Este estado emocional de ansiedad, provocado ahora por el fuego, me parece a mí muy permanente y generalizado en el conjunto social, pero creado por otros fuegos que no queman montañas sino mentes: son todos esos medios que anulan la racionalidad, sembrando continuamente emociones a través de las cuales nos cuelan ideas, odios y antivalores negativos o cultivando sesgos que no dejan espacio para la razón y permiten la manipulación de las conciencias.
Hoy es el decimosexto día desde el inicio del fuego en Anllares. La total ausencia de medidas de prevención (cortafuegos, desbroces,...) durante años por irresponsabilidad de la Junta de Castilla y León, y la carencia de medios materiales y humanos para hacer frente al fuego provocaron que durante 12 días este avanzase sin control, tragándose montes y causando desánimo, impotencia y frustración en las gentes de la zona, que veían cómo se acercaba el voraz incendio sin oposición.
El lunes, día 18, la Autoridad ordena la evacuación total de todos los pueblos de Fornela, una decisión tomada porque el valle solo tiene una vía de salida, que podía verse afectada por el fuego. La mayoría abandona su casa con el ánimo encogido, con temor por lo que pueda suceder, un temor que crece durante el viaje hasta Fabero al comprobar la falta de medios materiales y humanos para hacerle frente. La preocupación aumenta con la sensación de que, ante la proliferación de incendios en la provincia de León -a los que se añaden otros varios en otras provincias y comunidades-, Fornela es "territorio sacrificable". El día 19, martes, sofocado el incendio en Laciana y aparentemente "controlado" el de Anllares en la zona sur, llegan por primera vez al valle medios suficientes para hacer frente al avance del fuego y proteger los pueblos. Y entre los evacuados en Fabero, reconfortados por la solidaridad con la que fueron acogidos y con las noticias sobre la llegada de efectivos, los ánimos se mueven entre la esperanza y el sosiego, convencidos de que al día siguiente podrán volver a sus casas. En los pueblos, los que se han quedado o los que han regresado desde Fabero por el monte para proteger sus casas o sus pueblos o sus montes (hay desobediencias llenas de dignidad y de sentido común) sienten ese día, casi con euforia mientras regresan exhaustos después de un día de trabajo en labores de extinción (y así lo transmiten), que la batalla está casi ganada o se va a ganar muy pronto. La situación está "bajo control".
Desde el miércoles, día 20, los ánimos se mueven en un vaivén que fluctúa entre la desesperación que ya el jueves comienzan a sentir los desplazados a Fabero y la esperanza que, desde los pueblos se trata de sembrar cada vez que "queda poco para acabar con el fuego". Y, como en el mito de Sísifo, el ánimo remonta hasta muy cerca de la cumbre cuando al final del día, tras la actuación de los efectivos aéreos y terrestres, la columna de humo es minúscula y nos vamos a la cama, unos con la sensación de que se ha extinguido el fuego y otros con la esperanza de que "mañana seguramente volvemos al pueblo".
Ayer, viernes 22, a las 10 de la noche, desde Trascastro contemplábamos la ausencia de humo como indicio semiológicamente evidente de ausencia de fuego y algunos nos fuimos a la cama con la convicción de que al día siguiente en la zona de Trascastro y, por tanto, Chano y Guímara estaríamos libres de este incendio. La misma expectativa se extendía a la situación en Cariseda. Pero hoy, a las cinco de la mañana, cuando, urgido por una necesidad biológica, me levanté y me asomé a la ventana desde la que veo la braña de Trascastro, contemplé varios frentes de vistosas llamas iluminando la noche, y aquella esperanza nocturna, como la roca de Sísifo, se despeñó montaña abajo y se convirtió de nuevo frustración y temor, que, supongo, será aún mayor para los que están esperando con ansiedad la vuelta a casa.
Y, tras la micción, volví a la cama pero, insomne y un tanto desesperanzado, no pude entregarme al sueño y me dediqué a escribir esta reflexión, considerando que en los claroscuros que se generan en estos vaivenes del ánimo, cuando la razón está adormecida, los monstruos aprovechan su oportunidad inocular sus tramposos relatos para evadir sus responsabilidades. Más aún, este estado emocional de ansiedad, provocado ahora por el fuego, me parece a mí muy permanente y generalizado en el conjunto social, pero creado por otros fuegos que no queman montañas sino mentes: son todos esos medios que anulan la racionalidad, sembrando continuamente emociones a través de las cuales nos cuelan ideas, odios y antivalores negativos o cultivando sesgos que no dejan espacio para la razón y permiten la manipulación de las conciencias. Es lo que tiene el fuego, que, si lo miras bien, te aclara los claroscuros.
Salud y suerte, que es el mensaje que uno suele lanzar cuando no tiene un asidero mejor.
DdA, XXI/6081
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