sábado, 13 de noviembre de 2004

El asesinato de Arafat como posibilidad

Félix Población

La posibilidad de que Arafat fuera asesinado, así como la investigación informativa en esa línea, chocaría posiblemente con una campaña mediática de intoxicación contra la dignidad y memoria del líder de la OLP de la que alguna señal ya se ha percibido.

En la primera semana de septiembre del año pasado se propició un debate público en Israel, que probablemente fuera el colofón de varios años de cavilaciones del gabinete de seguridad judío durante el largo arresto de Arafat. De su repercusión quedó constancia en una entrevista radiofónica con el viceprimer ministro israelí Ehud Olmert.

La eliminación del presidente de la Autoridad Nacional Palestina fue explícitamente considerada entonces como método legítimo. Dos vías se barajaron en palabras de Olmert: La expulsión es una opción. El asesinato es otra posibilidad. Ésas fueron las palabras. No se trataba de un asunto moral, en opinión del viceprimer ministro, sino de saber si es práctico o no.

Parece por lo menos chocante que siendo relativamente recientes esas manifestaciones, los documentalistas de la prensa convencional no las hayan tenido en cuenta a la hora de valorar, más allá de las notas oficiales de agencia, las causas del fallecimiento del Rais palestino. Como tampoco se tuvo en cuenta en esa misma línea de investigación el papel de Siria al evaluar la amenaza de magnicidio que esas declaraciones de una representante del Estado israelí comportaban. La iniciativa de Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU fue vetada por Estados Unidos, aunque la moción fuera aprobada luego por 133 naciones en la Asamblea General, con sólo cuatro votos en contra: Israel, Islas Marshall, Micronesia y USA.

Naturalmente, y según su habitual proceder de no respetar las decisiones internacionales relativas al conflicto, el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí estimó esa resolución tan irrelevante como el resto de las resoluciones que son aprobadas en ese organismo por mayoría automática.

En 1.997 un dirigente de Hamas, Khalid Mashal, estuvo a punto de ser envenenado en Amman por el Mossad. El entonces Jefe del Gobierno Netanyahu, obligado por la presión de las autoridades jordanas y la opinión pública, hubo de enviar un antídoto para evitar la muerte de Mashal, víctima del veneno que le habían inyectado dos agentes del servicio secreto israelí. Tampoco entonces supieron los médicos diagnosticar la enfermedad del paciente.

Esos datos constan, no están perdidos en la noche de los tiempos y conviene airearlos cuando los grandes periódicos no los rescatan de sus archivos y nada se sabe con certeza de la extraña muerte de Yasser Arafat. Convendría investigar en esa vía frente a las falaces injurias propaladas por sus enemigos en un vano intento de desprestigiar la memoria del líder de la OLP.

Sería muy previsible en el mercado mediático que, de producirse noticias en un sentido, también se dieran en el opuesto con tal de paliar los efectos de una búsqueda de información que tienda objetivamente a clarificar las causas reales del fallecimiento de Arafat. La teoría del asesinato, por poderosos que fueran los argumentos a su favor, siempre se toparía con los eficaces e influyentes medios masivos de comunicación afectos al Imperio, cuya capacidad de réplica desde la intoxicación nadie duda.

Por eso es más que probable, tal como se viene incrementando en los últimos días, que el silencio vele por mucho tiempo por qué la vida del Rais se apagó en París una madrugada de otoño.

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