martes, 22 de abril de 2025

QUE NO HAY PAPA BUENO LO TIENEN ESPECIALMENTE CLARO LAS MUJERES


Quizá, su mejor carta de despedida es que argentinos como Milei lo llamaran imbécil satánico o que la iglesia española más pestilente rezase rodeada de referencias franquistas para que llegase cuanto antes el día de su muerte.

Gerardo Tecé

Cuentan que la primera gestión que hizo Jorge María Bergoglio tras ser nombrado papa en el cónclave de 2013 no fue ponerse en contacto con dios, sino con su kioskero de Buenos Aires. Llamó por teléfono al tipo para decirle que no le guardase más el periódico diario porque se había mudado. Si hacemos caso a la biografía de este hincha de San Lorenzo, de los helados y de dios –quizá en ese orden– es relativamente sencillo imaginarlo justificar su decisión de darle prioridad al kioskero ante el todopoderoso: “Dios se habrá enterado de la noticia, el kioskero vete a saber”. Una anécdota que ilustra bien cómo un cristiano que entiende de qué va esto debe anteponer los asuntos terrenales dejando las fantasías del cielo para sus ratos libres.

Los que se acercaron al papa Francisco lo definen como un hombre bueno, un tipo accesible, con una marcada tendencia hacia la justicia social y que huía de las extravagancias divinas. Esto ha generado en muchos una confusión entendible: acabar definiendo a Francisco como un papa bueno. Algo así como llamar bueno al tabaco rubio porque también existe el tabaco negro. Una confusión casi entendible teniendo en cuenta que el anterior papa perteneció al partido nazi. Que no hay papa bueno es algo que tienen especialmente claro las mujeres. Tras conocerse la muerte del papa Francisco y aparecer como setas obituarios y homenajes que, desde la izquierda, ensalzaban con entusiasmo su figura, una compañera de CTXT cuya identidad protegeremos por si al próximo representante de dios le da por recuperar la Santa Inquisición, echaba pie a tierra recordando algunas de las muchas perlas que el papa Francisco dejó durante su ejercicio papal. “Hoy día el peligro más feo es la ideología de género”. “Todo feminismo es un machismo con falda”. “El cambio de sexo atenta contra la dignidad de las personas”. “El aborto es un asesinato y los médicos que se prestan a esto son sicarios a sueldo”. “La eutanasia es un crimen contra la vida”. No es ningún escándalo, es simplemente un papa haciendo de papa. Es un papa recordándonos que el único ámbito donde podemos usar el adjetivo bueno sin miedo a equivocarnos es con las papas aliñás. No ni ná.


Más allá de lo retrógrado inherente al cargo, Jorge Bergolio, el papa Francisco o como cada cual quiera recordarlo, fue un tipo generalmente alineado con la justicia social, defensor de los pobres y, por tanto, puesto en la diana de la derecha más ultra. Quizá, su mejor carta de despedida es que argentinos como Milei lo llamaran imbécil satánico o que la iglesia española más pestilente rezase rodeada de referencias franquistas para que llegase cuanto antes el día de su muerte. Esa ultraderecha con sotana, que cuando lee en la Biblia que “es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja a que un rico entre en el reino de dios” interpreta que hay que expulsar a los inmigrantes, es la que ansía convertir la dirección de la religión católica en great again. Es la iglesia que quiere volver a crucificar a todo aquel buenista que, como Jesucristo, defienda causas sociales o que los pobres son una prioridad. Por algo en Semana Santa algunos no lamentan, sino celebran al crucificado.

La Iglesia católica es un gigantesco influencer cuyo peso, a falta de tener un dios de su lado, reside en su poder de comunicación. Un poder que ejerce para influir en la vida de millones de católicos en el mundo que darán like a lo que su iglesia les diga. Es esa capacidad comunicativa la que la ultraderecha sueña con conquistar en el próximo cónclave. No lo tendrá nada fácil. Durante su mandato, Bergoglio nombró al 80% de los cardenales que elegirán al nuevo jefe al frente del negocio. Lo cual nos hace pensar que, previsiblemente, el Vaticano seguirá tras Francisco con una política comunicativa –no hay otra política que realizar, desde la llegada de los móviles ya no hay milagros– similar a la impuesta por el argentino, consistente en abrir la Iglesia a la realidad de un mundo enorme y diverso. Un mundo muy alejado del que los Trumps que crucifican desfavorecidos quieren imponer. La iglesia, lo saben bien en el Vaticano, no es un negocio de nicho, sino generalista.

CTXT  DdA, XXI/5.966

No hay comentarios:

Publicar un comentario