jueves, 11 de septiembre de 2025

EN AQUEL REPUBLICANO "DÍA DEL PEDAL" DE 1933 ESTABA MI PRIMERA BICICLETA



Félix Población

Muchas de las fotografías de Constantino Suárez fueron publicadas en los diarios gijoneses de la época, sobre todo en El Noroeste. Al objeto de que quienes aparecían en las instantáneas compraran el periódico al día siguiente, era habitual que, cuando se trataba de fotos con grupos numerosos de gente, se tratara de captar al mayor número de personas identificables por su rostro.

Es el caso de esta nueva imagen que nos aporta el Muséu del Pueblu d'Asturies, depositario de la valiosa colección del fotógrafo gijonés, con motivo de lo que se llamaba en tiempos de la Segunda República la Fiesta del Pedal, equivalente en su versión regional a lo que hoy es el Día Mundial de la Bicicleta. También entonces se reivindicaba el uso de la bici, así como una rebaja en la matrícula municipal, como es el caso de esta convocatoria celebrada en Gijón en 1933, la segunda según leemos de las se organizaban en Asturias, después de la que tuvo lugar en Oviedo en 1931.

Aunque el pie informativo de la instantánea nos dice que se tomó en la Plaza del Carmen, debe puntualizarse que entonces no se llamaba así sino Plaza de Galán, en honor a Fermín Galán, uno de los militares republicanos fusilados (1930) durante el reinado de Alfonso XIII junto a su compañero el capitán José García Hernández, que se habían adelantado en Jaca con su sublevación meses antes de la proclamación de la Segunda República. (No se suele mencionar al recordar este episodio, con una monarquía y una dinastía borbónica restaurada, que aquel régimen también murió fusilando, como el del dictador restaurador muchos años después).

Me puntualiza mi apreciado Luis Miguel Piñera, cronista de Gijón, a propósito de la fotografía inferior coloreada -también de Suárez- que amablemente me adjunta, que consta en el rótulo de la plaza por esos años el nombre del militar republicano, junto a un triángulo masónico en homenaje a la organización a la que pertenecía.

Aparte de un recorrido por la ciudad, los ciclistas reunidos ese Día del Pedal, en su mayoría jóvenes, celebraron varias competiciones de habilidad y destreza sobre la bici, así como una comida campestre en los alrededores de la villa. Estoy convencido, por su afición a la bicicleta, que entre esos ciclistas se encontraría mi tío José Bernardo, que por entonces sería un espigado adolescente que ejercía como auxiliar de guarnicionero, y cuya pesada, averiada y herrumbrosa bicicleta, abandonada en la galería de la modesta casa campesina de mis abuelos, fue mi primera y tardía bici, sin que encontrara un generoso mecánico que me la quisiera poner a punto para ir pedaleando hasta las pequeñas playas emboscadas o la mar del puerto exterior, con mi caña de pescar y una cesta en la que metía peces y empezaba a guardar versos.

Siempre pensé que aquel tardío y la vez imposible acceso al sillín de aquella vieja y maltrecha bicicleta que quedó varada al pie de mis quince o dieciséis años, originó en mi ánimo un arraigado sentimiento de frustración que no dejo de reparar desde que con el primer sueldo me compré mi primera bicicleta un lustro más tarde. No podría cuantificar cuántos miles de kilómetros avalan ese afán de reparación durante medio siglo, pero me temo que nunca los consideraré bastantes.


DdA, XXI/6099

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