Luis Ramos de la Torre
Coomonte es un río artístico de aguas bravas, un viento de propuestas que no se deja acallar por los ruidos continuos que ensordecen el arte. Coomonte fluye, singular, ejecutivo y activo, dándose a todo lo que le rodea, siendo por momentos silencio en espera de su verbo inquieto e intenso; o bullendo, otras veces, entre las orillas vitales de su cauce continuo o junto al torrente imaginativo de su aire renovador. Vuelve, Coomonte, va y viene de su casa siempre abierta con su obra y su vida ofrecidas a todos, sin más.

Entrar en la obra y en la peculiar extensión creativa de este artista benaventano es participar con él de sus propias reflexiones cuando explica que: «El arte nace de la necesidad de comunicación, es la comunicación íntima del artista, la manipulación de la obra para crear una realidad»; pues esta creación sobre lo real, este darse imaginativo y manual se caracteriza por provenir del mundo de lo telúrico y de lo natural, y por su necesidad íntima de entrega sincera al espectador. Desde este presupuesto, conviene reconocer que toda pieza o escultura de Coomonte semeja, así mismo, una especie de estructura musical excéntrica e innovadora que busca de forma continua e inquieta un centro necesario, un ir resolviéndose hacia el centro de su densidad, de su peso y de su concepto; hacia el centro lúdico de lo escéptico de esa excentricidad, y tratar de hornear la curva, de aolar lo redondo y sinuoso de la vida y de la materia, siempre al lado de la búsqueda de la sencillez; no es de extrañar, por ello, que de sí mismo explique: «Quise ser labrador, no escultor, me metieron en esto porque era habilidoso».

A poco que se mire alrededor de sus creaciones, se observe una obra concreta o se contemplen las líneas que van definiendo su mundo, habremos de convenir que las esculturas y las creaciones de Coomonte alivian y a la vez avivan el peso y la contundencia de la geometría, la gracia y la frescura de la medida y la fuerza creativa de la materia. Así, en el silencio contemplativo se desenvuelven y afloran la armonía espiral de lo curvo o la fuerza de la recta latiendo entre sus nudos y una poética de la dureza y de lo frágil que realza y reaviva su sentido artístico. Desde ahí, no nos resulta raro poder comprobar como sus planteamientos sobre la dureza se acercan a las palabras del filósofo y creador francés Gaston Bachelard, quien hablando de la dureza y del hierro en Chillida expone: «Ese herrero singular en verdad alimenta sueños de hierro, dibuja con hierro, ve con hierro [… E]scucha al hierro propagar su fuerza a través de los espacios domeñados; oye al hierro repetir su fuerza en formas que son como otros tantos ecos materializados. ¡Los ecos!». Esos ecos esenciales que anhelan la llegada de la luz desde el Arte, se acercan al trabajador del hierro, al escultor y al herrero, a Coomonte en particular, a modo de palabras esclarecedoras como le ocurre al poeta José Corti en sus versos, cuando escribe: «Cual bloque de hierro golpeado sobre el yunque / se adelgaza el sol tras los golpes reiterados / de quién sabe qué Titanes que, muy lejos, en la bruma, / forjan para el ocaso, haces de claridad».
Bien sabe nuestro escultor que en esa lucidez, en esa luz, en esa claridad que llega desde la obra de arte es donde radica la belleza y la necesidad de buscarla, en el sentido que plantea Hegel cuando se pregunta sobre el fin y el destino del arte, y sostiene que está en la representación de lo bello, en revelar su armonía; y así, aclara: «Cualquier otro fin, la purificación, el mejoramiento moral, la edificación, la instrucción, son accesorios o consecuencias. La contemplación de lo bello […] eleva al alma por encima de la esfera habitual de sus pensamientos, la predispone a nobles resoluciones y a acciones generosas por la estrecha afinidad existente entre los tres sentimientos y las tres ideas del bien, lo bello y lo divino». Esta preocupación por lo bello, siempre necesaria en la comunicación estética, la desarrollará nuestro artista desde la búsqueda del encuentro y de la mezcla; así aparecerá resolviendo la idea de lo enmarañado (Minos), de lo laberíntico, y de lo contaminante, por ejemplo en el caso del plegado, como lugar de encuentro entre la frágil (el aire) y la dúctil dureza del hierro ya mencionada (Fot Pyar, libros, 1975); en las obras El Miliar y el Cerco donde, desde lo histórico y lo científico, nunca lo contingente, se encuentran y se mezclan la piedra y el hierro con cierto aire de primitivismo; o también en obras cruciales y representativas del buen hacer de Coomonte, como son el Ostensorio o los diferentes tipos de Cruces, donde lo religioso y esos aires de lo primitivo pétreo se encuentran y alzan la obra de arte sintetizando diferentes sentidos y simbologías.

A este artista telúrico y de alta imaginación e ingenio siempre le ha preocupado el entorno, el lugar donde poder ubicarse y ubicar sus obras, pues piensa como John Berger que: «Un lugar es más que una zona. Un lugar está alrededor de algo. Un lugar es la extensión de una presencia o la consecuencia de una acción. Un lugar es lo opuesto a un espacio vacío. Un lugar es donde sucede o ha sucedido algo. El pintor [el escultor, en este caso] está siempre intentando descubrir, tropezarse con ese lugar que contiene y rodea su acto de pintar [crear] en ese momento». En ese contexto hay que recordar, la defensa pública y la reivindicación social y política incluso, que ha hecho en todo momento sobre la ubicación justa y certera, por ejemplo, del mobiliario urbano de su creación (piénsese en lo resolutivo de su lucha allá en 1990, cuando se encadenó a su mítica Farola en el centro de Zamora). Sobre la importancia de todo esto, y en deuda siempre con su lugar de procedencia, al recibir el Premio de las Artes de Castilla y León, y consciente de la fuerza lúdica de la materia, dirá con contundencia e ingenio: «Esto me ha dado mi tierra: un cincel, una fragua. Supe cómo moldear el aire, aún tengo que aprender cómo esculpir el agua».

Respecto del ingenio, tan peculiar y mantenido siempre en nuestro creador, es justo decir que se trata de una de las características básicas que acompañarán sus búsquedas y empeños creativos; y nos referimos a la imaginación siempre presente en su obra, y no a la fantasía distractora, tal y como es posible comprobar en cada una de sus exposiciones, siempre cercano al modo en que el gran John Berger explica: «Cuanto más imaginativa es una obra, con más profundidad nos permite compartir la experiencia que tuvo el artista de lo visible». No obstante, no hay que olvidar que a la hora de observar el arte existen también prejuicios artísticos. Por ello, y muy atinado, seguirá diciendo Berger: «Cuando se presenta una imagen como una obra de arte, la gente mira de una manera que está condicionada por toda una serie de hipótesis aprendidas acerca del arte. [belleza, verdad, genio, civilización, forma, posición social, gusto…]».
Por eso, para José Luis Coomonte el ser imaginativo, además de ser necesario, es vital para poder seguir su camino artístico, y su necesidad continua de concretar, de hacer tangible y cercana la obra para el espectador; de ahí su gran preocupación por lo redondo, cuando asegura que «lo redondo es concreto», o que «lo redondo es lo que hace que las figuras se fijen en la cabeza del espectador». Importancia de la redondez que coincide con Gaston Bachelard, quien en Poética del espacio («Fenomenología de lo redondo»), y citando a Jaspers («Toda existencia es redonda), a Van Gogh («La vida es probablemente redonda») o a Joë Bousquets en Le meneur de lune («Le han dicho que la vida era hermosa. No. La vida es redonda…») añadirá, reforzando las palabras del filósofo, del pintor y del poeta: «Si nos sometemos a la fuerza hipnótica de tales expresiones, he aquí que estamos enteros en la redondez del ser, que vivimos en la redondez de la vida como la nuez que se redondea en su cáscara». Y termina por asegurar desde Jaspers que «la existencia es redonda». Dicho que «se convertirá para nosotros en un instrumento que nos permita reconocer la primitividad de ciertas imágenes del ser». Imágenes que a la postre conformarán la posibilidad de verlo todo como un universo centrado tanto en el juego de la redondez como en la posibilidad de todo lo que fluye o cambia, siempre esenciales en nuestro artista.
Coomonte reconoce con Galileo que el arte como el mundo es activo y también se mueve. Por ello expresará que «el universo es un abstracto en el que el trato con la imaginación del cerebro ha de ser lúdico». Desde ahí, podemos asegurar con él que su modo de ser artista y escultor se basa en la necesidad del juego con todo: jugar a trabajar, jugar a participar, jugar a amar, jugar a vencer y a convencer, si llega el caso; porque su preocupación vital y artística, utilizando todo tipo de materiales de hecho y de deshecho, se basa en «experimentar con lo posible», tal y como define el juego el filósofo español Javier San Martín, quien expresa que se trata de una «tarea cultural» de la que el arte participa. Así, no es de extrañar que este mismo profesor, hablando de la teoría antropocéntrica sobre el juego, explique que «el arte es una experimentación de lo posible y que por ello entra en este escenario el juego. Por tanto —seguirá diciendo San Martín— deberíamos investigar el lugar del arte en el juego, porque una cosa parece clara, no todo juego es arte, aunque posiblemente todo arte sea juego, ya que en él se da una experimentación de posibilidades no insertas necesariamente en la realidad».
Y ahí, en ese juego, en ese lugar de creatividad está Coomonte, en esa creación de sentido que pretende con su obra, independientemente del material que utilice, sea hierro, papel, cartón, piedra, plásticos u otro tipo de material fungible. Sobre todo esto, hablaba el gran pensador neerlandés Johan Huizinga cuando en su imprescindible Homo Ludens refería que «la cultura surge en el juego, pues el juego es variar la realidad haciendo aflorar en ella dimensiones de momento sólo posibles». Todo esto acerca al arte a algunos contenidos relacionados a cierto tipo de divertimento, siempre integrado dentro de las actividades artísticas. Así, respecto de su modo de hacer y del resultado de su actividad dirá Coomonte: «Esto es una equivocación, toda la vida me he estado equivocando, pero me lo he pasado bien equivocándome».
Sin embargo, y al lado de todo esto, conviene no olvidar la importancia de su participación social y artística, siempre independiente, en el tiempo y los avatares que le ha tocado vivir con una carga y una implicación más allá del mero divertimento, pues hay que entender, como nos recuerda Hegel hablando del arte, que:
«Si solo se considera como una diversión, como un ornamento o un simple modo de goce, evidentemente no es un arte independiente y libre, sino un arte esclavo. […] Sólo cuando es libre e independiente es verdadero arte, y es solamente entonces cuando resuelve el problema de su alto destino. […] Es en las obras de arte donde los pueblos han expresado sus más íntimos pensamientos y sus más ricas intenciones».
Desde estos planteamientos, y desde este aire libre, siempre festival y creativo de su producción artística, en la que conceptos como coherencia, reinvención, reciclaje y carencia de límites se refuerzan entre sí, y donde todo lo que le rodea se transforma en taller vivo y aula abierta, son comprensibles y lógicas estas palabras suyas, claves para su desarrollo artístico: «El arte ya está hecho, la vida es el arte». Por todo ello y desde ahí, abogará por la utilización imaginativa de todo tipo de material que le sea sugerente, para ir construyendo con la mayor libertad posible su vida y su obra, siempre parejas, como queda patente en cualquiera de las exposiciones que a lo largo de los años nos ha venido ofreciendo, en las que todo lo que se muestra parece estar vivo, reciente y nuevo.
EL CUADERNO
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