martes, 15 de julio de 2025

GRITOS CON CITA Y GLOSA (XXXV): DE SACRIFICIOS SIN ESPERANZA O LOS SÍNTOMAS FASCISTAS



José Ignacio Fernández del Castro

«Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante toda mi vida, no hubo nunca nada entre yo y la eternidad; a mi espalda soplaba siempre un viento negro y desolado. Al principio de mi existencia, yo no podía saber que iba a ser así; no lo supe hasta llegar a la mitad de mi vida, justo en aquel tiempo en el que había dejado de ser joven y descubrí que algunas de las cosas que siempre había tenido de sobra ahora eran menos abundantes, y que poseía más de algunas otras de las que apenas había disfrutado en absoluto. Y ese descubrimiento de pérdida y de recompensa me hizo reflexionar acerca del pasado y del futuro: en mi origen estaba esa mujer cuyo rostro yo nunca había visto, pero al final no había nada, nadie entre mi persona y ese negro espacio que es el mundo.» Elaine Cynthia Potter Richardson,
conocida como Jamaica KINCAID (Saint John's, Antigua y Barbuda,
25 de mayo de 1949): Inicio de The autobiography of my mother 
–Autobiografía de mi madre- (1996).

Muchos seres humanos, ejemplos de esa ciudadanía de a pie maltratada y marchita, casi silente (o que grita tantas veces sin saber cómo hacerlo ni hacia quién dirigir su grito), se encuentran hoy con un pavoroso vacío entre su ser (biológico, psicológico, social, ontológico incluso) y la eternidad (o, al menos, el mañana)… Condenados a malmorir sintiendo en su espalda ese viento oscuro y desolado que parece un augur lúgubre de la próxima nada, buscan chivos expiatorios de su propio mal fario en quienes aún lo tienen peor, criminalizándolos colectivamente para deshumanizarlos y buscar su extinción (sea por “deslocalización” o por eliminación).

Son, en realidad, todas aquellas personas que, sin el apoyo de un origen (por confusión o pérdida) capaz de actuar como barrera frente la adversidad, tampoco han logrado en el presente compensar la pérdida de viejos ímpetus y afanes con la adquisición de las condiciones de posibilidad de nuevos y más calmados bienestares.

¿Cuánta gente se arrastra en esta situación, privada del manto protector de sus ancestros y víctima de un sistema de exclusión planificada?... ¿Cuánta gente no tiene ya argumento alguno para confiar en una casta política que dice representarla mientras, en realidad, ejerce como eficaz testaferro de los poderes económicos cuyos intereses la condenan?... ¿Cuánta gente, en suma, no encuentra ya ninguna razón para la esperanza?.
Para cada una de esas personas el mundo se ha tornado en un lugar tenebroso e inhóspito... Un espacio con dueños concretos,  valedores políticos y voceros mediáticos, empeñados en desarrollar en la vieja Europa políticas repetidamente fracasadas, empeñados en extraer hasta las últimas gotas de sudor y sangre de eso que llamamos pueblo para, convertidas en dinero público con el que saciar la voracidad de los poderosos y paliar levemente los pesares (es decir, frenar los posibles ímpetus) de quienes, entre la mayoría sufriente, tienen mayor fortuna… Un sistema que se porta, en fin, como los sacerdotes totémicos que intentaban saciar la ira de los fieros dioses tribales de la antigüedad con sacrificios humanos (preferiblemente, claro, doncellas y, siempre, de las clases menos pudientes)... Un sistema empeñado, en suma, en arriesgar la endeble cohesión social en aras del beneficio inmediato de los menos.

Y, de ese obsceno empeño nacen, como síntoma, los insoportables desafueros de las fascistas cazas nocturnas machete en mano.

DdA, XXI/6.042

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