Valentín Martín
Él le encargó a ella asuntos de intendencia: negocio del ladrillo, nombramientos de obispos, vigilancia sobre faranduleros, cosas así. O tal vez fue ella quien se ofreció por la patria. Qué más da si fueron uno solo invadiendo parcelas en la intimidad de las decisiones. Mientras él recibía la lista de un nuevo gobierno y rezongaba el "sí, pero aquí me falta un Prieto", ella sugería a Carlitos, y de esa insinuación sibilina nacía el presidente Arias Navarro.
Tanta responsabilidad, aunque sea muy rentable, no es buena para un ama de casa. Así que buscó una amiga que le ayudase. Y a La Camila le encomendó vigilar faranduleros, ya se sabe que de estos no puedes fiarte.
La esposa del otro general, tan servicial, iba por la Gran Vía madrileña en el apogeo de los cines, escrutaba su hermosa cartelería, veía a Gilda quitarse un guante, y daba el toque de retirada: desnudos, nunca, y menos si es española.
A veces entraba en un teatro donde una saga de las de entonces (abuelo, padres, hijos, nueras) exponían en el escenario su trabajo de semanas o meses, con las perras que ello suponía. Aunque el razonamiento de La Camila fuese si hoy es martes esto es Bélgica, mandaba parar, y a la ruina iba toda la compañía.
No deberían volver aquellos tiempos en los que el teatro nunca estuvo a salvo. Pero han vuelto. La Alcalá municipal, donde torean al alimón dos partidos como en otros lugares del país, ha rechazado una espléndida versión de "Las noches de Tefía", mágica y dolorosa historia que en su día creó Miguel del Arco basada en la novela "Viaje al centro de la infamia" de Miguel Angel Sosa, que iba a subir a los escenarios La Locandiera Teatro.
"Vagos y Maleantes", la misma historia de represión, se ha buscado otra casa y se verá en la Xirgu el 9 de noviembre. La Locandiera Teatro recobra la memoria de un campo de concentración franquista en Fuerteventura, con mayoría de población reclusa vinculada a LGTBI.
Esta dignísima compañía alcalaína ha repetido el viaje de inversiones y trabajo de meses para su representación en un teatro de gestión municipal. Todo estaba listo y en orden. Hasta que ha llegado a última hora el no camilista y la compañía ha tenido que hacer las maletas.
En Alcalá están sucediendo cosas extrañas que profanan su nombre cultural más allá de sus fronteras. Y me duele. Porque tengo afecto a algunas personas, pero obligado respeto a la historia. La cuestión es que ahora mismo, entre medallas y negacionismos, no sabemos quién es Paco y quién es Carmen. O La Camila. Desde su tumba, Hugo Ferrer y otros históricos mandan un premio Limón para los que gobiernan desgobernando. Y aunque esto no sirva de mucho, se asombra la Alcalá de los clásicos, la Alcalá de tanta fecundidad creadora sin frenos para lo más importante: la libertad. ¿Por qué la olvidan?
DdA, XXI/6115
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