martes, 24 de junio de 2025

DEL CONVERSAR COMO RESISTENCIA FRENTE A LA VOLUNTAD DE DESHACER MUNDOS


 José Ignacio Fernández del Castro

«En un poema leo:/ conversar es divino./Pero los dioses no hablan:/ 
hacen, deshacen mundos/ mientras los hombres hablan./
Los dioses, sin palabras,/ juegan juegos terribles./
El espíritu baja/ y desata las lenguas/pero no habla palabras:/ 
habla lumbre. El lenguaje,/ por el dios encendido,/ es una profecía/
de llamas y una torre/ de humo y un desplome/ de sílabas quemadas:/ ceniza sin sentido./ La palabra del hombre/ es hija de la muerte./
Hablamos porque somos/ mortales: las palabras/no son signos, son años./ Al decir lo que dicen/ los nombres que decimos/ 
dicen tiempo: nos dicen./ Somos nombres del tiempo./ Conversar es humano.»
 Octavio PAZ LOZANO (Ciudad de México, México, 31 de marzo de 1914 -
19 de abril de 1998),   Premio Cervantes 1981, Premio Nobel de Literatura 1990, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1993 por su revista Vuelta: “Conversar”  en Árbol adentro (1987).

El historiador asturiano Gonzalo Anes, Marqués de Castrillón, fue responsable máximo, desde su Dirección de la Real Academia de la Historia y la “dirección científica” del proyecto,  del reparto de entradas y los consecuentes desafueros de aquel controvertido Diccionario Biográfico Español, justo cuando se cumplían cien años del nacimiento de Octavio Paz, gran patriarca de las letras mexicanas y una de las plumas más fecundas de la literatura contemporánea escrita en castellano...

Uno, el presunto historiador, cercano a los dioses en su blasón nobiliario y dignidades ranciamente académicas, hablaba interpretando la voluntad de éstos para “hacer y deshacer mundos”, para “jugar a juegos terribles”, para “profetizar llamas y torres humeantes”, y hasta nuestro “desplome de sílabas quemadas” en una “historia de personajes” escrita (siempre) por los vencedores, en una hegeliana interpretación de la guerra como juicio divino.

Otro, el mexicano de afilada pluma, en su rotunda humanidad (que incluía probablemente la continua tentación de quien, universalmente reconocido, se siente con la potestad de otorgar bulas y otras licencias literarias en su entorno), siempre se hubo de conformar (con afán sublime, eso sí) con el diestro manejo de la palabra como una profecía de derrumbe donde, a fin de cuentas, se reconocía (nos reconocía) hijo de la muerte... Porque su palabra era, sobre todo y ante todo, más allá de la inevitable condición de signotiempo, años de auroras que presienten ocasos, de esperanzas desesperadas, de desengaños que aún buscan horizontes en las sombras del mundo... Devenir, en fin, que persigue un mañana que nunca llega. Nombres que, a la postre, poco más hacen que señalar nuestra propia finitud para mostrarnos con trágica belleza que, nietzscheanamente humanos, demasiado humanos, lo nuestro, lo único que nos queda en estos tiempos en los que Trump, Netanyahu o Ali Jamenei no dudan en tomar el nombre de su respectivo dios en vano para legitimar su siembra de muertes… ¡Es pensar para conversar!. Sin los cerebros tan llenos que no nos coja una nueva duda.

DdA, XX/6.019

No hay comentarios:

Publicar un comentario