José Ignacio Fernández del Castro
«Para él, con sólo seis años, el sueño era un monstruo. Lo esperaba pacientemente todas las noches y le tendía una emboscada. Siempre lo pillaba desprevenido, con la guardia baja, aunque ya hacía mucho tiempo que había aprendido a esperarlo; la espera traía su propia clase de aterradora anticipación, lo cual empeoraba aún más la situación. El monstruo y él se trababan en una dura lucha, de la que el primero siempre salía victorioso, arrastrándolo hacia un mar de miedo y oscuridad.»
John DARNTON (New York City, Estados Unidos, 20 de noviembre de 1941): “Prólogo” en Mind Catcher -Ánima- (2001).
El crecimiento electoral de la ultraderecha, la fatídica extensión de esa desgraciada suerte de Internacional Ultra, comienza a ser, también en España, como uno de esos monstruos de las pesadillas infantiles que vamos convirtiendo en un terror casi necesario, en una oscuridad ya “naturalizada” como parte de la atmósfera que nos envuelve.
Sabemos que nos agredirá a poco que nos descuidemos, sabemos que todos los días nos salpicará desde noticias lejanas (como las elecciones presidenciales chilenas) o pesares inmediatos (como las elecciones extremeñas que arrancan un previsible ciclo negro de comicios autonómicos anticipados)... Pero, pese a la expectativa cotidiana que provoca, siempre nos sorprende, siempre acaba por saltar con algo nuevo y peor en el momento más inesperado...
Y es que, por mucho que el miedo oscuro (vago, impreciso, indefinido) haya acabado por convertirse en el mismo aire que respira esta sociedad, uno nunca se acostumbre del todo a respirar el miedo sin que sus pulmones y su conciencia se resientan... Uno puede afrontar sus temores concretos, pero, ante los difusos, sólo atina a recurrir al pánico; por eso son un mecanismo de control social mucho más efectivo que la misma violencia (aunque el poder real nunca dude en usar también, cuando es preciso, la violencia de las porras y las togas).
Porque, sabemos que, como los malos humos, la extensión de ese miedo tiene evidentes causas antropogénicas nada ajenas al sistema al sistema que convierte en su tótem a esos mismos mercados financieros tan sensibles a las primas de riesgo como insensibles ante las víctimas de sus crisis/estafas planificadas.
Así que no nos venga diciendo la casta política que “todos vamos en le mismo barco y que siempre trabajan por el bien general (lo de común ya no lo dicen porque les debe causar sonrojo o risa floja, y, además, les debe sonar a comunista)”... Quienes planificaron la crisis/estafa, quienes mantienen niveles de desigualdad insoportables en plena bonanza macroeconómica, quienes consideran el derecho a una vivienda digna simple papel (constitucional, mojado, siguen a los mandos o se largan con pingües beneficios… Así que quienes la pagamos los platos rotos podemos seguir ahogándonos en el miedo mientras esperamos que las cosas (o la voracidad de los gestores) amainen un poco (acaso con este solsticio de invierno que tantas culturas venerables consideraron el umbral del triunfo del sol, de la luz que barre la oscuridad, de la esperanza y el renacimiento de la vida)… Mientras tratamos de mantener un mínimo resto de dignidad disidente. Incluso en la hipermercantilizada Navidad.
DdA, XXI/6206

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