martes, 19 de agosto de 2025

LA VIOLENCIA SACRALIZADA DE LA BIBLIA RESUENA HOY EN GAZA COMO ADVERTENCIA URGENTE

Si bien en la actualidad el discurso oficial ya no habla de “mandato divino” sino de “seguridad nacional” y “neutralizar la amenaza”, en ciertos sectores políticos y religiosos, el lenguaje bíblico sigue presente en consignas como la idea de una tierra prometida, de un enemigo perpetuo y de un derecho innegociable a prevalecer, aunque el precio sea la destrucción del otro.

Netanyahu en el Muro de las Lamentaciones
__________________

Alberto Soler MontagutNueva Tribuna, 19 de agosto de 2025

En el libro de Josué, capítulo 6 del Antiguo Testamento, se narra la célebre caída de Jericó en la que «Pasaron al filo de la espada todo lo que en la ciudad había, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, ovejas y asnos” (Jos 6:21)». Poco después, en 1 Samuel 15, el profeta transmite a Saúl un mandato claro: «Ve y ataca a Amalec, y destruye todo lo que tiene; no te apiades de él: mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Sam 15:3)».

Es de esperar que para el lector moderno estos relatos le resulten perturbadores, pues no describen batallas convencionales sino guerras de exterminio total en las que la violencia no es una consecuencia colateral sino, mas bien, un objetivo explícito y legitimado como mandato divino. En ese contexto, al enemigo no se le considera como un adversario militar sino alguien condenado a su destrucción total ordenada por Dios.

Esta forma de guerra (conocida como ḥērem —la consagración de algo a Dios mediante su completa destrucción— no fue exclusiva del antiguo Israel, sino común en más culturas de la región. Sin embargo, en el Antiguo Testamento adquiere una fuerza singular enmarcada en la narrativa de un Dios que entrega la tierra a su pueblo y ordena expulsar o destruir a quienes la habitan. La distancia histórica es enorme (la destrucción de Jericó se data entre 1400 a.C. y 1200 a.C.) y sin embargo, al contemplar la devastación actual en Gaza, resulta difícil no escuchar un eco inquietante al contemplar barrios arrasados, hospitales colapsados (también bombardeados) y miles de civiles muertos, todo ello en el contexto una población entera sitiada.

Si bien en la actualidad el discurso oficial ya no habla de “mandato divino” sino de “seguridad nacional” y “neutralizar la amenaza”, en ciertos sectores políticos y religiosos, el lenguaje bíblico sigue presente en consignas como la idea de una tierra prometida, de un enemigo perpetuo y de un derecho innegociable a prevalecer, aunque el precio sea la destrucción del otro.

Dejo constancia de antemano que no sería justo ni riguroso identificar al judaísmo en pleno con esta violencia. De hecho, la tradición judía está llena de reinterpretaciones que suavizan o critican estos textos y de lecturas alegóricas que los desvinculan de cualquier aplicación literal. Dejo constancia igualmente que desde la época rabínica, muchos de estos mandatos fueron entendidos e interpretados no como una realidad histórica asumible sino solo como relatos de un tiempo pasado no identificables como instrucciones para el presente. Es más, ya en tiempos pretéritos, incluso figuras bíblicas como los profetas Amós, Isaías o Miqueas, denunciaron la arrogancia militar y proclamaron que la verdadera fidelidad a Dios no se mide en victorias bélicas, sino en justicia para con el prójimo.

El problema pues no es la Biblia, sino la instrumentalización de lo sagrado —sea Dios, la patria o la seguridad— para justificar el exterminio. Este es pues el trasfondo que me mueve a escribir estas reflexiones y reparar en un mecanismo, tan viejo como la historia, que atraviesa religiones, imperios y épocas. Así pues, en las campañas militares y religiosas de las cruzadas los soldados actuaron en nombre de Cristo, del mismo modo que siglos después los yihadistas lo hicieron en nombre de Alá, y así hasta llegar a la palpitante actualidad en la que el estado moderno de Israel acomete un genocidio en nombre de la civilización o de la democracia. Si escarbamos tan solo un poco llegaremos a la conclusión de que lo único en común en cada uno de estos tres casos es la deshumanización del otro, ese otro quien se le considera una amenaza absoluta y un obstáculo legítimo para un destino supremo.

La Biblia, leída críticamente, puede servir como advertencia. Los relatos del ḥērem muestran que una vez sacralizada la violencia, el límite desaparece y todo está permitido. Si la historia enseña algo, es que la paz fundada sobre ruinas y cadáveres es siempre un espejismo y el silencio que sigue a la victoria no es tranquilidad sino solo el silencio de los muertos, que tarde o temprano clama en la conciencia de los vivos.

Hoy, en Gaza, ese guion se repite. La tecnología bélica moderna ha sustituido a las espadas y a las trompetas por las mas mortíferas armas de destrucción, pero la lógica moral con que arrasan barrios enteros o se bombardean hospitales, no es tan distinta de la lógica obediente a aquel mandato divino que derrumbó Jericó. Tal vez la lección más urgente que podamos extraer de aquellas páginas antiguas no sea descubrir cómo se conquista una tierra, sino sobre qué es lo que se pierde cuando la conquista se convierte en el fin último, pérdida que tristemente alude a la humanidad misma.

Quiero dejar constancia de que no es mi ánimo propagar una censura global al pueblo judío en su totalidad, sino solo denunciar la barbarie del mismo modo que, en la actualidad, muchos relevantes judíos se manifiestan al oponerse al cruel modo con que el ejercito de Israel aborda el problema de Gaza.

Pongamos ejemplos de esas voces judías que denuncian la barbarie poniéndose en sintonía con los críticos externos, censurando y alertando sobre el riesgo moral y político de esta violencia desmedida:

Amiram Levin, general retirado y excomandante del Comando Norte, declaró en septiembre de 2023: “El ejército se está comportando como en tiempos de la ocupación bíblica, con una crueldad que destruye nuestra moral y nuestra democracia”.

Avraham Burg, expresidente del Parlamento israelí, ha escrito que: “la instrumentalización de la Biblia para justificar políticas de exterminio es una perversión del judaísmo que conozco y practico”.

Rabinos por los Derechos Humanos, organización judía progresista, ha condenado públicamente el uso de narrativas bíblicas para legitimar el castigo colectivo en Gaza, recordando que “la Torá nos prohíbe destruir indiscriminadamente”.

B’Tselem, principal ONG israelí de derechos humanos, Organismos internacionales como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Human Rights WatchAmnistía Internacional, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Human Rights Watch y un largo etcétera califican los ataques indiscriminados como “crímenes de guerra” y pide que se detenga la retórica que presenta a todos los gazatíes como enemigos.

Estas voces demuestran que el debate no es “Israel contra el mundo” ni “judíos contra palestinos”, sino la humanidad contra la barbarie, venga envuelta en pergamino sagrado o en papel oficial del Estado. Escuchar a quienes, desde dentro, denuncian la deriva destructiva no es un gesto de hostilidad, sino un acto de respeto hacia el futuro que aún puede salvarse.

ASTURIAS LAICA

No hay comentarios:

Publicar un comentario