Carlos Coca
El domingo 16 de marzo, en las páginas del suplemento dominical del periódico La Opinión – El Correo de Zamora, publiqué un artículo sobre la producción artística de Baltasar Lobo y otros zamoranos, en su primera etapa creadora, vinculados al semanario rural y ácrata ¡Campo Libre! En aquellas líneas cité a un artículo, “Los pueblos, abandonados”, firmado por el insigne periodista zamorano Jacinto Toryho (1909-1989), publicado el 17 de agosto de 1935 en ese extinto periódico, el cual me había impresionado por la claridad y firmeza en su redacción. Un escrito antiguo, pero en ningún momento obsoleto ya que rebosa aún hoy actualidad, crítica y didactismo.
Debido a estar mi artículo dedicado a otra temática, no pude más que citar su título e incidir en la originalidad del texto firmado por el periodista oriundo de Villanueva del Campo (e hijo de agricultores), algo que hice muy por encima, resumiéndolo todo con unas simples palabras. Desde entonces, varias personas, me han solicitado la redacción de Toryho. Por ello, he intentado corresponderles, en la medida de lo posible, facilitándosela. Y no han sido pocas quienes me han indicado que debería reeditarse y darse a conocer debidamente. Atendiendo a su honesta sugerencia, publicamos el mencionado artículo de Toryho -90 años después de su redacción-, para el deleite de todos los lectores del portal Ser Histórico.
Antes de su lectura es imprescindible contextualizar el momento histórico y cultural: iremos a la España de los años 30 (previa a la guerra civil), un periodo de florecimiento artístico y literario, además de ser una etapa de gran activismo social donde se desarrollaron las grandes ideologías. El anarquismo fue una de las principales, y Toryho procuró basar su vida bajo esos postulados éticos.
Así, la pertinaz denuncia del movimiento libertario ibérico contra la corrupción fue algo encomiable. Si un importantísimo sector de la población española del momento conectó con las ideas anarquistas, el audaz combate de las organizaciones libertarias contra los políticos inmorales y los caciques, tuvo gran culpa de su éxito.
Toryho y sus compañeros no dependieron nunca de los partidos políticos, ni de ningún mecenas, ni recibían subvenciones, ellos no debían favores a nadie y esa independencia absoluta les hizo imaginar una España muy diferente a la que hoy conocemos. Sabían que el poder corrompe a todo el que lo sustenta. Y por ello, encontraron en el sindicalismo revolucionario la herramienta más eficaz para mejorar la vida de las personas y plantar cara a las injusticias. Por supuesto, sus sindicatos no se parecían, ni por asomo, a la forma de funcionar de las organizaciones sindicales actuales. Ellos valoraban sobremanera: el mérito, la solidaridad, la coherencia y la cultura (hasta en ese número de ¡Campo Libre! se mencionaba un estudio de Toryho sobre el teatro de masas de Lope de Vega); además, creían en el colectivo y les repugnaba absolutamente la gente que se acercaba a las asociaciones solo para medrar.
Igualmente, la miseria y la despoblación del mundo rural español eran dos de sus máximas preocupaciones, muchos de ellos vivían en pueblos y desde allí dieron forma a sus aspiraciones. El periódico ¡Campo Libre! un fabuloso vocero.
El artículo de Toryho es un fenomenal espejo de la realidad social y periodística de la España de la década de 1930, pero en sus escritos “campesinos” no solo atacó a la nefasta clase política española, también analizó: las consecuencias de la desamortización sobre los comunales, el atraso secular de nuestra tierra, el desprecio y abusos que han sufrido las gentes del mundo rural, los peligros por el ascenso de los totalitarismos o la atávica resignación castellana que solo servía para perpetuar los atrasos.
Esos idealistas reflexionaron sobre los males que la sociedad de su época padecía, y con ilusión consiguieron escribir una de las páginas más bellas de la historia reciente de España, relativa a los derechos sociales y a la superación intelectual, partiendo del apoyo mutuo y la honradez. Merece la pena recordarlos.
Por todo esto, sin más preámbulos, ahí va el artículo íntegro de nuestro ilustre periodista. Disfrútenlo.

Los pueblos, abandonados
(por Jacinto Toryho)
No son palabras. Ni párrafos sonoros. Ni literatura sentimental.
Que nadie se dé por aludido. Que nadie se ofenda. La verdad no debe ofender nunca. Aunque sea bisturí que saje.
Y la verdad es esta: Tenemos abandonados los pueblos.
Así. Dura. Hiriente. Tajante. Ni al cirujano le tiembla el pulso al sajar, ni a nosotros al escribir.
Los pueblos son la entraña de la nación. Ellos constituyen la fuerza revolucionaria más valiosa. En ellos reside la savia racial. Los pueblos son la clave.
Pero están incultos. Son un erial en ideas. Puro barbecho permanente. En algunos ha prendido una llama revolucionaria y protestataria: la desesperación. Y la desesperación nace del sentimiento. Cuando en ella no predomina un ideario, es estéril. Se reduce a explosión momentánea, pasajera, incidental.
Los pueblos son la clave de la vida de un país. Son casi el todo. Y los tenemos relegados a último término. ¿No interesan?
La política española ha hecho con los pueblos la apoteosis del analfabetismo. Los olvidó. Los despreció por siempre. Los amordazó con discursos y promesas. Los intoxicó de caciquismo. Los pueblos solo daban votos. Y brutos.
Mendizábal fue el genitor. La estatua que tiene en Madrid (en la ¡Plaza del Progreso!), es un formidable salivazo lanzado al rostro del moderno liberalismo. Mendizábal asesinó la autonomía municipal. Y robó como un perfecto miserable los bienes comunales de los Municipios. La desamortización, tan ensalzada por la burguesía liberal, fue el crimen más monstruoso que la ley ha cobijado en su seno de ramera.
De entonces acá, los pueblos no han pasado de viveros de hambre. Entonces nació el caciquismo. Y volvió a imperar el látigo. Sin cultura, sin pan, sin vislumbre de redención. Sin ideas.
Y así siguen.
Andalucía ruge, porque lleva la anarquía en la médula. Cataluña, la del «rabassaire», se rebela siempre, porque su principio vital es revolucionario neto.
¿Y Castilla?
De otro espíritu, de otra manera de ser, de psicología diversa que las regiones citadas. Castilla duerme el sueño suicida de su retroceso. Empobrecida, explotada hasta la vergüenza, sin que a su suelo se le nutra del jugo científico que le haga producir más y mejor, muerta de sed por el desmoche bestial de su arbolado, esta región va a la zaga en el movimiento social de la Península. Es la rémora. ¿Quién es el culpable del asesinato moral de esta región? ¿La política? Sí. ¿Y quién de que no resucite? ¡¡Nosotros!!
Así, sin paliativos, sin subterfugios, sin miedo a las palabras.
