martes, 20 de mayo de 2025

DEMOLIDA OTRA PÁGINA DE LA MEMORIA DE LA PLAZA DE EUROPA



Félix Población

El Muséu del Pueblu d'Asturies nos facilita esta fotografía de la que es autor Gonzalo del Campo y del Castillo (1896-1980), cuyo fondo documental custodia el citado centro. Lo hace con ocasión del derribo de la manzana de viviendas que sobrevivió en pie hasta hace unos días, si bien en unas condiciones lamentables de abandono, en el corazón mismo de la turística villa de Gijón. 

Si no me equivoco, subsisten sólo en esa Plaza de Europa, junto al edificio restaurado del Mercado del Sur, el viejo chalet de don Ladislao, cuya rehabilitación como posible museo de historia de la ciudad sería rescatarlo de una incuria tan visible como deplorable, y el antiguo edificio del Asilo Pola, en el que algunos aprendimos las primeras letras. Diseñado por el arquitecto Luis Bellido -algunas de cuyas obras fueron demolidas en la ciudad sin el menor reparo-, el colegio estaba regentado por las Hermanas de la Caridad y admitía solo a párvulos y a niñas en edades comprendidas entre los siete y los trece años. En 1957 asistían a clase -más o menos cuando entré en sus aulas- cerca de 300 menores, de los que un centenar pagaba 35 pesetas mensuales para poder hacer uso del comedor, donde se les daba potaje, pan y postre. No fue mi caso.

Cuando Gonzalo del Campo hizo esta fotografía (1969),  residía en el edificio desde hacía muchos años Nicanor Piñole, al que visité con ocasión de su centenario para una entrevista, no recuerdo si antes o después de una gran exposición de su obra en la Biblioteca Nacional de Madrid. El cartel de esta exposición fue precisamente un cuadro de Piñole en el que plasmaba el viejo Parque Infantil de la actual Plaza de Europa una mañana nevada de invierno.

Años antes de mi visita al pintor, que fallecería pocos meses después, había estado en ese mismo número 5 de la plaza, pisos segundo y tercero, el recordado escritor y amigo de Nicanor Piñole Luciano Castañón, según cuenta su hijo Chema, que dejó una semblanza de la vivienda tal como yo la recuerdo: “Otra impresión grata, aunque algo desconcertante, la tuve cuando fui por primera vez a su casa. Aquello supuso para mí como adentrarme en una caja de sorpresas. Las habitaciones me parecieron vastas y altas. Las contraventanas estaban entornadas y todo se sumía en un ambiente silencioso y sombríamente conventual. Se veían cuadros por todas partes, había que tener cuidado para no tropezar con ellos. Noté como un humus flotante, el poso acumulado por los años y por una laboriosidad fecunda, llena de personas, de figuras, de recuerdos, de motivos, de paisajes…, y todo ello constituyendo una constelación de color".*

Manuel Prendes, tío del pintor, mandó construir a su regreso de América el histórico edificio, que databa de 1899, y que se ha tenido que demoler, al parecer, por problemas en la capa freática, tal como ocurrió en otras construcciones de la zona, evidenciados al construirse el aparcamiento subterráneo de la cercana Plaza del 6 de Agosto, donde la acumulación de agua era notable.

La instantánea del fotógrafo gijonés corresponde a un tiempo en el que todavía había viviendas y locales comerciales en los bajos del edificio, si bien era perceptible que no existía intención alguna de un adecentamiento de las fachadas, algo que durante muchos años requirieron tanto esta manzana como la que existía, del mismo estilo arquitectónico y con un piso más de altura, al otro lado de la calle de Covadonga y frente al Mercado del Sur, demolida también tardíamente después de seguir el mismo proceso de abandono durante lustros. En este caso, como es de esperar ocurra en el edificio que sustituya al ahora derribado, la nueva construcción siguió el estilo de la anterior, dando lugar a una edificación de las más atrayentes y proporcionadas de la villa.

Tal como se puede observar en la fotografía de Gonzalo del Campo, ya asomaban en 1969 por detrás del edificio fotografiado las construcciones de gran altura que durante las décadas de los sesenta, setenta y algunos más se prodigaron como tributo a una especulación abusiva que hizo añicos el diseño urbanístico de la ciudad, afectando también de manera brutal a su memoria histórica. 

Es muy posible por esto que el fotógrafo gijonés dejara sentenciado a muerte el edificio al que apuntó con su cámara, añadiendo lo de tarde o temprano porque la sucesión de derribos era tan galopante entonces que estaba a capricho de las circunstancias e intereses especulativos que podían adelantar o posponer tal desenlace. 

Fue precisamente Gonzalo del Campo y del Castillo quien al final de su vida dejaría constancia con su cámara de las transformaciones urbanas ocurridas -yo diría que sufridas en buena medida- en Gijón durante las dos últimas décadas de la larga existencia del fotógrafo. Se me ocurre sugerir, siendo aquella villa proclive a grandes exposiciones fotográficas, que una muestra sobre la obra de este fotógrafo bien podría ser ilustrativa de aquellas transformaciones, además de servir como homenaje a la memoria de Gonzalo del Campo.

Goti del Sol

Lo que muy probablemente no esperaría don Gonzalo, a quien tuve el gusto de conocer en su ancianidad, es que su previsión se cumpliera más de medio siglo después de haberla dejado manuscrita como pie de su fotografía. Para quienes empezamos a vivir la calle bajo los árboles del viejo Parque Infantil, cuando toda aquel escenario urbano era aún similar al de la posguerra, la demolición de la vieja manzana de la Plaza de Europa es acabar con una de sus últimas referencias de una parte fundamental del paisaje urbano cotidiano en el que discurrió nuestra niñez. 

El derribo de las fachadas y el adentramiento inmisericorde de las máquinas en el interior del edificio, destruyendo galerías y patios de luces, y dejando al desnudo las paredes de papel pintado de las viviendas centenarias en donde discurrió la existencia de muchas familias, me ha permitido también asomarme por última vez a un paisaje interior similar al de mis años infantiles, cuando bajo los balcones y miradores exteriores había al menos dos tiendas de ultramarinos de las que se nutrió una parte de nuestra crianza. 

Digo esto último porque los domingos y fiestas de guardar, cuando a nuestras madres se les había olvidado comprar algo fundamental en el Mercado del Sur, nos mandaban a una de las dos tiendas de ultramarinos que había en en la manzana demolida, abiertas de tapadillo por una puerta lateral. La primera estaba en la esquina de la calle de Covadonga con la de Pelayo y creo que la llamaban Casa Celia, frente a la peluquería en la que se anunciaban las pelis del cine Avenida. 


La otra tienda estaba en la misma calle de Covadonga y la regentaba un hombre de mediana edad que lucía un desgastado guardapolvo gris, cuya voz eran tan apagada que pareciera imitar lo silencioso de sus pasos, calzados con una viejas zapatillas. Sembrada de sacos de legumbres, con olor a bacalao y a sardinas arenques, estaba situada casi en frente del kiosco-librería de Zapico, donde se cambiaban novelas del oeste y se vendían libros y tebeos de segunda mano. Un local de estas características, a poca distancia de casa, era de mucho aprovechamiento para la chavalería lectora durante los largos y oscuros inviernos de lluvia. Llegué a entenderlo como un refugio cada vez que sentía la calidez del papel viejo y el estímulo imaginativo de los títulos y las portadas a color. No pensaba entonces que aquellos fugaces minutos de ojeo y hojeo, pues no se nos permitía pasar de una mirada superficial, iban a acompañarme toda una vida.

*Luciano Castañón: “Piñole, pintor de Asturias”, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos nº 120, diciembre 1986. Incluido en el libro recopilatorio “Escritos gijoneses”, Ed. VTP, 2001)

DdA, XXI/5.992

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