Silvia Cosío
Hay personas que han nacido con el don de saber de todo. Son los afortunados Hijos del Renacimiento Tardío Patrio. Y cuando las Musas te acarician suavemente el hombro y te bendicen no queda otra que rendirse a ellas. Poseedores así por intervención divina de una mente superior a la del resto de humildes mortales, nada de lo divino y humano les puede ya ser ajeno.
Pero saberse mejor que el resto es tanto una bendición como una maldición, ya que nunca más encontrarán el anhelado descanso ni siquiera en agosto, cuando los pajaritos cantan, las nubes se levantan y el calor nos obliga a tomarnos unas cañas en el bar para aplacar la sed porque han quitado las fuentes de agua y los árboles de las plazas. Los sabios han de opinar, sobre todo, sentar cátedra y educar porque su sagrado cometido es reconducir al rebaño para volver a encerrarlo en el redil al que pertenece. Lo contrario sería un agravio al orden y a la moral. Por eso ni doctores tiene la Iglesia, ni expertos la Universidad capaces de desviarles de la sagrada senda de guiar al vulgo, que tiene el deber de escucharles y tratarles con respeto y reverencia. Que nunca les falte el “Don” delante del nombre.
Siempre raudos para dar la batalla en las guerras culturales no hay día sin sus tuits ni semana sin polémica. Escriben columnas, tienen siempre listas las alertas de Google por si se pierden alguna mención a su honrosa persona y no dudan en increpar, insultar, reírse y menospreciar a quien les contradice pues tienen que bajarles los humos a los que osan poner en entredicho su sabiduría y su saber estar. Copa de coñac en mano, palco en los toros, reservado en los restaurantes más castizos y canallas de la capital, todo lugar para ellos es trinchera y de todo saben, pero reservan su más elevada sapiencia y expertise para su una, grande y libre obsesión personal: España.
España como idea, sentimiento, como unidad de destino en lo universal, como amante bandido. España que además tiene que ser lo que ellos dicen que es y ha sido siempre: cainita, trágica, atrasada, bella, dolorosa, ingrata, pícara, castiza, monolingüe, católica, blanca, masculina, homogénea, inmóvil. España que ni cambia ni se genera porque es, siempre ha sido y será España, muy España y mucho España. Incluso antes de que existiese España ya estaba la idea de España.
Y por España están dispuestos a hacer lo que sea: insultar, dar lecciones, ofenderse y patalear muy fuerte, especialmente cuando alguien pone en entredicho uno de los pilares fundamentales de su amor por la patria, aquello que hace que la amen, aunque les rompa el corazón –o la aman precisamente porque les rompe el corazón–: que España es fratricida. Un atributo que es natural e innato, un impulso irrefrenable, una inevitabilidad. España posee una naturaleza trágica y a esta idea se aferran con pasión. Solo desde la lupa del cainismo se puede dar verdadera cuenta y entender España: desde las huestes de Don Rodrigo que se desmayaban y huían cuando en la octava batalla sus enemigos vencían hasta la guerra civil. Ni las élites, ni la lucha de clases, ni las condiciones materiales, ni los intereses internacionales, ni el fundamentalismo religioso católico, ni los Austrias, ni los Borbones, ni el ejército, ni la Revolución Industrial, ni el movimiento obrero, ni el fascismo ni el feminismo están detrás o son la causa o explicación de los acontecimientos históricos que nos han marcado. Ninguna de estas menudencias puede dar verdadera cuenta de las revueltas, revoluciones, guerras, imperios, colonizaciones y derrotas, como tampoco explica los cambios, los avances y los retrocesos sociales.
Porque España es dos señores que se dan de garrotazos. No hay más. Eso es todo. Y además se dan de garrotazos porque sí. Porque es lo que tienen grabado a fuego en su naturaleza y en sus entrañas. España es dos señores que se muelen a palos porque en los dos bandos se cometieron atrocidades y no hubo ni vencedores ni vencidos, así que lo mejor es evitar a toda costa reabrir viejas heridas y mirar solo adelante sin ira libertad. Porque España es dos hermanos dándose de hostias sin razón aparente y los consensos de la Sagrada Transición no se pueden tocar ni cuestionar, porque son un milagro y el fruto de una generación extraordinaria –su generación– que logró vencer la maldición española para ponerse de acuerdo en regenerar y curar a España con su falsa equidistancia. Porque España es ellos y tiene que ser como ellos digan. Y si no la dejarán caer para volver a levantarla a su imagen y semejanza, aunque sea a palos.
CTXT DdA, XXI/6079
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