si antes sólo los mejores, los más dotados cultural o económicamente, eran los que ingresaban en las carreras universitarias, ahora esa posibilidad se ha democratizado hasta el punto de ensanchar como quizá nunca hubiéramos imaginado el trasiego de jóvenes a los campus.
Tantos aspirantes a una licenciatura podría constituir, de suyo, una garantía para un empleo bien remunerado y un respetado escalafón social. Pero no. El saturado mercado de trabajo no permite esas posibilidades a menos que, además del título superior, acompañen al currículo de aspirante unos cuantos master en el extranjero, varios idiomas y una preparación extraoficial digna del mayor crédito.
Toda esa preparación adjunta no estaría mal si los procesos de selección de personal se atuviesen estrictamente a los méritos de los convocados en oposiciones, exámenes y demás pruebas de selectividad en empresas y organismos públicos. Pero en un país con una larga tradición en el tráfico de favores, componendas y recomendaciones, es de todos sabido que los elegidos no son siempre los mejores. Si a los cargos políticos no acceden los más competentes, y si de éstos depende en muchos casos la elección a dedo de puestos con responsabilidad para ajustar otros de menor calado, no parece medianamente probable que las pruebas de acceso a un puesto laboral discurran por los canales éticos debidos.
Viene esto a cuento porque sé de jóvenes, notablemente capacitados para la profesión que han elegido de acuerdo con su preparación universitaria, que se ven obligados a ejercer oficios muy por debajo de sus posibilidades, deprimirse en el paro o emigrar en busca de empleo a otros países porque de nada les vale un excelente expediente y una capacidad digna de mejor provecho. Más de uno me ha confesado, sin que su confidencia me haya parecido fruto de ninguna inquina personal o recelo gratuito, que sus comparecencias a oposiciones y demás pruebas se ha saldado con la sorpresa de advertir que otros con menores merecimientos han ocupado la plaza por la que ellos competían.
Esto me recuerda aquella otra juventud que aguardaba en los años postreros del viejo régimen. Entonces se valoraba la fidelidad de conducta a las Leyes Fundamentales del Movimiento. Una carrera aséptica, sin compromisos políticos con la heterodoxia vindicativa naciente, era el mejor título que se podía anteponer al propio de la licenciatura para acceder un puesto de trabajo concorde con los estudios realizados. Los había, incluso, que llegaban a desempeñarlo por herencia sin haber cumplido su preparación universitaria, sólo por la confianza con que la tradición familiar contribuía a apuntalar los cimientos del orden legalmente constituido.
Cierto, hoy existen mecanismos democráticos para que la juventud que aguarda defienda sus derechos al trabajo cuando advierta irregularidades en su cumplimiento. Cierto, esa juventud que espera y desespera tiene canales para expresar sus quejas y reclamaciones. Pero, con todo, no puedo resistir, al comprobar que sigue dándose una mocedad facultada y competente vagando por las colas del INEM, una pregunta para la que probablemente no exista respuesta: ¿Qué grado de favoritismo, recomendación o nepotismo sigue existiendo en los tribunales examinadores de empresas privadas e instituciones oficiales para que la vieja suspicacia campee entre nosotros? Saberlo sería un índice muy esclarecedor de la salud cívica y ética que le queda a este país, tan afectado por otras y más llamativas corrupciones.

viernes, 5 de noviembre de 2004

Gana Bush: Gracias a Dios y a Ben Laden

Félix Población

Los casi cuatro millones de votos de diferencia obtenidos por George W. Bush frente a John Kerry no deben sorprender demasiado a la opinión pública europea, por más que lo lamente. Son fruto del miedo y la sociedad americana lo tiene muy arraigado –falta de costumbre- desde la fatídica fecha del 11-S.

La verdadera sorpresa hubiera estado en la victoria de John Kerry, que no supo trabajarla como definida alternativa, consciente acaso de que, con una guerra de por medio, tenía pocas oportunidades de obtenerla. Se impuso el principio de elemental estrategia militar que aconseja no cambiar de mando en pleno combate. Frente al miedo, el único valedor era su oponente, capaz de explotarlo, además, hasta última hora.

La comparecencia de Ben Laden, otra vez por medio de esos extraños y ya casi tradicionales asomos virtuales difundidos a través de la televisión desde su misterioso desvanecimiento de la realidad, fue muy oportuna. Se llegó a pensar en algunos círculos que Bush tenía esa carta en la manga para cerrar su campaña, e incluso otras de más sólido fuste capaces de conmover aún más al electorado indeciso.

Bueno, pues ya está. Nos aguardan cuatro años más de global inquietud porque así lo han querido esos tres millones y pico de norteamericanos apegados al respetable canguelo, devotos creyentes en que Dios está con su cuadragésimo cuarto presidente y la patria en peligro los llama a la lid. ¿Qué la cosa estuvo reñida? Era como para estarlo, pero eso ya no cuenta. Cuenta lo que se desprende del balance final de los resultados electorales.

Y lo que se desprende, al menos desde esta orilla de Europa, es un mensaje de temerosa aprensión e incertidumbre: el de que una mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos está a favor de la continuidad de una guerra ilegal e inmoral propulsada por su actual presidente, cuya política exterior, de una arrogancia cerril e imperialista, ha sido sustanciosamente refrendada con el voto.

El camino abierto por esa mayoría de votantes afincados en la dogmática trinidad Dios, Patria, Bush puede significar lo que Juan Cole, profesor de Historia de la Universidad de Michigan, ha señalado con atinado y categórico diagnóstico hace unos días: que bajo la presidencia del reelegido presidente Estados Unidos se puede convertir en una potencia permanente en el Golfo Pérsico, tras los sucesivos imperios portugués, safawí, otomano y británico.

Si ahora sólo cuenta con las bases de Bahrein (naval) y Qatar (aérea), es muy posible –según el citado profesor- que en el futuro pueda contar con un total de doce bases permanentes en Iraq, con lo que la presencia del imperio americano se haría hegemónica, quizá durante todo el siglo en curso. Al convertirse en una potencia iraquí, USA entrará en contacto militar y diplomático, permanente y activo, con los vecinos de Iraq, incluyendo Siria e Irán. Lo más probable -sostiene Cole- es que el sendero de Bush sobre las bases iraquíes conduzca inexorablemente a más conflictos militares en esa región.


¿Y qué destino le aguarda al incombustible Osama Ben Laden en ese temerario tránsito? Seguirá siendo un útil peón de brega, personalización singular del mal, haciendo esporádicas campañas mediáticas a favor del miedo. Resulta muy rentable cuando está en juego el preciado oro negro, sostén del planeta, que su familia explota en comandita con el clan de los petroleros adscritos a la actual administración norteamericana.

George W. Bush ha vencido. Dios guarda a América -sigue en la Casa Blanca, dijo un ciudadano feliz encuestado en las calles de Nueva York-, pero el resto del mundo ha quedado aún más a la intemperie

miércoles, 3 de noviembre de 2004

La extrema derecha y el Partido Popular (con motivo de la presentación de Alternativa Española)

Félix Población

Semanas antes del inicio congresual del Partido Popular, sus rectores decidieron contratar para el gabinete de imagen de la casa a una empresa privada. Esto sentó muy mal a quienes habían desempeñado esa función desde la militancia y se entregaron con pundonor a su tarea en las últimas y más adversas coyunturas. A la política, como a la sociedad, podrá vestirla la apariencia, pero no la nutre ni espolea, a menos que por dentro haya un proyecto lleno de contenido, con solidez y coherencia, capaz de renovarse y comprometerse con una visión de porvenir.

Al Partido Popular lo han acicalado con una fresca mano de pintura naranja y un eslogan desafortunado. Si para quienes tanto se les llena la boca con la palabra España -cuyo concepto manejamos sin complejo cuantos nos sentimos vinculados por una historia común-, España es sólo una ilusión, imagen formada en la mente de una cosa inexistente tomada como real (María Moliner), muy inconsistente parece su futuro en la estimación de los populares, por mucha unidad que le echen.

No es unidad, sin embargo, lo que se ha desprendido del reciente congreso del PP. Antes al contrario, da la impresión de que tras la marcha de Aznar y su comparecencia honorífica en la presidencia del partido, don Mariano es incapaz de mantener la fidelidad al dedo del patrón, con su cohorte de aduladores vasallos, y dar vuelo a la corriente más sensata e inteligente encabezada por el alcalde de Madrid. La armonía entre el pasado aznarí, empecinado en no reconocer sus errores, y la rectificación en el rumbo, promovida por el señor Ruiz-Gallardón en su discurso de apertura, es empeño arduo, si no imposible.

Se me antoja poco concordante, a menos que todo se sacrifique al final por temor a la debacle disgregadora, que quepan en la misma casa el resentimiento, la soberbia, la cerrazón y la bambolla de don José María y sus adeptos -los Michavila, Acebes, Trillo y Zaplana- y la inteligencia, discreción, tolerancia y hasta galanura de don Rodrigo Rato y Ruiz-Gallardón. Evidencias han sobrado para probarlo en los discursos de unos y otros.
El señor Rato, ausente del congreso por imposiciones de su cargo al frente del Fondo Monetario Internacional, se limitó a invocar en su mensaje el porvenir antes que el pasado, y don Alberto llamó la atención respecto a la necesidad de buscar el centro perdido, reformista e integrador, y volver a sintonizar con la sociedad española.

Frente a esa sintonía y a ese espíritu de convivencia, los señores Acebes y Zaplana hicieron de sus alocuciones una sarta de despropósitos en defensa del ex presidente Aznar, como si en lugar de articular ideas para cohesionar su partido se hubieran propuesto acumular infundios e injurias contra el PSOE. Su verbo enrabietado más parecía insertarse en el estilo de una destemplada moción de censura a sus adversarios que en los cauces constructivos obligados por la convocatoria. Don Eduardo hizo aflorar una vez más sus brillantes facultades en la renovación de sus críticas, tachando a los socialistas de corruptos y despilfarradores, mientras que el menguado don Ángel, en su celo por no irle a la zaga a su ex presi con aquella invectiva del partido del odio, no tuvo empacho ni vergüenza en acusar a Zapatero de auspiciar el escenario que desembocó en la guerra civil.

Ni más destemplanza ni mayores dislates se pueden acumular en el inicio de la que puede ser una larga travesía por el desierto del Partido Popular. Si en la sede central los antagonismos se palpan textualmente, según testimonian las voces y los conceptos, si las crisis no parecen atajarse en la periferia y si tenemos en cuenta que por la derecha arrancará el día 23, con gran aparato escénico, un nuevo partido llamado Alternativa Española, puede que los más conservadores encuentren acomodo. Acaso así su sintonía con Busch, en el lamentable y me temo que catastrófico supuesto de que sea elegido, sea más estrecha. No hay que desentonar con el imperio americano. Gracias al gran negocio de los retrógrados que lo gobiernan crece hoy el mundo en inseguridad y espanto.

P.S.- No rememore don Ángel Acebes nuestra dolorosa guerra de 1936. Mucho menos para utilizarla como recriminación injuriosa. Aquello pasó hace mucho tiempo y paz y no insidia debemos a todas sus víctimas. Los niños que mueren en Irak cada día, y se nos desangran en los telediarios delante de los ojos, sí tienen un culpable probado y algunos cómplices.

lunes, 1 de noviembre de 2004

La enfermedad de Arafat

Félix Población

El que antecede a estas líneas ha sido en los últimos días, desde el internamiento en un hospital militar de París de Yaser Arafat, un titular recurrente en la prensa internacional. Sin embargo, de lo que menos se ha informado en las páginas de los periódicos ha sido de la enfermedad del presidente de la Autoridad Nacional Palestina.

Al día de hoy, transcurrido un plazo que se nos antoja suficiente para emitir un diagnóstico médico, no se sabe a ciencia cierta qué mal específico daña gravemente al anciano rais. Descartados los rumores sobre la posibilidad de que Arafat padeciera leucemia o algún otro tipo de cáncer, la hipótesis más verosímil indica que se trata de una enfermedad relacionada con un extraño virus que afecta a la sangre del líder de la OLP.

El laconismo y la reserva son tales en las autoridades sanitarias del centro hospitalario de Percy que los propios datos sobre el estado de salud del enfermo, cuya extrema gravedad parece notoria, no son todo lo concluyentes que cabría esperar. De ahí que, según el carácter de las fuentes consultadas, varias sean las presunciones sobre los cálculos de agonía o sobrevivencia. Se hablado de estado crítico, coma profundo, muerte cerebral e incluso de una cierta estabilidad que no excluye atisbos de consciencia por parte del paciente.

Lo cierto es que, ante la precaria información filtrada en torno a las causas por las que Yaser Arafat está a punto de fallecer en París, los rumores acerca de un posible envenenamiento del rais han ido cobrando fuerza en las últimas horas. Esa teoría, que llegó a ser estimada en un primer momento por los mismos médicos franceses de Percy, ha agitado las mezquitas de Gaza en la voz de algunos de sus imanes. También dos periódicos, uno próximo al gobierno palestino, Al Hayat al Jadida, y otro saudí, Al Watan, la han estampado en sus portadas hasta el punto de obligar al propio Ariel Sharon a desmentirla, pues sólo a Israel se le imputa la alevosía.

Para situar en su contexto histórico y político la hipótesis de que Yaser Arafat haya podio ser envenenado por el servicio secreto judío conviene recordar la puntual, sucesiva y drástica eliminación en los últimos meses de varios dirigentes destacados de la resistencia palestina. La más elemental prudencia política aconsejaba que la figura de Arafat, con todo la representatividad y carisma que encarna para su pueblo, no fuera abatible a golpe de misil por las indudables, gravísimas y acaso irreparables consecuencias que se desprenderían del suceso.

Desde el mes de diciembre de 2.001, tras el fracaso de la cumbre de Camp David entre Arafat y Barak propiciada por Clinton el año anterior, y en la que Israel consideró innegociable la entrega de la zona este de Jerusalén como futura capital del estado palestino, el líder de la OLP ha vivido en arresto domiciliario. Acusado por Ariel Sharon de la oleada de atentados suicidas contra objetivos judíos que siguió a la frustración de la cumbre, la oficina de Arafat en Ramala sufrió una serie de violentos ataques armados por parte del ejército israelí. Ni entonces, con serio riesgo para su vida, ni en varias otras circunstancias atentatorias más a lo largo de su existencia, pudo el estado israelí desembarazarse del adalid palestino.

Los últimos años del anciano líder de la OLP han estado marcados por ese despiadado arresto que ha reducido la sobrevivencia del rais a las más elementales condiciones de habitabilidad. Ocupaba un edificio medio derribado, carecía de agua y luz, estaba cercado por la milicia judía y su delicado estado de salud requería una asistencia que los médicos de París echaron en falta nada más revisarle en el hospital de Percy. Añádase a eso la pérdida de su protagonismo negociador en estimación de la administración Bush y las sucesivas crisis vividas en la ANP a lo largo de este último año.

En esas circunstancias se podría pensar que la presencia de Yaser Arafat, no sólo como emblemático símbolo de resistencia para su nación sino como político influyente dentro de la Autoridad Nacional Palestina, resultaba molesta para no sólo una de las partes. Por eso es muy probable que la hipótesis del envenenamiento no pase del acallado rumor en letra pequeña, aunque quizá, muy a posteriori, se revele como materia de crucial hallazgo en el periodismo de investigación forjador de sonados best seller.