Las derechas -escribe Enrique del Teso, con cuya amable colaboración se honra este DdA- vienen tratando los toros como símbolo de España. Como símbolo, el mundillo del toro nos lleva a la España cartón piedra, como disecada, atrasada, cutre y casposa, que cree que la ignorancia es autenticidad y desparpajo, y ruge con orgullo su rudeza. Como símbolo, las derechas sobreactúan, como lo hacen ante la bandera y el propio nombre de España. Que los toros honran a nuestros antepasados y son la esencia de la ciudad es ideología. «Es una cuestión de libertad. La Feria no tiene ideología», dijo Moriyón. No. Aquí los toros no interesan. La Feria es solo ideología.
Enrique del Teso
«La Feria de Begoña honra la historia de
Gijón y a nuestros antepasados». Lo dijo Moriyón tras conseguir la alcaldía con
el apoyo de Vox, recién llegada de la plaza de Colón, de la manifestación
contra Sánchez por España. Cuestión de sensibilidades. La mía es que relacionar
los toros de Begoña con mis antepasados es casi literalmente cagarse en mis
muertos. La prensa llariega de más tirada, La Nueva España y El
Comercio, aplauden con entusiasmo. «La pasión taurina ya retumba en Gijón»,
titula El Comercio. «Gijón tiene ganas de toros» dice La Nueva España.
¿Por qué no tendrán una sección taurina? ¿Por qué, si tanto gusta el toreo
aquí, ninguno de los dos periódicos hizo ni hace nunca una crónica de la Feria
de San Isidro, la Champions del toreo? Tiene uno que ir a Google para enterarse
de que Morante de la Puebla y Alejandro Talavante fueron los triunfadores del
cotarro de Las Ventas. Hablan de fútbol hasta en agosto, cuando no hay fútbol,
y no hablan de corridas de toros ni siquiera en San Isidro. A ello volveremos.
Alfonso X, en el siglo XIII, y Quevedo,
en el XVII, expresaron repulsa a la fiesta taurina, cada uno por sus razones.
Isabel la Católica, de españolidad tan contrastada, también mostró repugnancia
en el siglo XV. La lista de personajes antitaurinos y la de personajes
adoradores de los toros son extensas. Esas listas revelan la evidencia de que
los toros fueron polémicos siempre, y siempre por la misma razón. No se habían
inventado la izquierda woke, ni los veganos, ni los animalistas, y la
fiesta taurina ya era controvertida por lo mismo que hoy. Libertad, dicen: si
tanta controversia hay, que cada uno haga lo que quiera, el que no quiera ir a
los toros que no vaya. ¿Pueden los poderes públicos meter las narices en lo que
la gente quiera o no quiera ver? Veamos el asunto (otra vez) y veamos el caso
de Gijón.
Poco antes de la pandemia, en Barcelona,
un señor abandona a su perro y, para evitar el impulso del animal a seguirle,
le partió las patas. Años antes, una pandilla se dedicó a la diversión de
serrar las patas delanteras de perros que encontraban. El apego de un perro con
su dueño es intenso y el dolor y perturbación emocional del animal cuando su
dueño le parte las patas no es, para nosotros, como el de una almeja o una
mosca a la que se quitan las alas. La expresión bíblica para referirse a los
demás, a esos a los que hay que amar y respetar, es «semejantes». Ama a tus
semejantes, dice. La cosa es profunda. Si nos enteramos de que alguien partió
las patas a su perro para abandonarlo o que se divirtió con sus amigotes
serrando patas a perros, a la mayoría nos costaría imaginar que es una buena
persona. Un perro es un mamífero que, por su cercanía evolutiva, se expresa de
manera muy reconocible para los humanos. Nos es demasiado semejante, en el
sentido bíblico. Sin entrar en posiciones animalistas, quien parte las patas de
su perro o se las sierra manifiesta un nivel de impiedad trasladable a su
conducta con humanos. La forma de tratar a los animales moldea aspectos de nuestra
convivencia, dibuja algunos de los límites que nos damos para nuestras
relaciones sociales. Parte de la dignidad humana está en la forma en que
tratamos con nuestros semejantes, los semejantes a los humanos. La intuición de
cualquiera sugiere que sí debe haber una ley que diga que mutilar a un perro serrándole
las patas es un delito, no un acto de libertad. Y muchos pensamos que cualquier
redacción de esa ley llevaría a prohibir la fiesta taurina. Los mugidos de
dolor; los borbotones y coágulos de sangre expulsados en cada respiración; las
picas de metal emitiendo un chasquido al entrar en su carne; el movimiento de
cabeza inducido con la capota por los monosabios que salen cuando el toro
recibe el estoque, para que, con el balanceo, la espada que ya tiene dentro
rasgue las vísceras del animal; todo eso son componentes de un divertimento
público. La sensibilidad de mucha gente siempre repugnó un espectáculo tan
violento, donde el sufrimiento de un semejante se oye y se ve a escala muy
cercana a la humana. Y la evolución de la sensibilidad social va repugnando
cada más este tipo de carnicerías. Antes, los caballos que usan los picadores
no llevaban peto protector. Lo habitual era que la embestida del toro le
rasgase el vientre y cayeran a la arena las vísceras del caballo. Tripas en
charcos de sangre eran parte de la fiesta. En 1929 se hizo obligatorio el peto
protector. La resistencia de los picadores fue feroz, porque dañaba su arte. La
obligación legal se aplicó a regañadientes y se siguió eviscerando a los
caballos hasta los años 40. Siempre fue así la sensibilidad taurina, un quiste
de otros tiempos que se resiste al avance de la civilización.
No cabe duda de su arraigo y su
incardinación en el folclore en determinadas zonas, donde la eliminación de la
fiesta taurina ha de plantearse con prudencia y debate. Pero no en Asturias y
no en Gijón. Volvemos al principio. No hay secciones taurinas en los periódicos
ni en los medios asturianos, ni siquiera cuando están sucediendo los grandes
momentos del espectáculo, porque no hay interesados. Es chistoso que nuestra
prensa solo hable de los toros para decir cuánto nos gustan, pero no hable de
las corridas de toros que tanto nos gustan, y que solo amemos los toros en Begoña y se aplaque nuestro amor el resto
del año. Aquí la fiesta tiene el mismo grado de violencia por el que es
controvertida desde la Edad Media, pero no tiene arraigo en la población, por
lo que el acto político de eliminarla es simple y sencillo. El puñado de
vecinos que irá a los toros no indica el arraigo de ese espectáculo en la
ciudad, como se ve el resto del año. Y si Begoña va convirtiéndose en una
peregrinación de las derechas más ordinarias y carcas, será eso: una
peregrinación ideológica. Si hubiera afición, estaría en los medios todo el año.
Hasta en los sanfermines aquí se habla solo de los encierros, y no de las
corridas. No verán en El Marca titulares encareciendo la pasión popular
por el fútbol. No lo verán, porque la afición por el fútbol salta a la vista,
no necesita propaganda.
Porque es propaganda. Propaganda
política. Las derechas vienen tratando los toros como símbolo de España. Como
símbolo, el mundillo del toro nos lleva a la España cartón piedra, como
disecada, atrasada, cutre y casposa, que cree que la ignorancia es autenticidad
y desparpajo y ruge con orgullo su rudeza. Como símbolo, las derechas
sobreactúan, como lo hacen ante la bandera y el propio nombre de España.
Sobreactúan los símbolos nacionales porque en ellos son símbolos de exclusión.
Solo pone la bandera nacional en el balcón quien cree que así da la cara contra
la mitad de sus compatriotas, a los que detesta. Las derechas manejan la fiesta
taurina de esa misma manera. En Las Ventas, durante los treinta y tantos días
que duran las corridas de San Isidro, hay siempre varios tenderetes de Vox
encajando como anillo al dedo. No siempre fue así, pero hace tiempo que las
corridas de toros, además del elemento de barbarie por el que siempre tuvo
detractores, es un elemento identitario de la ultraderecha y de la versión más
rancia de las derechas tradicionales. «La Feria de Begoña honra la historia de
Gijón y a nuestros antepasados», «es la esencia de la ciudad», «dos años de
libertad». Son expresiones de Moriyón sobre la feria taurina de Begoña. Nadie
habla así del fútbol. Son expresiones cursis, descomedidas e impostadas (por
Dios, los toros la esencia de Gijón …). Es la sobreactuación y desmesura de la
derecha con los símbolos nacionales, los inventados, como los toros, y los
reales, como la bandera. La bandera en sí misma no tiene por qué ser
ideológica, ni el ejército. El embeleso ante los uniformes y el rapto emocional
ante la bandera sí lo es, es derechona carcunda. No diré que cualquier
aficionado a los toros es un sádico o un facha. Pero todo eso de que los toros
honran a nuestros antepasados y son la esencia de la ciudad es ideología, sí es
la sobreactuación de la derechona. «Es una cuestión de libertad. La Feria no
tiene ideología», dijo Moriyón. No. Aquí los toros no interesan. La Feria es solo
ideología.
DdA, XXI/6065
2 comentarios:
Excelente fichaje.
Es muy de agradecer, en efecto.
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