miércoles, 2 de mayo de 2007

Soledad, vejez, muerte

Celestina Tenerías

Hay determinadas noticias en la sección de Sucesos (ahora Sociedad) de los periódicos que son sumamente indicativas de la sociedad de la que formamos parte y de las pautas por las que se rige. En este sentido, las informaciones que tienen por razón el título que encabeza este post son relativamente frecuentes y suelen dejar en el lector un poso aprensivo de melancolía, mezcla de conformismo y fatalidad, que debería no ser el propio de la llamada sociedad de bienestar que tan superficial y estadísticamente se nos asigna. El caso del matrimonio de ancianos octogenarios fallecidos en una populosa localidad catalana hace unos días constituye, por sus trágicas y desoladoras circunstancias, una auténtica y urgente llamada de atención a la conciencia social de nuestro presente y da fe de la imprescindible necesidad de la Ley de Dependencia que por fortuna ya forma parte desde hace meses de la cobertura de asistencia a las personas impedidas. Para don Manuel y doña María del Carmen esa normativa, sin embargo, llegó demasiado tarde: Ella dependía totalmente de la ayuda de su esposo para la mera supervivencia. Hace un mes aproximadamente, Don Manuel sufrió un infarto, que terminó con su vida y Doña Carmen se quedó con su soledad, acompañada por el cadáver de su marido y por su propia impotencia y (quizá) desesperación: no tenía medio de comunicar con nadie y lo más dramático es que quizá no tuviera nadie con quien comunicar. Así que no le quedó más salida que enfrentarse a una muerte que puede ser calificada de auténtica tortura. Don Luis González Morán, sacerdote y profesor universitario, hace de tan impresionante como desgarradora noticia unas agudas reflexiones dignas de atenta lectura y reconsideración. No son otras que las debidas a un periodo de nuestra vida que a todos nos aguarda y para el que deberíamos rescatar los reconfortantes valores de protección y respeto que la ancianidad mereció siempre en las más viejas y reputadas culturas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Puede que a no mucho tardar paguemos el culto a la juventud que esta sociedad de consumo ha fomentado con el consiguiente desprecio a nuestros mayores.

Anónimo dijo...

El tratamiento que se da a viejos y niños es el mejor síntoma del nivel social y cultural de una nación, pero no en valores de renta per capita sino de humanidad per capita.

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