miércoles, 22 de octubre de 2025

HACER LO QUE PODEMOS ES EN MUCHOS CASOS MÁS DE LO QUE CREEMOS

Conviene prestar atención a esta joven articulista, colaboradora de CTXT y otros medios. En este artículo afirma que hay que molestar, incordiar, salir a la calle, alzar la voz, enfrentarse a los fascistas, boicotear marcas, negocios y eventos de todo tipo y no dar ni un solo paso atrás ni dejarse arrastrar por el derrotismo, la propaganda, los insultos, el conformismo o los cínicos cantos de sirena de aquellos que quieren enmascarar como una posición política lo que no es otra cosa que crueldad y psicopatía. Sin embargo, la línea que separa la crueldad de la estupidez es tan sutil que, en la mayoría de las ocasiones, apenas se distinguen.



Silvia Cosio

La vida tiene a veces un extraño sentido del humor y mientras en Glendale, Arizona, se celebraba ese espectáculo de propaganda fundamentalista –a medio camino entre la pornografía emocional fascista y la blasfemia– que fue el funeral del podcaster supremacista blanco Charlie Kirk, yo me encontraba velando a mi abuela Nieves. Mientras miles de personas ensalzaban la figura de un tipo despreciable, yo lloraba la muerte de una buena mujer. Y mientras la viuda del podcaster se paseaba por platós e iglesias cargada de diamantes, manteniendo así en marcha el negocio próspero del odio fundado por su esposo, mi familia donaba la austera ropa de mi abuela y repartía entre sus nietos y nietas su colección de abanicos, cuyo valor es puramente sentimental y, por eso mismo, incalculable.

La vida tiene un extraño sentido del humor, o eso queremos creer para darle un poco de sentido a este camino azaroso, desconocido e intrigante que llamamos vida. Porque resulta que si alguien nace en una pequeña localidad costera del norte de la península, en el seno de una familia de buenas personas, de gente que logró huir del hambre y la miseria tras haber perdido la guerra, puede llegar a la vida adulta y gozar de una existencia feliz, próspera y en paz. Pero si hubiera nacido en las mismas fechas y en el seno de una familia de buenas personas que intentan huir del hambre, la miseria y la guerra pero en la Franja de Gaza, ahora seguramente estaría muerta o querría estarlo después de haber visto cómo Israel asesinaba a sus hijos, a sus amigos y a sus vecinos.

Y en esto consiste todo: en el absurdo y caprichoso azar que nos coloca a cada uno de nosotros en un lugar, un tiempo y unas circunstancias determinadas. Y con todas estas cosas tan alejadas aparentemente de nuestro control, tenemos que hacer lo que podemos. Que, en muchos casos, es mucho más de lo que creemos.

Cinco personas en Figueres cortaron una pequeña carretera durante el paso de la Vuelta por su localidad en protesta por el blanqueamiento del estado genocida de Israel que los organizadores de la competición ciclista estaban haciendo al permitir que compitiera un equipo de ese país. Estas cinco personas, que fueron saludadas por la prensa entre burlas y quejidos –¡oh, el Deporte, esa deidad pura, inmaculada, intocable e imparcial!–, desencadenaron una marea imparable de solidaridad hacia el pueblo palestino, y de denuncia del genocidio que está padeciendo, que ha obligado a nuestro gobierno a tener que tomar partido y mover ficha. Pero no debemos olvidar que millones de personas en toda Europa llevan meses saliendo a la calle a pesar de la propaganda, las cínicas acusaciones de antisemitismo y la violencia policial. Y con su impulso, determinación y tenacidad están obligando a que sus gobiernos dejen de ser cómplices de Israel.

De la misma manera, miles de ciudadanos norteamericanos cada día plantan cara al ICE –la Gestapo de Trump– y ponen su cuerpo para evitar que sigan secuestrando ilegalmente a personas en la calle, u organizan patrullas vecinales para así poder poner sobre aviso a las posibles víctimas, o monitorizan cada día por GPS los movimientos de estos matones encapuchados –que no hay que olvidar que son voluntarios y carecen de órdenes de arresto o registro– para anticiparse a las redadas o protestan ante sus instalaciones u ofrecen asesoramiento legal gratuito a sus conciudadanos. 

Los cínicos podrán argumentar que todas estas cosas no sirven para nada, o nos querrán enredar con ridículos debates lingüísticos sobre el término genocidio, nos dirán que las leyes, aunque injustas, están para ser cumplidas, que evitar que se lleven de la calle a una persona no acaba con los pogromos del ICE, que parar la Vuelta no acabará con los bombardeos israelíes o que la dimisión de una consejera no mejorará el diagnóstico de una enferma de cáncer de mama. También escribirán largas columnas o soltarán peroratas en sus canales de YouTube argumentando que es normal que te secuestren en alta mar y que si te metes en líos con las autoridades o con un gobierno genocida que no vengas luego a llorar. Te dirán desde la comodidad de sus despachos, oficinas o casas que mejor te calles, que obedezcas, que mires hacia otro lado, que estas cosas te vienen grandes, que no es tu problema, que no vas a cambiar nada. Y te dirán todo esto con desparpajo y tonillo de superioridad moral a sabiendas de que te están mintiendo a la cara.

Porque el peso de la opinión pública sigue siendo un factor decisivo a la hora de la toma de decisiones en los países democráticos. Porque gracias a la opinión pública se ha conseguido que se tambaleen gobiernos y se adelanten elecciones, que se dé marcha atrás en proyectos de ley impopulares, que se retiren las tropas militares enviadas de manera ilegítima a países extranjeros, que se deje de hacer negocio con estados criminales, que no se financie un genocidio e incluso que se lleve a sus responsables ante los tribunales internacionales.

Pero para que esto suceda hay que molestar, incordiar, salir a la calle, alzar la voz, enfrentarse a los fascistas, boicotear marcas, negocios y eventos de todo tipo y no dar ni un solo paso atrás ni dejarse arrastrar por el derrotismo, la propaganda, los insultos, el conformismo o los cínicos cantos de sirena de aquellos que quieren enmascarar como una posición política lo que no es otra cosa que crueldad y psicopatía. Sin embargo, la línea que separa la crueldad de la estupidez es tan sutil que, en la mayoría de las ocasiones, apenas se distinguen.

CTXT DdA, XXI/6142 

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