Los
articulistas recuerdan el vieja de la pasada primavera del presidente del
Gobierno español a China, cuando el primer mandatario Xi Jinping le instó a
animar a la Unión Europea a "resistir unida" contra la "coerción
unilateral" de Washington, que no se limita al comercio sino a la
política, la cultura y la estrategia global. En tiempos como los de Trump
ahora, preservar la posición de Estados Unidos como superpotencia global ha
adquirido un giro más sombrío, pues los principios democráticos básicos se
están erosionando. Cierto, China carece de libertad de prensa, censura
la disidencia y controla férreamente el discurso público. Pero ¿sigue siendo
tan diferente el Occidente democrático? El trato dado a denunciantes como
Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden sugiere más bien que la verdad
misma se ha convertido en una amenaza para lo que ahora se presenta como la
democracia estadounidense, en lugar de ser su fundamento. ¿Hasta qué punto se socavarán los valores e intereses de la Unión Europea de mantenerse en la actual alianza?
Santiago Zabala/ Claudio Gallo
Mientras Donald Trump avanza a paso
firme en su segundo mandato en la Casa Blanca, Europa afronta una pregunta que
ha evitado durante mucho tiempo: ¿debe seguir aferrándose a su alianza con
Estados Unidos o es hora de trazar un nuevo rumbo, tal vez uno que la lleve
hacia el este?
En abril, el presidente chino, Xi
Jinping, instó al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, a animar a la
Unión Europea a "resistir unida" contra la "coerción
unilateral" de Washington. Esta coerción no se limita al comercio; se
extiende a la política, la cultura y la estrategia global. Para Europa, la
cuestión no es simplemente si Estados Unidos sigue siendo un aliado poderoso,
sino si sigue siendo el aliado adecuado.
Una relación más estrecha con China ofrece ahora claras ventajas,
una idea que probablemente se debatirá en la cumbre UE-China de julio. Si bien
la actitud europea hacia China sigue siendo cautelosa, como lo demuestran los
recientes aranceles a las importaciones de bajo coste de plataformas como Temu
y Shein, el reflejo estratégico de Europa sigue inclinándose por Estados
Unidos, especialmente en finanzas y defensa. Este reflejo, fruto de la
historia, está cada vez más desfasado de los intereses europeos a largo plazo.
Estados Unidos ha perseguido durante mucho tiempo un objetivo global coherente: preservar su posición como única superpotencia mundial. Sin embargo, bajo la presidencia de Trump, su liderazgo global ha tomado un giro más sombrío. Los principios democráticos básicos se están erosionando. Los derechos humanos, la libertad académica y la justicia social han sido objeto de constantes ataques. Desde el apoyo incondicional al devastador ataque de Israel contra Gaza —ampliamente condenado como genocidio— hasta la aprobación de una nueva guerra contra Irán, las deportaciones masivas y el desmantelamiento de la financiación universitaria, el Estados Unidos de Trump está socavando activamente los valores que una vez afirmó defender.
China, por supuesto, enfrenta sus propios desafíos. Carece de libertad de prensa, censura la disidencia y controla férreamente el discurso público. Pero ¿sigue siendo tan diferente el Occidente democrático? En un panorama informativo dominado por un puñado de multimillonarios tecnológicos, plataformas como X y Facebook amplifican la desinformación y las teorías conspirativas, a la vez que marginan el debate público serio. El trato dado a denunciantes como Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden sugiere además que la verdad misma se ha convertido en una amenaza para lo que ahora se presenta como la democracia estadounidense, en lugar de ser su fundamento.
Europa también debe confrontar el
modelo económico y político que comparte con Estados Unidos. La democracia,
antaño motivo de orgullo, funciona cada vez más como una excusa ideológica para
la oligarquía: el gobierno de unos pocos y para unos pocos. Trump encarna este
cambio, al tratar las normas democráticas como obstáculos para la acumulación
incesante. Pero no es el único en esto. En Occidente, la riqueza está cada vez
más concentrada y la política es cada vez más indiferente a las necesidades de
la mayoría de sus ciudadanos.
El contraste entre Washington y Pekín
en política exterior también merece atención. China mantiene una base militar
en el extranjero, en Yibuti, y un puñado de pequeños puestos de apoyo. Estados
Unidos, en cambio, opera más de 750 instalaciones militares en todo el mundo.
Esta vasta presencia podría pronto servir a la renovada imaginación imperial de
Trump: recientemente compartió un video en el que visualizaba a Gaza como la
"Riviera de Oriente Medio" tras afirmar que sus residentes palestinos
serían reasentados en otros lugares. China, por su parte, se opuso a dicho
desplazamiento forzado y reafirmó el derecho palestino a resistir la ocupación
extranjera.
China también se está convirtiendo en
un destino educativo cada vez más atractivo. Con más de 3.000 universidades que
atienden a más de 40 millones de estudiantes, su sistema es amplio y accesible.
La matrícula oscila entre 1.500 y 3.000 dólares anuales, en marcado contraste
con los 40.000 dólares que cobran muchas instituciones estadounidenses.
Universidades como Tsinghua están ganando reconocimiento mundial por su
investigación de alto impacto. Y aunque estas instituciones operan bajo una
estricta censura, siguen siendo una alternativa seria, especialmente ahora que
los campus estadounidenses se enfrentan a la represión estudiantil, la
restricción de visados y la creciente
interferencia política.
¿Por qué, entonces, la UE sigue atada
a una alianza que socava cada vez más sus valores e intereses?
Lo cierto es que Europa aún no es
políticamente soberana. Carece de una economía, un ejército, un sistema fiscal
y un mercado laboral unificados. De norte a sur, de este a oeste, el continente
está fragmentado lingüística, cultural y políticamente. En un discurso
pronunciado en la Sorbona en 2017, el presidente francés, Emmanuel Macron,
habló de «soberanía europea». Pero eso es precisamente lo que aún le falta a
Europa: la capacidad de evaluar sus intereses de forma independiente y formar
alianzas en consecuencia.
AL JAZEERA DdA, XXI/6.016
No hay comentarios:
Publicar un comentario