Según el auto judicial, se había montado una banda en paralelo para favorecer de forma ilícita a empresas energéticas de gas, con lo que Montoro y toda la cúpula de Hacienda podrían haber incurrido en diversos delitos, que Torres especifica en el diario Público. Con lo cual sería difícil establecer una competición entre el Gobierno de Aznar, plagado de delincuentes ministeriales, y el de Rajoy, quien por debajo mantenía una urdimbre de cloacas policiales para atacar rivales políticos y por arriba contaba, además de Bárcenas y otros criminales, con Montorete y su cuadrilla: un ministerio de Hacienda reconvertido en una sucursal de la camorra con olor a naftalina.
David Torres
Gracias a la labor de un juzgado de Tarragona,
acabamos de enterarnos de que el ministerio de Hacienda en tiempos de
Mariano lo podía haber llevado una filial de la camorra napolitana. Bueno,
esto ya lo sabíamos, pero es que ahora lo dice un juez, lo que le da un toque
más solemne al asunto. Sin embargo, tal vez la mía se trate de
una hipótesis descabellada, ya que los leguleyos de la camorra difícilmente
habrían torpedeado la economía de su país con la eficacia y la rapidez con que
lo hicieron Montoro y su cuadrilla. No hubo necesidad de metralletas,
amenazas, explosivos ni butrones, porque todo se hizo a golpe de decreto-ley y
de Boletín Oficial del Estado. Entre la amnistía
fiscal para millonarios, el saqueo de la hucha de las pensiones, los
recortes en becas y el rescate bancario es un verdadero milagro que la
gente no saliera en masa a incendiar las calles o que emigrara a Islandia en
patera.
Fue un atraco limpio, más bien impoluto, en el que los
responsables de Hacienda desguazaron lo poco que quedaba del Estado de
bienestar para que los bancos, los grandes empresarios y las hidroeléctricas se
forraran hasta extremos indecentes. El Ministerio de Hacienda siempre ha
funcionado como una especie de Robin Hood a la inversa, robando a los
pobres para dárselo a los ricos, pero con Montoro, la verdad, se les fue un
poco la mano. Se calcula que, durante su mandato, se limpiaron más de
ciento veinte mil millones de euros públicos a cara descubierta, sin pistolas
ni tiros al aire ni aparatosas huidas en coche ni máscaras que ocultaran el
jeto. No hacía ninguna falta, estaban muy orgullosos de
ello.
Las caricaturas de la época señalaban el parecido entre
Montoro y el Director, el atribulado jefe del Botones Sacarino; o
bien, entre Montoro y el señor Burns, el despiadado propietario de una
planta de energía nuclear en Los Simpson. Ambas comparaciones son
injustas -injustas para los dibujos, desde luego- pero
tampoco podían presentar a Montoro como si fuese el Torete, pegando
el tirón al bolso de una señora desde un Simca. El Torete, el Vaquilla y
los demás chorizos de mi niñez trabajaban los bolsos uno a
uno, pobrecillos, con la sirena de los maderos al fondo, mientras que
esta nueva edición del neocalorrismo pegó el tirón al unísono en
todos los bolsos, las carteras y las cuentas corrientes de España. Lo
que se llama un atraco con todas las de la ley.
El problema es que, además de este latrocinio
perfectamente legal de docenas de miles de millones, al parecer
Montoro se dedicaba también a actividades ilegales. Según el auto
judicial, había montado una banda en paralelo para favorecer de forma
ilícita a empresas energéticas de gas, con lo que él y toda la cúpula de
Hacienda podrían haber incurrido en los delitos de fraude, cohecho,
prevaricación, tráfico de influencias, negociaciones prohibidas, corrupción y
falsedad documental. Con lo cual sería difícil establecer una competición
entre el Gobierno de Aznar, plagado de delincuentes ministeriales, y el de
Rajoy, quien por debajo mantenía una urdimbre de cloacas policiales para atacar
rivales políticos y por arriba contaba, además de Bárcenas y otros criminales,
con Montorete y su cuadrilla: un ministerio de Hacienda reconvertido
en una sucursal de la camorra con olor a naftalina.
Lógico que en el PP anden hasta las narices de Ábalos, de
Cerdán, de Koldo y la banda de robaperas de Sánchez, unos mindundis
que no tienen ni puta idea de la técnica del robo a gran escala. Hay que dejar
estas cosas en manos de los profesionales y nadie más profesional en el arte de
esquilmar un país a fondo que un señor que veraneaba en el yate de un capo del
narcotráfico -por no hablar de la señorita cuyo protocolo sanitario
finiquitó a 7.291 ancianos y para cuyo anónimo novio la Fiscalía acaba de
pedir tres años, nueve meses y un día de cárcel -. Al
igual que Odiseo, el votante español se encuentra una vez más navegando entre
la Escila de la corrupción y la Caribdis de la podredumbre, y siempre se empeña
en tirar por el centro, más bien a la derecha, con lo fácil que sería por una
vez virar el timón todo a la izquierda.
PÚBLICO DdA, XXI/6.045
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