José Ignacio Fernández del Castro
«Retrocedemos cada vez más a unos abominables niveles de desigualdad
que no se recordaban desde la era del capitalismo temprano.»
Zygmunt BAUMAN (Poznań, Polonia, 19 de Noviembre de 1925-
Leeds, West Yorkshire, Inglaterra, Reino Unido, 9 de enero de 2017):
This is Not a Diary (2012).
Aquí y ahora, con todo descaro, parapetada tras la nebulosa de esas crisis periódicas (y diversificadas) a cuyo advenimiento tanto contribuyen y que tan bien le vienen para justificar sus actos, la casta política, siempre presta a servir a sus verdaderos amos (que no son precisamente las buenas gentes todavía votantes), está haciendo retroceder las bases de la sociedad (eso que alguna vez se consideró como el contrato social del Estado del Bienestar) a niveles premodernos.
La construcción de la vieja sociedad burguesa en el capitalismo temprano y pujante se hizo a costa, evidentemente, del desarrollo de niveles de desigualdad tan gigantescos como abominables... Pero, al menos, entonces se desarrollaba paralelamente una cierta estructura paternalista a través de la cual la próspera burguesía, de paso que entresacaba de orfanatos y escuelas la mano de obra más adecuada para que todo siguiese funcionando, intentaba minimizar, con economatos u hospitales, el conflicto latente en la propia opresión del proletariado.
Todo ese núcleo del paternalismo burgués (con la progresiva universalización de una escuela más normalizadora que emancipadora, por ejemplo) fue el que, de algún modo, asumido y desarrollado por las más pujantes naciones industriales del siglo XX, dió lugar a la articulación del llamado Estado del Bienestar, cuyas diversas formas e instrumentos no fueron sino intentos institucionalizados de compensación de las desigualdades y fortalecimiento de la cohesión social.
Unas formas e instrumentos devastados hoy por los ajustes impuestos por intereses ligados a una economía neoliberal que se autorrepresenta como única alternativa... Pero lo que realmente se está aceptando con ello es la rendición de la política a un determinado modo de entender la economía (como simple “ley del más fuerte”), la subsidiaridad del poder público ante unos poderes privados que hacen y deshacen a capricho y mantienen las instituciones políticas formales como simples mediadores útiles para legitimar ese antojo (como bien muestran la ola ultra que sacude los parlamentos y gobiernos por todo el mundo)... ¡Ah!, y vincular lo público (residual) al curioso y nada liberal principio de la “privatización de beneficios y socialización de pérdidas”.
Aquí y ahora, pues, en la economía mundializada (que no global), con centros de decisión totalmente separados de los centros de producción y consumo (también drásticamente separados entre sí), el paternalismo ha muerto y el Estado Social de Derecho agoniza en su función postrera legitimadora de “lo que hay”... En este perverso devenir, no sólo crece la desigualdad, sino que también lo hace la insolidaridad (entre personas, colectivos, pueblos o naciones) y se dispara hasta el fratricidio (más o menos simbólico), mientras la libertad se identifica con esa “ley del más fuerte” según la cual, lisa y llanamente, quien más tiene, más puede.
¿Estamos dispuestos a aceptar sumisamente ese retorno a una oscura forma de medievo (aunque sea sin teocracia)? O sea, a comportarnos como seres inertes; porque sólo los peces muertos siguen mansamente la corriente.
DdA, XXI/6212

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