“No solo apuestan activamente contra el futuro, sino que provocan los incendios que están consumiendo el mundo”. Así define Naomi Klein, junto a Astra Taylor, el nuevo rostro del fascismo global en su ensayo publicado en The Guardian “The rise of end-times fascism”. No es el fascismo clásico de los años 30, con su promesa delirante de un nuevo orden y su estética totalitaria. Es un fascismo distópico, nihilista, que solo ve futuro para unos pocos elegidos: los muy ricos, los blancos armados, los varones sin empatía. Un fascismo de Silicon Valley y búnkeres dorados, que ya no sueña con imperios sino con sobrevivir al colapso… después de contribuir a él. Naomi Klein lo llama “fascismo del fin de los tiempos”. No porque el mundo esté por acabar, sino porque quienes lo dirigen han renunciado a salvarlo. Jeff Bezos escapa en cohetes. Elon Musk funda su propia ciudad-estado libertaria en Texas, Starbase, donde trabajadores de SpaceX votan para vivir según las normas de la empresa y no del Estado. El proyecto es real y ha sido confirmado por Texas Monthly. Trump, por su parte, promete reabrir la prisión de Alcatraz y construir una “cúpula dorada” para blindar a Estados Unidos frente a la inmigración. Lo suyo no es política: es espectáculo carcelario. El modelo es El Salvador y su gigantesca cárcel CECOT, diseñada para aterrorizar a las y los excluidos. La propuesta de Trump no es metafórica: ha declarado públicamente su deseo de convertir Alcatraz en una prisión para inmigrantes. Ante ese fascismo global, que quizá algunos de los que combatieron el de hace cien años quizá llegaron a prever, recordamos hoy a una de las voces que lo combatió en su país y en el nuestro.
ADA GROSSI
Cuentan quienes la conocieron en los últimos años de su vida que la que fue una de las voces mejor timbradas contra el fascismo de los años treinta, tanto en la Italia de Mussolini como en la España de Franco, vivía en una modesta vivienda en la ciudad de Nápoles en compañía de su hermano Aurelio y que, posiblemente, no imaginara en 2015, año de su fallecimiento, ya casi centenaria, que nueve años después Italia y Europa entera iban a necesitar voces como la de Ada Grossi.
La familia de esta mujer,
nacida en la ciudad en la que falleció a la avanzada edad de 98 años, hubo de
irse de Italia durante la dictadura mussoliniana por sentirse perseguido Cesare
Grossi, abogado y dirigente socialista, casado con María Olandese, cantante
lírica. Refugiados en Argentina, el matrimonio y sus tres hijos llegan a España
durante la Guerra Civil, fijando su residencia en Barcelona y comprometiéndose
desde el primer momento en la lucha contra los sublevados.
Mientras María trabajó como
enfermera, Aurelio y Renato, los dos hermanos de Ada, se integraron en las
Brigadas Mixtas del Ejército Republicano, interviniendo en los frentes de
Málaga y Teruel, así como en la Batalla del Ebro. Ada fue la ayudante de su padre
en Unión Radio Barcelona, emitiendo desde esta ciudad en varios idiomas, y
también como locutora desde Valencia a través de Radio Spagna Libera, desde
donde en compañía del líder socialista Carlos Rosselli exhortaba a la deserción
a los miles de luchadores fascistas con los que Mussolini respaldó el general
Franco, instándolos a la vez a que iniciaran la resistencia antifascista en su
país.
La familia Grossi vivió al final de la guerra española su cautividad en los campos de aislamiento de Italia y Francia. Al padre y los dos hermanos se les internó en Italia y a Ada Grossi y a su madre en los campos de concentración franceses, en compañía de miles de refugiados españoles, entre los que se encontraba quien fue su marido. Casada con un médico español, Ada Grossi regresó a Nápoles una vez viuda, sin que volviera a intervenir nunca más en la radio. El diario La Repubblica dio a conocer su muerte con este titular: La voz de la radio que denunciaba los crímenes fascistas. Después de su muerte, los periódicos napolitanos la recordaron como una persona "tímida y modesta", que había caído en la misma situación que muchos otros y otros "héroes olvidados de la Resistencia", a pesar de haber sido reconocida como "la imagen clara de la libertad". Tras el final de la guerra, Ada Grossi no entró en política, como lo hicieron muchos de sus compañeros. Aunque algunos historiadores afirman que fue quien redactó, tras consultar con los padres fundadores Umberto Terracini y Ferruccio Parri, el artículo 21 de la Constitución italiana, que consagraba la libertad de expresión.
Vivió sus últimos años en su ciudad natal, Nápoles, donde los vecinos dicen que la veían pasar con su aspecto de una anciana de ojos azules que, a pesar de su edad, todavía se emocionaba con las cartas del tiempo en el que hizo de su voz un arma de lucha contra el fascismo internacional.
Fuente: popoffquotidiano.it
DdA, XXI/6.004
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