"El uso adoctrinador y embrutecedor de las palabras es una traición a su naturaleza. El lenguaje, el decir, es «la responsabilidad de uno para con otro» (Lévinas: De otro modo que ser o más allá de la esencia). El tiempo de la sobreinformación y la hipercomunicación es el tiempo del discurso monopólico, de la transformación del receptor de sujeto de intercambio en objeto pasivo. Esta no es la era de la infinita pluralidad -escribe el articulista-, sino la de innumerables veces lo mismo". Mi estimado Antonio Monterrubio, al que suelo leer en El viejo topo, nos ofrece este artículo publicado en El Cuaderno en el que se refiere a los antiguos y nuevos patrañeros y a las formas de antaño y hogaño en que desarrollaban y desarrollan su labor tóxica los bulos.
Antonio Monterrubio
A lo largo de mayo y junio de 1969 se
extendieron por la tranquila ciudad de Orleáns una serie de murmuraciones
encadenadas. En su raíz se sitúa la inauguración de una boutique cuyos
probadores simulaban unas mazmorras medievales que le daban nombre: Aux
Oubliettes. Hasta seis tiendas propiedad de comerciantes hebreos son puestas en
el punto de mira. Dos fantasmas característicos de los temores de masas
occidentales convergen: el tráfico de mujeres y el judío imaginario. Como anota Edgar Morin en El rumor de Orléans, esto da origen «a un tema virtualmente
antisemita si se limita a asociar uno o varios judíos a una actividad
despreciable —la trata de blancas—, manifiestamente antisemita si conduce a
reacciones o juicios globalmente desfavorables a los judíos».
El ejemplar estudio sociológico de Edgar Morin y su equipo
establece un modelo de aplicación universal. Describe con detalle las tres
etapas a través de las cuales un infundio desarrolla su labor tóxica: la
incubación, la propagación y la metástasis. Este era el guion: «Las jóvenes son
drogadas con inyecciones en los probadores, depositadas luego en sótanos y
evacuadas desde allí por la noche hacia lugares de prostitución exóticos».
Según parece, pudo originarse en ciertos colegios religiosos.
En Fama: una historia del rumor, Hans-Joachim Neubauer resume
el modo de difusión de la epidemia: «Pasa del mundo protegido de las colegialas
a otros ámbitos de la juventud femenina de Orleáns: las escolares lo cuentan a
sus amigas, y las jóvenes empleadas y trabajadoras no tardan en estar también
al tanto. Después el rumor alcanza a las adultas, las madres previenen a sus
hijas, las profesoras a sus alumnas y se avisa al fiscal». Todo ello acaba
estallando en la cara de los negocios señalados. La consigna «no compren a los
judíos» se expande por doquier, acompañada de la acusación de traficar con
mujeres. El marido de una dependienta acude a llevársela al grito de «no te
quedarás aquí ni un minuto más».
La crónica de
este bulo gigantesco es aleccionadora por tratarse de un rumor en estado puro.
En efecto, no hubo en ese periodo desaparición ni hecho alguno que pudiera
alterar la vida provinciana de los orleaneses. Además, fue transmitido
exclusivamente de boca a oreja sin apoyo de medios de comunicación, ni siquiera
artesanales como los carteles o las octavillas. Llegaron a producirse
peligrosas aglomeraciones de buenas gentes indignadas a las puertas de las tiendas
incriminadas. Autoridades y policía, conscientes de que ningún dato real avala
los delirios paranoicos que se extienden por la ciudad, intentan calmar los
ánimos. El resultado, como era de prever, es el contrario del esperado. Nuevas
habladurías se extienden: «Los policías han sido comprados, el prefecto ha sido
comprado, la prensa ha sido comprada por los judíos. Los poderes oficiales
están vendidos. Son los instrumentos del poder oculto que reina en los
subterráneos…» (Morin: o. cit.). En otras palabras, se resucita el mito de la
conjura mundial de los israelitas, los Protocolos de los Sabios de Sion y demás
parafernalia antisemita.
Las enseñanzas
que pueden extraerse de este lamentable suceso, solo el más conocido de una
serie similar, son múltiples. La más importante es que «el rumor de Orleáns
parece haber surgido de la narración incontrolable, una constatación
inquietante por cuanto centra el peso de lo ocurrido en lo banal, en los
fantasmas sexistas y en el trasfondo antisemita de lo cotidiano» (Neubauer: o.
cit.). Es una forma decadente de lo que sería un antiguo régimen del rumor, el bulo de la
era pre-Internet. Cotilleos desprovistos de fundamento estuvieron durante
siglos en el origen de pánicos de masas, motines populares, persecuciones y
masacres de minorías, monterías de brujas y terrores comunitarios de diversa
índole.
En el libro de Jean Delumeau El miedo
en Occidente, se
multiplican las situaciones en las que el pavor provocado por la difusión de
noticias ficticias desencadena verdaderas tragedias. En mayo de 1524, un
incendio arrasó la ciudad de Troyes. «Todo el mundo está convencido de que
gentes desconocidas y disfrazadas se han introducido en la ciudad y han hecho
prender el fuego mediante niños de doce a catorce años. Se cuelga a varios de
esos muchachos». Este es un ejemplo entre decenas en los cuales vagabundos,
extraños, herejes o minorías ejercen sucesivamente de cabeza de turco. En
ocasiones, las repercusiones políticas y sociales son catastróficas. «Las
matanzas de la Noche de San Bartolomé, en 1572, y los días siguientes, en París
y varias ciudades de Francia, solo se explican psicológicamente por la
certidumbre colectiva de un complot protestante».
Medios virtuales cavernarios
se apropian o inventan hipótesis paranoicas o alucinaciones interesadas. Las
publican sin confirmar fuentes ni contrastar la información, no vaya a ser que
la verdad estropee un titular explosivo. Hablamos de historias morbosas,
sucesos truculentos, calumnias gratuitas a individuos o colectivos y demás
aparataje típico del sensacionalismo. Cuando, por motivaciones de audiencia,
económicas o sociopolíticas, esas falsedades son aireadas por tal o cual gran
cadena de televisión, se franquea el paso decisivo. El resto no tarda en seguir
la corriente. Errores o mentiras evidentes se mantienen en el candelero una
temporada y se apagan, dejando su poso y sus víctimas. Nadie va a pedir
disculpas, nadie va a desmentir nada.
En España, los medios de
extremo centro están dispuestos a cualquier cosa en su pugna por distinguirse
como el sirviente más diligente.
Adoradores del poder desde el origen de los tiempos,
besadores de pies del crimen triunfante,
aplastadores de la miseria indefensa
aplastando la Justicia y adorando la Injusticia,
pues, si aquélla es débil, esta es fuerte.
(Emily Brontë: Poemas fechados, núm. 169)
El uso
adoctrinador y embrutecedor de las palabras es una traición a su naturaleza. El
lenguaje, el decir, es «la responsabilidad de uno para con otro» (Lévinas: De otro modo que ser o más allá
de la esencia). El tiempo
de la sobreinformación y la hipercomunicación es el tiempo del discurso
monopólico, de la transformación del receptor de sujeto de intercambio en
objeto pasivo. Esta no es la era de la infinita pluralidad, sino la de
innumerables veces lo mismo. Lo terrible es que tanto buena parte del público
como los pergeñadores de relatos fraudulentos ya no sean capaces de detectar
una verdad, ni apareciendo desnuda en medio del desierto. Mucho menos
alcanzarán a verla resplandecer en el fragor de la tormenta.
Un estruendo: la
verdad misma
se ha presentado
entre los hombres,
en pleno
torbellino de metáforas.
(Celan: Cambio de aliento)
DdA, XXI/6112
No hay comentarios:
Publicar un comentario