Mónica García
Hacer política desde la
propaganda, el histrionismo y el victimismo no solo resulta agotador, sino que
anticipa escenas tan inverosímiles como reveladoras en términos casi
freudianos. Me explico: el pasado viernes, la señora Ayuso me retiró el saludo
alegando —según ella y su entorno más vasallo— que yo la había llamado
"asesina". Ni que decir tiene que nunca he hecho tal cosa, ni lo
haría. No solo por respeto, sino también por no caer en el mismo nivel del
partido que, desde los atentados del 11M, ha insinuado ese mismo calificativo
—en su versión de "cómplice"— cada vez que ha gobernado la izquierda.
Pero lo cierto es que, en el PP, la verdad hace tiempo que dejó de operar, ni
siquiera en el plano subconsciente.
Mentiras mediante, la realidad es
que ese salto cualitativo entre denunciar las decisiones políticas que
derivaron en el abandono de 7291 mayores por parte del gobierno de la Señora
Ayuso en plena pandemia e inferir que eso es un "asesinato", solo
puede explicarse desde la culpa freudiana. En ningún caso el berrinche de la
presidenta —traducido en mala educación al increparme durante un saludo
institucional— es un acto inocente. En ningún momento, a lo largo de estos
cinco años, una de las principales responsables intelectuales de esos
protocolos de la vergüenza —como recientemente los ha calificado el Sr.
Burgueño— ha afirmado que los desconociera, que los hubiera evitado o que, de
haber tenido conocimiento, habría ordenado detenerlos. No, su defensa ha sido,
como siempre, el ataque, la mentira y el victimismo. Para ella, las víctimas no
son los mayores que fallecieron sin el auxilio mínimo que merecían, ni sus
familias, a quienes ha tratado con insultos y desprecio. Para ella, la única
víctima es ella misma. Porque una cosa es jactarse de decir que 'le gusta la
fruta' para insultar abiertamente al presidente del Gobierno, y otra muy
distinta es que alguien se atreva a no rendirle pleitesía ni tragarse sus
mentiras.
Pero, ¿por qué ahora y no hace
cinco años cuando le pedía desde la Asamblea de Madrid las mismas explicaciones
y responsabilidades políticas por los protocolos de la vergüenza? ¿Por qué
ahora no soy merecedora de su saludo y sí lo he sido en las innumerables
ocasiones que, institucionalidad mediante, nos hemos encontrado desde aquel
fatídico marzo del 2020 cuando se urdieron y firmaron los famosos protocolos?
Porque algo ha cambiado en las últimas semanas. Algo que no le pasó
desapercibido a la jueza que instruye uno de los casos abiertos en uno de los
juzgados. Por primera vez, tras la declaración del que fuera nombrado mando
único para la medicalización de las residencias de mayores en Madrid —el
conocido ideólogo de la privatización, el Sr. Burgueño—, el foco no se sitúa ya
en la firma de los altos cargos, sino en una reunión celebrada en la Puerta del
Sol días antes. En ella, la presidenta Ayuso, su jefe de gabinete Miguel Ángel
Rodríguez, el Sr. Lasquetty, el Sr. Ruiz Escudero y el propio Burgueño decidieron
que las residencias de mayores quedarían fuera del circuito sanitario para
ponerse al servicio del negocio de la llamada 'medicalización'.
Intentar privatizar la
medicalización de las residencias en plena pandemia impidió que los mayores
fueran derivados a IFEMA o a los hospitales de campaña que en ese momento
estaban empezando a montar diferentes ONGs como Médicos Sin Fronteras o Médicos
del Mundo o que fueran medicalizados por esas mismas ONGs.
Y esa es, en el fondo, la herida
que se intenta tapar con insultos, numeritos y victimismo prefabricado: la de
una decisión política que abandonó a los mayores y a sus familias. La de un
modelo que antepuso los intereses económicos al auxilio y a la asistencia
médica, y que trató a nuestros mayores como si fueran piezas de un monopoly
desechables.
La verdad siempre acaba abriéndose paso. Y si hoy empieza a ser nombrada incluso por quienes formaron parte de aquel entramado, es gracias a quienes, durante estos cinco años, no han dejado de exigir memoria, verdad, justicia y reparación. Y por mucho que a la señora Ayuso le moleste, le seguiremos recordando que no habrá impunidad.
PÚBLICO DdA, XXI/6.010
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