miércoles, 12 de noviembre de 2025

NUEVA YORK Y LA INVASIÓN DE GAZA COMO FARO MORAL PARA LA IZQUIERDA GLOBAL

De obligada y reflexiva lectura nos parece este artículo de Mushtaha publicado en CTXT, en el que analiza la victoria de Zohran Mamdani como próximo alcalde de Nueva York, victoria que puede comportar un faro moral para la izquierda global después de la invasión sionista de Gaza. Los movimientos que se habían fragmentado en torno a la identidad, el trabajo y el clima encontraron la unidad en un vocabulario antiimperialista que vinculaba el militarismo en el extranjero con la desigualdad en el país. El ascenso de Mamdani demuestra cómo esa síntesis puede pasar de las calles al poder. Su campaña tradujo la ética de la resistencia –justicia en materia de vivienda, antimilitarismo, antirracismo– en gobernanza municipal. Para la izquierda internacional, esto marca un punto de inflexión: la prueba de que un político puede condenar la violencia del Estado israelí, apoyar los boicots y seguir ganando en una metrópolis compleja y multiétnica.



Mahmoud Mushtaha

En War, Bob Woodward cita una entrevista de 1989 con Donald Trump, en la que este afirma: “Cualquiera que diga dónde va a estar dentro de diez años es un idiota. El mundo cambia... Así que realmente hay que adaptarse a los cambios, y es malo predecir con demasiada antelación dónde vas a estar”.

Las palabras de Trump, que estaba en el apogeo de su carrera como magnate inmobiliario, pretendían ser un consejo para hacer negocios, una lección para adaptarse a un mercado volátil. Sin embargo, décadas más tarde, sirven como comentario involuntario sobre una de las transformaciones políticas más impredecibles de la vida moderna estadounidense. La ciudad que en su día definió la narrativa de la “guerra contra el terrorismo” tras el 11-S ha elegido ahora a un alcalde socialista musulmán que acusa abiertamente a Israel de genocidio y defiende la liberación de Palestina.

Si el comentario de Trump capturó la esencia de la incertidumbre, la victoria de Zohran Mamdani en 2025 en la ciudad de Nueva York la encarna. Pocos podrían haber imaginado que la misma metrópolis –sede de Wall Street, de  la élite mediática mundial y una de las mayores poblaciones judías fuera de Israel, considerada durante mucho tiempo el bastión más fortificado del lobby sionista– elegiría algún día a un líder que desafía sus tabúes políticos más arraigados.

La sombra del 11 de septiembre de 2001 definió a toda una generación de la política estadounidense. En ningún lugar más que en Nueva York el miedo, la securitización y la sospecha hacia la identidad musulmana se convirtieron en rasgos estructurales de la vida pública. Bajo el mandato del alcalde Michael Bloomberg, la “Unidad Demográfica de la Policía de Nueva York vigilaba mezquitas, asociaciones de estudiantes y barrios enteros. Ser musulmán en Nueva York era ser visto, si no como una amenaza, al menos como un objeto de escrutinio estatal. Dos décadas después, esa misma ciudad ha elegido a un alcalde musulmán que habla el lenguaje de la descolonización, condena el apartheid israelí, apoya a los inmigrantes y enmarca su administración en torno a la justicia, la empatía y la solidaridad. La transformación no es meramente electoral, sino simbólica, ya que marca un cambio radical en dos décadas de política securitaria.

La victoria de Mamdani representa lo que podría llamarse un ajuste de cuentas posterior al 11-S: el lento desmoronamiento de un consenso político que equiparaba la identidad musulmana con el peligro y la defensa de Palestina con el extremismo. Es una señal de que la geografía moral de Estados Unidos está cambiando y de que el capital político de la islamofobia, antes prácticamente ilimitado, ha disminuido drásticamente.

La metáfora de Trump de “aguantar los golpes”, tomada del boxeo, captura acertadamente lo que le sucedió al antiguo establishment político de Nueva York. Durante décadas, el apoyo a Israel fue tan fundamental para la política de la ciudad como el dinero de los inmuebles o los sindicatos policiales. Figuras como Ed Koch, Andrew Cuomo y Eric Adams se posicionaron como firmes defensores de Israel, integrando la solidaridad sionista en el tejido de la identidad cívica.

La campaña de Mamdani no solo ha roto ese patrón, sino que lo ha invertido. Con una plataforma democrática-socialista que vinculaba la injusticia exterior con la interior, rechazó las donaciones de los comités de acción política proisraelíes, cuestionó la asociación entre Cornell y Technion (citando el papel de Technion en la industria armamentística israelí) y prometió auditorías de derechos humanos para los contratos municipales.

Lejos de descalificarlo, estas posiciones le ayudaron a ganar. Su coalición –neoyorquinos de clase trabajadora, comunidades musulmanas y árabes, judíos progresistas y jóvenes organizadores de izquierda– convirtió a Palestina en un eje moral de la política urbana. Su campaña convirtió Gaza no en un conflicto lejano, sino en un espejo de la desigualdad sistémica. Ese fue el momento en que se derrumbó el antiguo “consenso proisraelí”. La lógica que antes regía la política de Nueva York –que criticar a Israel era un suicidio político– ya no se aplicaba. El electorado había cambiado, y la postura sin complejos de Mamdani puso de manifiesto lo obsoleta que se había vuelto esa ortodoxia.

El cambio moral que sustenta el ascenso de Mamdani es tanto generacional como ideológico. Las encuestas de IMEU revelan que los estadounidenses menores de 35 años simpatizan ahora más con los palestinos que con Israel, lo que supone un cambio radical con respecto a décadas de opinión pública. Las razones son estructurales: omnipresencia de las redes sociales, visualización del sufrimiento de Gaza en tiempo real y agotamiento moral ante guerras interminables. Para los votantes más jóvenes, especialmente los universitarios, Palestina se ha convertido en una prueba de autenticidad, una línea moral que divide a los políticamente valientes de los cómplices. La victoria de Mamdani refleja esa nueva realidad: no ganó a pesar de su postura sobre Gaza, sino gracias a ella.

Para los partidarios de Israel en Estados Unidos, esta fractura generacional es motivo de alarma. Think tanks como el Instituto Israelí de Estudios de Seguridad Nacional (INSS) han advertido que la erosión del apoyo entre los jóvenes estadounidenses supone una amenaza estratégica a largo plazo. El peligro, señalan, no está en perder unas elecciones, sino en perder la legitimidad moral, la base sobre la que se sustenta la influencia diplomática para mantener la impunidad de Israel. La victoria de Mamdani pone de manifiesto precisamente ese riesgo.

La reacción de la población judía de Nueva York ilustra lo profundamente que está cambiando la cultura política de la ciudad. La opinión judía ya no es monolítica. Algunos vieron la victoria de Mamdani como una traición, un respaldo a una retórica que equiparan con el antisemitismo. Otros, en particular los judíos más jóvenes y progresistas, interpretaron su éxito como parte de un ajuste de cuentas necesario: una oportunidad para separar la identidad judía de la ideología estatal.

Su campaña forzó un debate largamente pospuesto sobre si la oposición al sionismo constituye hostilidad hacia los judíos o si, por el contrario, podría representar una defensa de la ética judía frente a la violencia sionista llevada a cabo en su nombre. Este debate no se limita a Nueva York, sino que resuena en Londres, Berlín, Toronto y Sídney, mientras las comunidades judías de todo el mundo luchan por conciliar la solidaridad, la seguridad y la disidencia. El hecho de que este debate se desarrollara en el corazón de lo que antes se llamaba la “segunda ciudad sionista” marca una ruptura histórica. Sugiere que el consenso sionista ya no define la vida pública judía en la metrópolis más influyente de Estados Unidos.

El consenso sionista ya no define la vida pública judía en la metrópolis más influyente de EEUU

Aún se están midiendo las repercusiones de la elección de Mamdani, pero la dirección del movimiento es clara. Su promesa pública de arrestar a Benjamin Netanyahu si el líder israelí pone un pie en Nueva York –una declaración que antes era impensable en la política estadounidense– cristaliza una revuelta moral generacional. Lo que antes se descartaba como activismo performativo se ha convertido en una expresión creíble de la ética pública: que el poder, incluso cuando se alía con Estados Unidos, debe rendir cuentas ante la ley. Esto es lo que realmente alarma a los defensores de Israel. No es el riesgo literal de que Netanyahu sea detenido en el aeropuerto JFK, sino la pérdida de la inmunidad cultural, la menguante suposición de que los líderes, donantes y grupos de presión israelíes siempre serán recibidos como dignatarios intocables. El Nueva York de Mamdani ha perforado ese aura. El lobby sionista, durante mucho tiempo guardián del discurso aceptable en la ciudad, ya no tiene poder de veto sobre el futuro político. Su influencia no ha desaparecido, pero sí su autoridad moral.

Ese cambio afecta al núcleo de lo que ha sostenido la impunidad de Israel durante décadas. Durante años, las capitales occidentales proporcionaron una cobertura política, militar y cultural incondicional, protegiendo a Israel de la rendición de cuentas en nombre de los valores democráticos compartidos. Al tratar las críticas como un tabú, transformaron la impunidad en política. La victoria de Mamdani desafía esa estructura desde el corazón del sistema occidental. Su postura sugiere que la justicia para Palestina ya no es una posición marginal o “radical”, sino una corriente moral emergente.

Palestina, que antes era un tema tabú en la vida electoral, se ha convertido en un espejo a través del cual los ciudadanos miden la integridad de sus gobiernos. Al basar la cuestión en la gobernanza municipal –presupuestos, asociaciones y policía–, Mamdani ha demostrado que la solidaridad con Palestina puede ser no solo simbólica, sino también estructural. En efecto, Nueva York ya no es el mismo refugio para los sionistas y esto supone una sonora bofetada al lobby sionista. Las implicaciones se extenderán a Londres, París y Toronto, ciudades donde los electores más jóvenes y multiétnicos exigen que la coherencia moral sustituya al excepcionalismo como medida de la democracia. Ya se observan cambios similares en Europa: en Madrid, la etapa final de la Vuelta a España 2025 tuvo que suspenderse después de que manifestantes propalestinos bloquearan la ruta, en respuesta a la participación de un equipo israelí, lo que indica un rechazo cívico más amplio a normalizar la ocupación o separar el deporte de la responsabilidad moral.

Aún no se sabe si esta evolución podrá sobrevivir a las crisis económicas, las crisis de seguridad o la oposición de Washington. Pero hay un hecho que ya es seguro: un joven alcalde socialista y musulmán ha convertido a Palestina en parte del vocabulario del poder. Al hacerlo, Zohran Mamdani no solo ha ganado unas elecciones, sino que ha redefinido las coordenadas morales a través de las cuales Occidente se entiende a sí mismo.

La victoria de Mamdani refuerza una tendencia que ha ido remodelando silenciosamente la gobernanza mundial: las grandes ciudades se están convirtiendo en actores morales por derecho propio. Cuando los gobiernos nacionales se ven limitados por alianzas militares o redes de presión, los alcaldes y los ayuntamientos pueden actuar como pioneros en la adopción de políticas éticas. El resultado es un mosaico de iniciativas locales –normas de contratación pública, asociaciones culturales, reconocimientos simbólicos– que, en conjunto, influyen en la distribución de la legitimidad en los asuntos internacionales.

El cambio de Nueva York tiene un peso especial debido a su centralidad económica y cultural. La ciudad acoge a las Naciones Unidas, a las principales instituciones financieras y a los medios de comunicación más influyentes del mundo. Un alcalde que cuestiona la política israelí no cambia los paquetes de ayuda de Washington, pero ayuda a redefinir los límites del discurso aceptable. Cuando los inversores, los artistas y las universidades siguen el ejemplo del clima moral de la ciudad, el panorama diplomático comienza a cambiar indirectamente.

Esto recuerda a la forma en que las ciudades europeas y latinoamericanas influyeron en la opinión mundial sobre el apartheid en Sudáfrica hace décadas. Entonces, como ahora, las palancas formales de la política exterior permanecieron en manos nacionales, pero la narrativa del poder blando cambió gracias a la presión local. La Nueva York de Mamdani recrea esa dinámica en la era digital.

Si la crisis financiera posterior a 2008 revitalizó la política basada en las clases, la invasión sionista de Gaza 2023-2025 ha dado a la izquierda global un faro moral. Los movimientos que se habían fragmentado en torno a la identidad, el trabajo y el clima encontraron la unidad en un vocabulario antiimperialista que vinculaba el militarismo en el extranjero con la desigualdad en el país. El ascenso de Mamdani demuestra cómo esa síntesis puede pasar de las calles al poder. Su campaña tradujo la ética de la resistencia –justicia en materia de vivienda, antimilitarismo, antirracismo– en gobernanza municipal. Para la izquierda internacional, esto marca un punto de inflexión: la prueba de que un político puede condenar la violencia del Estado israelí, apoyar los boicots y seguir ganando en una metrópolis compleja y multiétnica.

Esa prueba de concepto animará a los progresistas de otros lugares a hablar más abiertamente sobre Palestina sin temor a la aniquilación electoral. Y el tono pragmático de Mamdani –claridad moral unida al diálogo– ofrece un modelo de cómo los líderes de izquierda pueden navegar por sociedades pluralistas. Su insistencia en describir Gaza como un genocidio, al tiempo que desalienta la retórica incendiaria, señala una nueva gramática política para la izquierda: una basada en el coraje, pero disciplinada por la inclusión.

Cuando Donald Trump le dijo a Bob Woodward en 1989 que “el mundo cambia” y que solo un “imbécil” predice el futuro, hablaba como un hombre de negocios que advertía contra el exceso de confianza. Sin embargo, sus palabras ahora resuenan como una profecía involuntaria. El mundo cambia, y no siempre en la dirección que esperan sus arquitectos. La misma ciudad que en su día reflejó el triunfo del capitalismo global y el temor al radicalismo islámico se ha convertido, gracias a Zohran Mamdani, en un símbolo del cambio moral. El nuevo alcalde de Nueva York encarna el futuro político que Trump nunca habría podido imaginar: un mundo en el que los hijos de aquellos que fueron demonizados tras el 11-S lideran ahora la lucha por redefinir la democracia, la justicia y la responsabilidad.

CTXT  DdA, XXI/6165

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