lunes, 27 de octubre de 2025

LAS 3.600 CHARLAS DE CARLOS TAIBO Y SUS ANÉCDOTAS

Mi estimado amigo el profesor Carlos Taibo, que lo fue de la Universidad Autónoma de Madrid, ha tenido a bien escribir el peculiar anecdotario que se vino dando en sus charlas a lo largo y ancho del país y que desde 1980 hasta el pasado mes de septiembre suman nada menos que 3.600. Como la amenidad de estilo del autor se da por descontado y la conocen quienes han leído alguna de sus obras, sería deseable que algún editor se prestara a publicar el libro que, de momento, podemos encontrar y disfrutar en la página web de Taibo, con el sucinto título Charlas. Un anecdotario, del que insertamos a continuación el prólogo:


Carlos Taibo

Doy por seguro que en el futuro no me recordarán por los libros que he escrito, que son manifiestamente prescindibles; si alguno se salva, será por su venturosa condición extravagante. Tampoco me recordarán por mi trabajo en la universidad: nunca fui un maestro y nunca disfruté de la compañía de discípulos. Supongo que habrá quien me recuerde, sin embargo, y a esto voy, por mis charlas. No estoy pensando ahora –aclaro- en la calidad y en la consistencia de estas, sino, prosaicamente, en su número. En el momento en que escribo estas líneas, en septiembre de 2025, la cifra correspondiente se aproxima -¡se dice pronto!- a las 3.600. Se preguntarán, claro, por qué lo sé: desde finales de la década de 1980 anoto de manera puntillosa la información relativa a esas charlas y de resultas puedo identificar el lugar en el que se desarrollaron, la fecha, la materia tratada y la entidad organizadora. Aunque no hay entre nosotros, hasta donde llega mi conocimiento, un registro que dé cuenta de la actividad de los charlistas, doy por descontado que de haberlo me situaría en los puestos de arriba. Bien sé –no se me malinterprete- que hay bastantes personas que con certeza reciben en este terreno más invitaciones que yo. Intuyo, sin embargo, que se muestran menos propicias a aceptarlas. Igual se debe a que prefieren pensar que lo suyo son las conferencias, y no las charlas... Si en estos textos aparece de vez en cuando, con todo, el primero de estos dos vocablos, ello tiene una única explicación de la mano de las exigencias que, en materia de redundancias, impone la lengua castellana. 
Con frecuencia me agradecen que haya acudido, para desarrollar una charla, a tal ciudad o a tal pueblo. Hay un error craso de percepción: soy yo quien tiene que estar agradecido por la invitación. Lo he dicho a menudo: las charlas proporcionan una atalaya valiosísima en lo que hace a conocer de primera mano lo que ocurre en la piel de toro. Dejar Madrid un centenar de veces cada año, o poco menos, me ha permitido visitar lugares que nunca hubiera pensado conocer y, más aún, ha hecho posible que trabase amistad con gentes maravillosas y luchadoras. Cierto es que no siempre soy capaz de discernir dónde me contaron esto o dónde me hablaron de lo otro, pero creo que la experiencia general es extremadamente gratificante. Aunque esto de las charlas reclama, sí, sacrificios importantes y momentos duros, cuando, por lo que fuere –pandemias, enfermedades, muertes, momentos de desmovilización-, me han faltado, o se han revelado con menor número e intensidad, me he dado cuenta de lo mucho que las echaba de menos. 
Quiero creer que algo hay de romántico, a la vieja usanza, en esta afición mía por las charlas. Al fin y al cabo, alguien aducirá que soy un perfecto estúpido. El argumento puede vertebrarse con el concurso de un simple cálculo aritmético: si he dado 3.600 charlas y a cada una de ellas ha asistido, qué sé yo, una media de 60 personas, esto significa que he disfrutado de algo así como 216.000 oyentes (con el añadido de que muchos de ellos, amigos de siempre, con certeza han repetido en su condición de espectadores). Aunque ya sé que esa audiencia la consigue en un abrir y cerrar de ojos el tertuliano más lerdo, mi réplica es fácil de entender: creo que esas charlas han tenido un efecto expansivo y, más aún, han servido para que movimientos sociales de muy diverso cariz encontrasen alguna fuerza y buscasen abrir nuevos horizontes. Aunque sé que hay quien piensa que me he dedicado profesionalmente a preconizar esa desmovilización de la que hablaba unas líneas más arriba... Igual es verdad. 

DdA, XXI/6147

No hay comentarios:

Publicar un comentario