miércoles, 19 de noviembre de 2025

LA EXTREMA DERECHA HACE CASO A RUFIÁN: VIVIENDA, VIVIENDA, VIVIENDA

Los nietos de los portadores del yugo y las flechas quieren vivienda. Conviene borrar de las fachadas cualquier símbolo franquista que recuerde al autor que levantó en España miles de viviendas manchesterianas tras el Plan de Estabilización del 59. Los nietos de ese plan, como el diputado Carlos Quero, volverán a rescatar las placas si nadie las borra o si no se cumple íntegramente la Ley de Memoria Democrática.


Víctor Guillot

En todo relato mitológico siempre reverbera una idea tenebrosa: lo inevitable. Lo inevitable, en la tragedia clásica, se reconocía como el fatum. Toda narrativa del héroe ha venido siendo una escapada de lo ineludible, desde Medea de Eurípides hasta Los Vengadores de los hermanos Russo, desde el Edipo de Sófocles hasta una película teenager como Destino Final. En la coyuntura política española colisionan dos destinos contrapuestos, los de PSOE y Vox. El fatum de una legislatura larga y el futuro terror. Dos destinos se cruzan en un punto del tiempo y el espacio. Unas elecciones generales en 2027 atravesadas por los próximos gobiernos autonómicos de coalición PP-Vox. Como en todo relato, sólo puede quedar uno. De momento, sabemos que el abogado general del Tribunal de Justicia de la UE avala la ley de amnistía y que la Comisión respalda las previsiones de crecimiento económico de España. El Financial Times afirmaba este martes que nuestro déficit será el más bajo en casi dos décadas. También sabemos que la intención de voto de Vox está por encima de la del PP. El crecimiento de los salarios no se corresponde con un aumento del poder adquisitivo, que ha caído un 11% desde 2008. De esa brecha nace y se fortalece la ultraderecha.

La salida de Vox de los Ejecutivos regionales del PP ha demostrado ser una estrategia tan rupturista como eficaz, similar a la cristalización de Podemos en partido situado frente al bipartidismo en 2015. Hubo un tiempo en que Pablo Iglesias parecía un Berlinguer descarado, plurinacional y alternativo al régimen del 78. El tiempo demostró que todo aquello fue una ilusión. Hoy, el papel protagonista de esa hazaña lo ocupa Santiago Abascal, que ha comenzado su particular revolución por la derecha y desde arriba, empujado por la ola de extrema derecha que baña Europa.

En su proceso de hegemonización política de las instituciones y los medios de comunicación, Vox no es Podemos. Goza de una cualidad mutante que no consiguió metabolizar Pablo Iglesias. El partido de Abascal se compone de nuevas élites situadas frente a otras viejas, agrupando en un mismo discurso los antiguos fines nacional-católicos con otros contrapuestos: los anhelos de una nueva generación joven, blanca y heterosexual que asume no tener ninguno. Como todo partido fascista, Vox cumple con la misión de convertir el lumpen proletariado en sujeto político y, sobre todo, en la base social sobre la que gobernar algún día. He aquí la palanca de Euclides con la que Vox se aupará sobre los hombros de Alberto Núñez Feijóo, he aquí la palanca y el punto en el espacio sobre los que Abascal “moverá el mundo”.

Convertir la nostalgia en resentimiento es un buen combustible para lograr que el partido avance hacia el futuro. Para que Vox alcance el 20% de los votos, no basta con que el PP se quiebre. Tiene que suceder algo más. Habrá que ver cuánta transferencia de voto se produce desde el PSOE hacia Vox en las próximas elecciones autonómicas de Extremadura, Castilla y León y Andalucía, sin descartar que el ciclo se consolide con otros comicios en la Comunidad Valenciana y en Aragón. En el partido de la ultraderecha parecen haberse dado cuenta de que hablar de vivienda es un buen método, siguiendo los consejos de Gabriel Rufián: vivienda, vivienda, vivienda.

Los nietos de los portadores del yugo y las flechas quieren vivienda. Conviene borrar de las fachadas cualquier símbolo franquista que recuerde al autor que levantó en España miles de viviendas manchesterianas tras el Plan de Estabilización del 59. Los nietos de ese plan, como el diputado Carlos Quero, volverán a rescatar las placas si nadie las borra o si no se cumple íntegramente la Ley de Memoria Democrática.

Mientras tanto, el PP de Alberto Núñez Feijóo hace ademanes de romperse. Tras la dimisión (en diferido) de Carlos Mazón, este martes nos desayunábamos con la detención del presidente de la Diputación de Almería por un supuesto fraude en la contratación de mascarillas durante la pandemia.

Las nuevas élites populares no acaban de estar a la altura de sus responsabilidades, ahora que sabemos que en Madrid y otras comunidades gobernadas por el PP la ratio de universidades privadas comienza a superar la de las públicas. Advertidos por la privatización constante del conocimiento, habrá que definir con un poco más de precisión cómo ha repercutido todo eso en nuestro sistema político o, dicho de otra manera más ramplona, qué clase de élites son esas. Mazón, Prohens, López Miras o Manuel Moreno Bonilla forman parte de una derecha que llegó a las instituciones para forrarse los bolsillos a cambio de nada. Eran los “hijos de” que salieron de la universidad sin oficio ni beneficio y llegaron a la política como plan b de su propia supervivencia, apartados de los negocios de sus padres. O sea, medrantes, insolventes y pufistas.

TINTA LIBRE

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