El antisemitismo de Israel
El propio movimiento sionista coqueteó con el colonialismo y el antisemitismo de la época. No hay que olvidar que se trata de una ideología que nació en Europa en el siglo XIX de la mano de intelectuales racistas y supremacistas que creían en una raza superior.
Tania Lezcano | 11/09/2025
Uno de los mayores comodines que utiliza Israel para justificar sus acciones genocidas y de limpieza étnica es sin duda el antisemitismo. Sin embargo, si nos atenemos a las pruebas, la realidad es que no hay entidad más antisemita que el propio Estado de Israel. Y actualmente nada fomenta el antisemitismo (entendido como el odio a la población judía) más que sus propias acciones, como vamos a ver.
Los palestinos son semitas
Por un lado, ¿qué es el semitismo? Según términos meramente lingüísticos, los pueblos semitas son aquellos que hablan lenguas del territorio que bíblicamente Noé dejó a su hijo Sem, y que incluyen el árabe, el hebreo antiguo y el arameo. Toda referencia racial o étnica al semitismo es en realidad pseudocientífica y sin validez a día de hoy, debido a la evolución histórica de los pueblos. A pesar de esto, incluso ateniéndonos solamente a la narrativa sionista, los actuales habitantes del Estado de Israel no proceden del antiguo reino bíblico de Israel, por mucho que se empeñen. La realidad es que su origen es principalmente europeo, empezando por los líderes espirituales y políticos del sionismo.
Y, de hecho, el hebreo moderno tampoco es ya plenamente semita. Es una creación artificial que promovió a finales del siglo XIX Eliezer Ben-Yehuda, un sionista de la Rusia zarista que formaba parte del Movimiento Nacional Judío, germen del Movimiento Sionista. Consciente de la necesidad de una lengua común a toda la comunidad judía que llevaba dos mil años en otras partes del mundo (cada una con su cultura y su lengua), desarrolló una nueva que se pudiera utilizar para la comunicación diaria. El hebreo clásico no era suficiente, ya que se limitaba a los textos litúrgicos, que no contenían vocabulario para el día a día. Así que este nuevo idioma, aunque tiene raíces del hebreo antiguo, integra vocabulario y elementos de otras lenguas, como el árabe, el yiddish, el inglés y otras lenguas de las diversas comunidades judías en el mundo. Cualquiera argumentaría que todas las lenguas evolucionan e integran nuevos elementos de otras, pero lo que caracteriza al hebreo moderno es que se hizo de manera totalmente artificial y con una motivación puramente ideológica, no de forma natural con el paso de los siglos. Toda esta explicación nos lleva a entender que el palestino, como arabófono que es, es un pueblo semita. Y, al querer aniquilarlo, Israel se muestra como un Estado antisemita en sí mismo.

La discriminación hacia otros judíos
Por otro lado, es cierto que el término «antisemitismo» se ha utilizado principalmente desde el siglo XIX para denominar el odio y la discriminación hacia las personas judías en general, por motivos no solo religiosos, sino también culturales o étnicos. Aunque las comunidades judías del mundo en realidad no comparten un origen étnico común, ya que proceden de diferentes partes del globo, no es menos cierto que han recibido todo tipo de hostilidad por esa idea. Por su parte, el Estado de Israel es tremendamente racista, rasgo inherente al sionismo. Y es que, a pesar de defender la falsa idea de una etnia común (inexistente), en la realidad ha fomentado el antisemitismo hacia otras comunidades judías que considera inferiores, ya que enaltece a la asquenazí (la procedente de Europa Central y Oriental), considerando ciudadanos de segunda a quienes proceden de las poblaciones judías sefardíes o mizrajíes. Respecto a estas últimas, es común que ellas mismas rechacen esta etiqueta con la que las clasifica el Estado, ya que la comunidad mizrají procede de países de Oriente Próximo y el norte de África, pero consideran que este término los engloba en un mismo concepto y prefieren ser denominados por sus países de origen, debido a la lógica diversidad que existe y que Israel, en su alarde etnocéntrico, pretende ignorar.
Pese a lo que el sionismo predica, no se pueden pasar por alto dos mil años de historia en diferentes lugares del mundo, hacer como que eso no ha ocurrido y fingir que ese larguísimo periodo es solo un paréntesis para el regreso a la «Tierra Prometida». Esto es lo que el sionismo vende, con lo que adoctrina a su ciudadanía y lo que pretende que acepte el resto del mundo. Que esa tierra siempre fue suya y los palestinos («los árabes» es el término que ellos utilizan, ya que no otorgan al pueblo nativo ninguna especificidad) solo estuvieron «en su ausencia». En este sentido, es muy interesante el libro de la filóloga y activista israelí Nurit Peled-Elhanan, Palestine in Israeli School Books: Ideology and Propaganda in Education. Aunque fue publicado en 2012, es imprescindible para descubrir cómo el Estado sionista inculca a las nuevas generaciones falsas ideas y falacias que nos permiten comprender la deshumanización que existe en la sociedad israelí hacia el pueblo ocupado.
Por todo esto, la negación del pasado diverso de las distintas comunidades judías también supone antisemitismo por parte del sionismo, ya que elimina de cuajo toda su historia para imponer a la fuerza un pasado común de hace más de dos mil años.

El colonialismo y la fusión sionismo-judaísmo
Por si todo esto fuera poco, el propio movimiento sionista coqueteó con el colonialismo y el antisemitismo de la época. No hay que olvidar que se trata de una ideología que nació en Europa en el siglo XIX de la mano de intelectuales racistas y supremacistas que creían en una raza superior. El primer líder del sionismo político, Theodor Herzl, escribió en sus Diarios: «Los antisemitas serán nuestros amigos más fiables, y los países antisemitas, nuestros aliados». Y es que los fundadores de esta ideología la concebían ya como un proyecto colonialista a semejanza de las potencias europeas y consideraban que los propios antisemitas ayudarían a la creación de un Estado judío, proponiendo el diálogo con ellos. De hecho, es de sobra conocida la Declaración Balfour, firmada en 1917 por Arthur Balfour, el ministro de Relaciones Exteriores británico. En su declaración prometía al pueblo judío un «hogar nacional» en Palestina, a pesar de no tener ninguna autoridad moral para ello. El sionismo nunca ocultó sus intenciones colonialistas y se valió de todo para conseguirlas, incluso de estas buenas relaciones con reconocidos antisemitas con el fin de alimentar la emigración masiva de judíos a Palestina para así solucionar el «problema judío» en Europa. Más ejemplos de esto son el Acuerdo de Haavara con el régimen nazi o el entrenamiento militar por parte del gobierno polaco en los años 30. De hecho, el sionismo nació como un movimiento laico y barajó diferentes lugares para ocupar, como Uganda. Finalmente, sus artífices optaron por Palestina porque consideraron con acierto que la «Tierra Prometida» les otorgaría una coartada religiosa que sería más fácil de vender a las diferentes comunidades judías a la hora de pedirles que emigraran.

Como decimos, el sionismo no tenía en origen ningún vínculo con el judaísmo. Este se creó por mera conveniencia, haciéndolo uno. Por ello, Israel, como producto final de esa ideología supremacista, es culpable directo de que el mundo la asocie con el judaísmo. Era lo que pretendía, pasando por encima de toda la comunidad judía, fusionando ideología y religión. Así, después del pueblo palestino y otros pueblos árabes de la zona, las poblaciones judías son las mayores afectadas por el sionismo, ya que Israel decidió unilateralmente utilizar su religión e instrumentalizar a un pueblo que sufrió tanto en la historia para sus propias pretensiones ideológicas similares irónicamente a aquella ideología que una vez intentó aniquilar a los judíos. Por lo tanto, el sionismo es también antisemita por esta instrumentalización deliberada del sufrimiento de las comunidades judías en todo el mundo y por subyugarlas a todas a una única ideología supremacista y etnocéntrica. Y, por si fuera poco, utiliza el mismo término que designa a quien odia a los judíos («antisemita») para designar también a quien condena y ataca el sionismo y las prácticas supremacistas del Estado de Israel, incrementando la confusión deliberada entre ideología y religión. Además, usa este término también contra las personas judías antisionistas que condenan las políticas de Israel, despojándolo así de todo su sentido real y resultando incluso esperpéntico.
El desmantelamiento del sionismo
Por todo esto, debido a las características propias del sionismo como ideología, no cabe negociación posible con él. Al igual que a nadie se le pasó por la cabeza negociar con el nazismo que por favor dejaran vivir en paz a los judíos (porque naturalmente no lo iba a hacer), es imposible intentar negociar con el sionismo que acepte un Estado palestino o la mera existencia de ese pueblo. Simplemente porque entre las pretensiones del sionismo se encuentra la expansión hasta conseguir lo que llama El Gran Israel, con población exclusivamente judía, y nada le hará cambiar de opinión.
Para conseguir la paz, solo cabe el desmantelamiento del sionismo, como en su día se hizo con el nazismo en Alemania y con el sistema de apartheid en Sudáfrica (recordamos también que Israel impone su propio apartheid en Cisjordania). Este desmantelamiento no implica ningún daño hacia los judíos por ser judíos, no se trata de antisemitismo, sino de una posición política contra una ideología supremacista y genocida. De hecho, el mayor foco sionista del mundo ni siquiera es judío: es el Congreso de Estados Unidos. También diferentes países de la Unión Europea. Porque se trata de un proyecto colonialista que nada tiene que ver con religiones, sino con política. Hasta que esto no se comprenda, se interpretará erróneamente lo que ocurre y se permanecerá, en el mejor de los casos, en la más absoluta ingenuidad, al creer en la buena voluntad de Israel; y, en el peor, en una terrible complicidad que seguirá masacrando, aniquilando y expulsando al pueblo palestino.
PERIODISMO ALTERNATIVO