El gobierno de coalición se forma en un momento caracterizado por el fin del impulso del cambio del 15 M y la debilidad política, orgánica y electoral de Unidas Podemos. Y, sobre todo, por la fuerza política y cultural de una extrema derecha en ascenso. Un dato central: el eje de gravedad político no volvió a la fase previa al 15M; no, giró mucho más a la derecha, configurando una correlación de fuerzas que organizaba una nueva constitución material que ponía en cuestión una constitución formal devaluada y en mutación. Se pasó de hablar, en verdad solo hablar, de proceso constituyente a tener que enfrentar, es donde estamos, una situación donde lo que viene es un proceso destituyente que preludia un cambio de régimen.
Manuel Monereo
Para Alfonso
Ortí
Me abruma la
desazón, el desconsuelo y el pesimismo que se abate sobre las gentes que se
proclaman de izquierdas. Motivos hay, sin duda. Hace unos días, un destacado
escribidor del mundo de Vox lo decía claro: la crisis del
equipo de Sánchez servirá para librarnos del PSOE,
de la izquierda comunista-podemita y de una parte mayoritaria de los
periodistas del régimen. Caza mayor sin duda. Lo han conseguido; se ha cerrado
el circulo sobre el Secretario General socialista y jefe del Gobierno de
España. Salidas pocas y todas malas. Hay que escoger, hay que decidir.
Centrarse en
Koldo, Santos Cerdán, en Ábalos y Cía. ayudará entender lo que pasa, pero no
nos darán las claves de lo que realmente se mueve en los centros de poder
europeos y españoles. La corrupción en el aparato socialista es un hecho
desencadenante, un punto de ruptura en un proceso que viene de atrás y que
tiene una dinámica propia. Pedro Sánchez ya cumplió su papel,
ahora hay que pasar página lo antes posible e iniciar un nuevo tiempo para otra
política. Su mayor mérito debe ser reconocido: neutralizar el 15M y centrar a
Podemos. Esta tarea no fue fácil y nunca tuvo guion previo. Lo fundamental era
reconducir la crisis de régimen y gobernar un proceso que llevaba -es un hábito
nacional- a una nueva restauración, teniendo al monarca en su centro y a la
Unión Europea como límite y garantía. Tampoco en esto hay que engañarse: el
actual Presidente del Gobierno siempre tuvo como referente a los poderes
fácticos; para poder reorganizar un sistema político en crisis, el PSOE -el
suyo- sería el mejor instrumento; bien mirado, el único. Los resultados están a
la vista.
En los
próximos días la labor del gobierno y de sus aliados será evaluar el mapa de
daños, valorar las filtraciones que inevitablemente conformarán la agenda
política y decidir qué se hace con la legislatura. Ahora se entienden mejor los
cinco días de reflexión de Sánchez en abril del 24. Fue consciente de que iban
a por él, que la caza comenzaba; que venía de los que mandaban y no se
presentaban a las elecciones, él los conocía de primera mano; que todas las
cloacas se aprestaban a la ofensiva total y que estaba sujeto a una vigilancia
férrea e implacable. Pronto veremos cuáles son las verdaderas dimensiones y la
hondura de la corrupción y, con un poco de suerte, los corruptores.
Koldo, según
dicen los periódicos, era colaborador de la guardia civil en la lucha
antiterrorista y Santos Cerdán estaba desde hace bastante
tiempo vigilado y grabado por la UCO. Los aparatos del Estado conocían con
detalle el origen, desarrollo e implicaciones de la trama y, de camino, todo lo
que pasaba en el partido socialista y alrededores. Se acumuló mucha información
y el dossier fue creciendo. Llegado el momento se ha hecho estallar. Es bueno
seguir en esto a Lenin. La síntesis del pensamiento del dirigente
bolchevique sobre el tema podría resumirse así: siempre hay conspiraciones y
conspiradores, pero la política no se puede explicar solo por ellas. La
historia real es otra cosa, algo más compleja. Los publicistas que se
autotitulan de progresistas suelen emplear un razonamiento circular: este es un
gobierno de coalición que hace políticas en favor de las mayorías sociales,
cuyos resultados socioeconómicos son espectacularmente buenos; las derechas
unificadas se oponen a dichas políticas y quieren derribar a la coalición
progresista que preside Pedro Sánchez. Hay que apoyarlo a tope: fascismo o
democracia. Grandes palabras.
Siempre se
olvida un detalle: los poderes económicos y los cuerpos e instituciones del
Estado. Algunos descubren ahora que hay dialécticas singulares en su seno y que
las “policías patrióticas” tienen replicantes en otras aparatos y estructuras
de poder; en concreto se habla, entre secretos y mirando a uno y a otro lado,
del poder judicial y de alguna cosa, por ahora, innombrable. La palabra
democracia es una capa que cada vez tiene menos capacidad para cubrir a los
poderes reales y su creciente dominio del espacio público. El ruido de La
Sexta, la depuración en Prisa y, sobre todo, las señales
que vienen de los grandes fondos de inversión (el poder económico real) le
dicen al Presidente que debe marcharse y que hace falta un nuevo escenario que
dé cuenta del cambio de constitución material del país. Tampoco en esto hay que
hacer literatura. Los que mandan saben que estas políticas progresistas nunca
fueron reformas reales del modelo productivo y de poder realmente existente que
democratizaran la economía y fortalecieran al sujeto popular. Lo saben de
primera mano: el PSOE, este también, es parte del sistema y vinculado a él por
lazos extremadamente firmes. Las líneas rojas nunca fueron sobrepasadas y las
estructuras de poder, todas, respetadas.
Quizás se debe
hacer el esfuerzo de ponerle fechas a las cosas. Cuando algunos lo dijimos
fuimos tachados de catastrofistas y de cosas peores. Todo empezó con el
discurso del Rey de 3 de Octubre de 2017. En ese mensaje se dieron las claves
de fondo de lo que se ha venido desarrollando hasta el presente. Hay que
situarse: gobernaba el PP y se acababa de celebrar el referéndum de
Independencia de Cataluña. El 13 y el 14 junio de ese mismo año se había
debatido la moción de censura presentada por Unidas Podemos que
tuvo 82 votos en favor, de los cuales 71 eran de la formación dirigida
por Pablo Iglesias. Más de tres veces los escaños obtenidos por la
IU de Julio en su mejor momento.
El discurso de
Felipe VI fue entendido sin dificultad por aquellos a quien iba dirigido:
crisis de Estado, crisis de régimen y desgobierno de una clase política
incapaz. Las consecuencias fueron que se quebró la base electoral del PP y se
produjo una significativa autonomización en los aparatos e instituciones de un
sistema político en crisis, que hasta ahora no ha hecho otra cosa que crecer.
Lo demás lo conocemos. El gobierno de coalición se forma en un momento
caracterizado por el fin del impulso del cambio del 15 M y la debilidad
política, orgánica y electoral de Unidas Podemos. Y, sobre todo, por la fuerza
política y cultural de una extrema derecha en ascenso. Un dato central: el eje
de gravedad político no volvió a la fase previa al 15M; no, giró mucho más a la
derecha, configurando una correlación de fuerzas que organizaba una nueva
constitución material que ponía en cuestión una constitución formal devaluada y
en mutación. Se pasó de hablar, en verdad solo hablar, de proceso constituyente
a tener que enfrentar, es donde estamos, una situación donde lo que viene es un
proceso destituyente que preludia un cambio de régimen.
¿Qué hará
Sánchez? Por ahora resistir y verlas venir. No sabe, eso parece al menos, cual
es la dimensión real del problema y su hondura. A su izquierda todo es
debilidad. No hay fuerza material real, no hay programa y se carece de
estrategia. El problema es seguir en un gobierno donde la fuerza principal se
encuentra en crisis y con graves problemas de corrupción. El dilema parece
difícil y, además, la solución no depende de unos grupos políticos que
sobreviven aferrados a la capacidad de maniobra de un Presidente muy tocado.
Todo apunta a que se apuesta por continuar, hablando fuerte ante los medios
sobre supuestos nuevos marcos y renegociación de pactos; algunos más audaces se
atreven hasta plantear el paso firme hacia la ofensiva y movilizar al electorado.
El papel lo aguanta todo y las ocurrencias se suceden en momentos donde un
proyecto entra en crisis y no se tiene alternativa.
¿Qué significa
continuar? Una lenta agonía y, lo que es peor, que el fin del sanchismo sea
también la clausura de lo que queda de la izquierda alternativa. Nada hay peor
que dar viejas respuestas a nuevas situaciones donde se pone en cuestión una
estrategia que hace aguas por todos lados.
NORTES
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