viernes, 20 de junio de 2025

SUPUESTO LADRÓN MAGREBÍ ASFIXIADO POR UN POLICÍA EN TORREJÓN

Como a Tecé, nos cuesta mucho imaginar al policía asfixiando en plena calle a un ladrón español o a un ciudadano alemán que, borracho, le hubiera intentado agredir en la puerta del bar. Probablemente nunca sabremos con certeza cómo operó el racismo en este asesinato, pero sí sabemos que el apoyo que este policía está recibiendo por parte de ultraderechistas entusiasmados con estas imágenes es masivo. Lo peor de la violencia no es el acto físico en sí, sino la tolerancia social.


Gerardo Tecé

España no tenemos demasiados problemas a la hora de denunciar el drama humanitario en la frontera entre EEUU y México. Tampoco nos importa señalar abusos como la rodilla de un policía asfixiando a un tipo –I can’t breath– en plena acera en Minneapolis. La cosa cambia, y mucho, cuando la valla es de Melilla y el asfixiado a manos de un poli muere en Torrejón. Si no me creen, pongan la tele o abran el periódico. Siempre moderados cuando se trata de lo nuestro, los medios españoles huyen de los extremismos: ni a favor ni en contra de asesinatos policiales en la vía pública. Las imágenes son tan duras como claras. Un policía local de paisano, que venía de cenar con otro compañero, está tumbado en el suelo con su cuerpo sobre un hombre. Sus brazos estrangulan el cuello del retenido que, según el propio policía, había intentado robarle minutos antes. La maniobra para inmovilizarlo, mantenida en el tiempo a la vista de los viandantes, hace que algunos presentes en la escena le pidan al policía que pare ya, que lo suelte o lo acabará asfixiando. Efectivamente, lo asfixió. Cuando las asistencias sanitarias llegaron al lugar, sólo pudieron certificar que el supuesto ladrón había sido condenado, sin juicio, a pena de muerte por el intento de robo de un teléfono móvil. El hombre era magrebí. Es un dato que no tendría importancia salvo por el hecho de que cuesta mucho imaginarse al policía asfixiando en plena calle a un ladrón español o a un ciudadano alemán que, borracho, le hubiera intentado agredir en la puerta del bar. Probablemente nunca sabremos con certeza cómo operó el racismo en este asesinato, pero sí sabemos que el apoyo que este policía está recibiendo por parte de ultraderechistas entusiasmados con estas imágenes es masivo.

Asfixiar a una persona, es decir, evitar por la fuerza y de manera prolongada en el tiempo la entrada de aire hasta que su organismo acaba fallando, no es sencillo ni tampoco rápido. Una muerte de este tipo no se puede atribuir a la mala suerte. No es un mal golpe. Hay que ponerle ganas y perseverancia, y este policía local, a pesar de estar en su tiempo libre, se las puso. No fue el único en esmerarse. Tras ser puesto a disposición judicial, a la jueza de guardia no le llegó el caso de un asesinato a la vista de todos, sino el de un policía inmovilizando a un ladrón magrebí. Ella también se esmeró. Lo hizo llevándole la contraria al protocolo habitual en estos casos. Ese que dicta que, con muertes violentas de por medio y una autoría evidente, toca decretar prisión provisional por el peligro público que supone que el autor de un acto violento como este quede en libertad. Revisen casos recientes. Descubrirán que la casualidad ha querido que el protagonizado por este policía haya sido la excepción de la regla. Ese caso único en el que se decreta libertad a pesar de que las pruebas son claras y la gravedad es máxima. No sólo hubo excepción a la regla en las medidas cautelares. A pesar de los interminables minutos de maniobra de asfixia, de las advertencias de los presentes y del conocimiento que el autor tenía de la maniobra que estaba practicando, al policía, según la jueza, no se le pasó por la cabeza la idea de que su actuación acabase con un tipo falleciendo. Esto descarta el asesinato y también el homicidio, y queda como un asunto menor: homicidio imprudente. Es decir, fue sin querer. Un accidente que la ley castiga con entre uno y cuatro años de prisión. Entre el miedo irrefrenable que probablemente sufriera el policía y el no tener ni idea de que cortar la entrada de aire durante minutos podría provocar asfixia, la cosa quedará más cerca de uno que de cuatro años. Lo que técnicamente conocemos como impunidad. Lo peor de la violencia no es el acto físico en sí, sino la tolerancia social.

CTXT  DdA, XXI/6.016

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