martes, 16 de noviembre de 2004

Segunda victoria sobre la mentira y el terror

Félix Población

Los más jóvenes no lo recordarán porque El Alcázar fue un periódico ultra que no superó la década de los ochenta. De sus páginas dimanó la trama que avergonzó a España y a Europa con el intento de golpe de estado del 23-F. Incapaz de acomodarse a los nuevos tiempos, el diario no pudo superar en su cerrilismo retrospectivo el insoslayable tránsito democrático con que el país se acogió a la modernidad y a las recobradas y debidas libertades.

Salvadas las distancias, un lector u oyente objetivo de los medios adscritos a la derecha ideológica más pura y dura tiene la sensación hoy de que el espíritu del viejo diario, con toda su antológica salmodia de tópicos contra el socialismo y su contubernio masónico-separatista, vuelve a campar entre sus más cualificados voceros. Esa afinidad se manifiesta sobre todo cuando, como acaba de suceder, la cadena de enredos y mentiras del gobierno Aznar tras la tragedia del 11-M es desmontada al detalle por el actual presidente de la nación.

Las comparecencias de don José María y don José Luis, separadas por un lapso de tiempo que sirvió para refrendar aún más la identidad del único terrorismo culpable, han permitido a los españoles sin prejuicios una mayor clarificación acerca del indefectible dictamen de las urnas. Perdió quien perdió la confianza de los ciudadanos y empeñarse en apelar a otras influencias supone un vano intento de falacia sobre las propias mentiras. Mantenerlo y no enmendarlo representa tal despropósito por parte de Partido Popular que su aislamiento actual en el Parlamento quizá sólo sea un adelanto del que le deparará la sociedad española si no rectifica su trayectoria.

No parece que así sea a juzgar por las declaraciones pendencieras del señor Zaplana en alusión a la reciente comparecencia del presidente del Gobierno. Una oposición política equilibrada y responsable no se puede diseñar desde el resentimiento, la inquina o el afán de desquite que deja entrever el jactancioso don Eduardo con sus actitudes y sus amenazas. Esa animosidad, compartida con el señor Acebes y en servil sintonía con la de su patrono honorario desde que se fue sin irse, ha acabado por reducir a don Mariano Rajoy a la soledad en medio de un partido escorado temerariamente hacia la derecha inveterada.

Fue Aznar quien perdió las elecciones el pasado 14-M, y si su poder tutelar se mantiene sobre sus fieles, sin admitir renovaciones y reajustes que tiendan a rescatar para el partido una posición de centro integrador, es muy posible que al PP le aguarde una larga espera en la oposición. Tan larga como intenso está resultando ser el entusiasta valimiento de los ultramedia en esa línea de beligerancia que tanto recuerda a la derecha intratable de la primera transición.

Lo más grave de todo esto es que la presencia de esa oposición incivil y rencorosa, incapaz de asumir con decencia democrática su derrota en las urnas hace nueve meses, fue observada a través de la televisión por millones de ciudadanos. Volver a sostener la mendacidad de sus argumentos sin un solo dato fiable, con la misma prepotencia e igual falta de decoro, supuso una doble dosis de infatuada soberbia tras la soportada en las fechas de la masacre terrorista. Si se considera que entre esa masiva audiencia estaban también quienes sufrieron la tragedia, no vale sólo lamentarse por el espectáculo. Sólo cabe la indignación.

Lo volverían a proclamar los votos, con mayor resolución que el 14-M, si esa audiencia tuviera otra vez delante la posibilidad de ejercer la libertad de elegir, con la libertad de la razón, frente al terror y la mentira. La comparecencia de las víctimas ha sido todo un alegato a favor de toda la verdad y la dignidad de su búsqueda al margen de intereses partidistas.

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