Quienes sí airean constantemente la palabra judío como rasgo de autoafirmación identitaria, son el gobierno de Israel y sus adláteres sionistas, empeñados en acusar de un supuesto antisemitismo (por cierto, tan hijos de Sem son los palestinos como los judíos) a quienes no apoyan sus atrocidades. En el otro extremo, los ultraortodoxos jaredíes que intentan desvincular la religión de un Estado que les parece abominable, se reafirman en el auténtico judaísmo gritando en la calle: “Preferimos morir como judíos que vivir como sionistas despreciables”.
Carmen Ordóñez
El profesor Luis Girón Blanc, doctor en Filología
Semítica y hoy catedrático emérito, insistía en sus clases sobre la distinción
léxica, en nuestro idioma, de los términos
judío, hebreo e israelí. Y
resumía así: Judío se refiere a la
religión y a la comunidad. Hebreo, a
la lengua. Israel es el Estado.
Se ha vuelto habitual escuchar cada día, especialmente
en medios audiovisuales pero también en la prensa escrita, lindezas tales como ejército hebreo, autoridades hebreas o fuerzas
hebreas -incluso equipo hebreo en
el contexto de una competición deportiva- cuando el adjetivo que procede en todos
estos casos es israelí.
La incorrección, que se perpetúa a lo largo de
décadas, se remonta a antes incluso de la primera intifada puesto que en el
mismo sentido se pronuncia el Vademécum
del español urgente editado por la agencia EFE en el año 1985, advertencia
reiterada desde entonces en éste y otro foros lingüísticos, incluída la
Fundación del Español Urgente (FundéuRAE).
Sin embargo, el origen de la confusión se encuentra en el propio diccionario de
la RAE, donde aparecen todos estos términos catalogados como sinónimos o
afines. El periodista, que necesita siempre de estas ayudas para no repetir
vocablos dentro de un mismo párrafo, acude a esta fuente primordial y se
decanta por el adjetivo hebreo. Cabe
preguntarse por qué.
Si se acude a diccionarios de otros idiomas se
encuentran definiciones mucho más precisas: Tanto el Collins inglés como el de
la Academia Francesa distinguen perfectamente estos conceptos y señalan que la
utilización de hebreo como referente
de una comunidad sólo puede atribuirse a tiempos remotos y es, por lo tanto,
anacrónica. Sólo en italiano giudeo y
èbreo se utilizan como sinónimos en
la lengua discursiva actual.
En casi todas las ocasiones en que se pervierte el
término hebreo, se hace como
sustituto de israelí. Da la impresión
de que se intentara evitar de forma sistemática la denominación de judío, como si existiera cierto pudor
histórico para pronunciar esta palabra cuando debería utilizarse con toda
naturalidad ¿O es que acaso ha adquirido un matiz peyorativo del que no se
puede librar y hemos decidido inconscientemente eliminarla de nuestro
vocabulario para evitar el riesgo de la discriminación?
Al fin y al cabo, se trata de una religión, de una
comunidad y de su cultura, si entendemos el término de forma correcta.
Entraría, como concepto, en el mismo ámbito que las palabras musulmán, hindú o luterano. Sin
embargo, el significado de judío ha
sido gravemente adulterado a lo largo de la historia, más recientemente en el
primer tercio del siglo pasado, con consecuencias ominosas. Y esto tiene su reflejo,
bien que sea un reflejo distorsionado, hoy en día, en esta sociedad que tanto
se empieza a parecer a la de entonces (En este sentido, recomiendo vivamente la
lectura de Síndrome 1933, de Siegmund
Ginzberg).
Tampoco judío e
israelí son sinónimos: Obviamente, hay
israelíes que no son judíos y judíos que no son israelíes. Así que la expresión
lobby judío ha de corregirse por lobby israelí o lobby sionista, si introducimos
un concepto más preciso.
Quienes sí airean constantemente la palabra judío como rasgo de autoafirmación
identitaria, son el gobierno de
Israel y sus adláteres sionistas, empeñados en acusar de un supuesto
antisemitismo (por cierto, tan hijos de Sem son los palestinos como los judíos)
a quienes no apoyan sus atrocidades. En el otro extremo, los ultraortodoxos
jaredíes que intentan desvincular la religión de un Estado que les parece
abominable, se reafirman en el auténtico judaísmo gritando en la calle:
“Preferimos morir como judíos que vivir como sionistas despreciables”.
¿Sería mucho pedir que intentemos rescatar el valor de las palabras, reivindicando su significado original y sin temor a caer en la discriminación? No hay mayor discriminación que la desaparición de un término de nuestro vocabulario porque lo que no tiene nombre, no existe.
Queden estos apuntes como motivo de reflexión para el lector porque el uso espurio del lenguaje nos lleva a confusiones que se instalan en nuestras mentes y que pueden resultar ambiguas e incluso peligrosas.
DdA, XXI/6144

2 comentarios:
Es algo que llevo mucho tiempo tratando de aclarar en cuantos sitios se me da oportunidad de hacerlo y ante cualquiera que quiera escucharme... Pero no hay manera. La confusión interesada de términos tiene evidentes intereses ideológicos y de dominio, con lo que seguirá imponiéndose desde los grandes poderes sin recato ni rubor.
Carmen sería una excelente lectora crítica del lenguaje mediático y sus no pocas anomalías. Me gustaría convencerla, pero me temo que no voy a ser capaz.
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