martes, 11 de noviembre de 2025

EL TIEMPO EN QUE A LOS PERIODISTAS LOS ECHAN DEL TRABAJO POR PREGUNTAR

Un periodista italiano ha tenido la osadía de ejercer su oficio preguntando lo que cualquier ciudadano con sentido común preguntaría a una portavoz de la Comisión Europea en Bruselas. No obtuvo respuesta porque en esos momentos la tal señora no tenía comentarios al respecto. Sin embargo, la agencia italiana para la que colaboraba el periodista fue muy diligente rescindiendo inmediato al profesional su colaboración porque la pregunta era técnicamente errónea y fuera de lugar: Usted ha insistido en que Rusia debería hacerse cargo de la reconstrucción de Ucrania. ¿Cree que Israel debería pagar la reconstrucción de Gaza?. Si a una materia, la comunicación, que lleva camino de corroerse por la prodigalidad de las patrañas, se le añade la posibilidad de que los periodistas puedan ser expulsados de su trabajo por preguntar, que es uno de los fundamentos de su profesión, se estrechan tanto las posibilidades de libertad de expresión que quizá haya que reaccionar ante el riesgo de perderla. Algo deberían hacer a propósito del caso los periodistas de Italia:



Juan Tortosa/Las carga el diablo

- Usted ha insistido en que Rusia debería hacerse cargo de la reconstrucción de Ucrania. ¿Cree que Israel debería pagar la reconstrucción de Gaza?
Esa fue la pregunta. Una frase limpia, legítima, pertinente. Y sin embargo, le costó el trabajo. El periodista italiano Gabriele Nunziati se la hizo el pasado 13 de octubre en la sala de prensa de la Comisión Europea, en Bruselas, a la portavoz Paola Pinho.
- Es una pregunta interesante, contestó esta, pero no tenemos comentarios al respecto en estos momentos.
A los pocos días, la agencia italiana Nova, para la que trabajaba Nunziati, decidió rescindir su colaboración alegando que la pregunta había sido “técnicamente errónea” y “fuera de lugar”. La Comisión Europea se apresuró a desmarcarse del despido asegurando que no tuvo nada que ver, pero el caso es que a Nunziati lo pusieron en la calle.
El periodismo, no nos cansaremos de decirlo cuantas veces haga falta, no está para complacer al poder sino para molestarlo. Y entre los espacios naturales donde hay que ejercerlo se encuentran las salas de prensa en las que los representantes públicos tienen la obligación de contestar. Que una pregunta sobre la doble vara de medir en los conflictos internacionales acabe desembocando en un despido marca un precedente gravísimo.
El caso Nunziati es un alarmante síntoma de que la libertad de prensa en Europa se ha vuelto frágil, maleable, condicionada. El derecho a preguntar no puede depender de si se incomoda o no al poder, ¿o qué broma es esta? Nunziati era colaborador, no empleado fijo y el mensaje implícito que nos transmite la represalia de la que ha sido objeto resulta devastador: más vale que os lo penséis dos veces, queridas niñas y niñas periodistas, antes de tocar ciertos temas. Gran ruina.
La agencia Nova ha explicado que la pregunta era técnicamente incorrecta porque Israel fue víctima de un ataque mientras que Rusia invadió un país soberano. Soslayan que Nunziati no afirmó nada, sencillamente preguntó, invitó a pensar en voz alta. Un periodista libre ha de tener siempre la posibilidad de salirse del guion sin temer nada cuando lo hace. Preguntar nunca es “técnicamente erróneo”. Lo erróneo es callar, convertir las ruedas de prensa en asépticos rituales donde las consignas se repiten sin incomodidades, sin matices, sin disenso.
Europa se pavonea de tener la Carta de Derechos Fundamentales, de ser ejemplo de pluralismo informativo, de proteger la independencia de los medios. Pero los hechos demuestran otra cosa. La presión económica, la concentración mediática, la connivencia con intereses políticos y empresariales y la precariedad de las redacciones han convertido la libertad de prensa en una ficción regulada.
Cuando un periodista es castigado por preguntar lo que millones de ciudadanos piensan el daño no se limita a él, nos lo hacen a todos porque lo que está en juego no es solo un contrato laboral sino el derecho colectivo a recibir información sin filtros.
Resulta una indecencia intolerable que preguntar te pueda costar el puesto de trabajo. Este escándalo no puede quedar impune porque, de ser así, se trataría de una derrota colectiva. Ante atropellos como este hay que rebelarse, pelear, defender la dignidad del oficio sin concesiones. Si cedemos terreno y dejamos que las prácticas de intimidación avancen, nos costará mucho trabajo recuperar los metros, o kilómetros, que hayamos perdido. Si es que lo conseguimos.
Toda mi solidaridad, querido colega Nunziati, estoy seguro que no te van a faltar ofertas de trabajo.

DdA, XXI/6164

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