Diego Cañamero
Las paredes de estos cortijos, algunos de ellos en ruinas y otros casi desaparecidos, guardan en sus adentros el dolor y el sufrimiento de miles de familias jornaleras que trabajaban sus campos. Sus muros de piedra o ladrillo antiguo, guardan en su interior el llanto de unos niños y niñas sin escuela que tenían que guardar cerdos, ovejas, cabras, o cuidar gallinas, el grito de unas madres pariendo, la voz de una garganta seca de un "gañán" cantiñeando después de una jornada interminable de trabajo.
Estos cortijos o caseríos fueron los aposentos de miles de familias que hicieron que el pan llegara a todas las mesas, estando ellos/as en unas condiciones en las que no podían llevar a sus hijos/as al colegio, no tenían médicos cercanos, ni luz eléctrica y el agua para beber y lavarse tenían que sustraerla de un pozo (algunos estaban lejos de donde se vivía).
¿Cuántas alpargatas fueron destrozadas por estos braceros en los caminos y pisando terrones en los barbechos? ¿Cuántas veces hubo que levantarse de noche ante los ladridos de los perros alertando de la presencia de un zorro para que no se comiera a las gallinas? ¿Cuántos días había que aguantar un dolor de muelas sin poder ir al médico?
Recuerdo cuando, junto a mi familia, vivíamos en un cortijo, yo con 6 años tenía que estar al cuidado de un rebaño de cabras y ovejas (20) y no tenía zapatos, andaba descalzo.
Cuando circuléis por las carreteras y veáis un cortijo o rancho caído, pensad que ahí están enterrado un trozo de nuestra historia y de la tuya también.
DdA, XXI/5.996
No hay comentarios:
Publicar un comentario