Max Fernández Álvarez
—Los médicos dicen que tengo depresión, ¿que sabrán esos matasanos? Si no fuese por los casi noventa años les iba a contar un cuento. No pido nada, sé que ha llegado mi hora y no quiero levantarme de la cama, y aunque la artrosis de las rodillas, todavía me permite dar cortos paseos, me resisto a seguir caminando, me escudo en la disculpa que no puedo sostenerme en pie y nada más terminar las comidas, insisto en volver al catre.
—Quiero apagar la luz, aislarme y adentrarme en el negro túnel, recordar y repasar sin parar, las horas que me resten. No tendrá un sentido muy cabal pero es mi último deseo.
— Hay momentos en los que imagino donde mandar reposar mis cenizas, y hasta escojo lugares apropiados, siempre ligados a la época más feliz –la niñez sin duda- y me digo: al pie de aquel cerezo que nos brindaba aquellas cerezas tan negras y tan dulces, pero después caigo en la cuenta ¿Dónde carajo estará ese cerezo ya? O al lado de aquel rosal que en mayo se cubría de rojos pétalos, tan intensos y que nos regalaba con aquellos olores y perfumes incomparables, a renglón seguido también me desdigo: después de tantos años ¿quin se habrá molestado en regarlo y abonarlo? ¿No se habrá muerto sin duda? Desisto por tanto, ¡que las aventen donde mejor les pete! Faltaría más, preocuparme en vida de lo que acontecerá después de muerto, vaya pérdida de tiempo ¡y por Satanás que ya no me sobra!
—A mi hija que me cuida, le digo que como no puedo dormir de noche, lo tengo que hacer de día. Hace poco metí la pata, ella se levantó en la madrugada a franquear la puerta a uno de mis nietos (por cierto que tengo otros cuatro más, tres de ellas mujeres ¿Como habrán salido tan buenos mozos y mozas? Aunque presumo de ser de estatura normal -la verdad entre nosotros- no soy muy espigado que digamos, en definitiva, a mi no han salido demasiado, no obstante no dejo de estar orgulloso de la nueva hornada) como iba diciendo me pilló roncando, cometiendo el imperdonable desliz, a la mañana, de quejarme –como hago casi siempre- que no había pegado ojo en toda la noche.
—Las fuerzas se fueron diluyendo –últimamente sufrieron un acelerón en su caída- pero la cabeza me funciona y no digamos la memoria –o por lo menos eso suelen comentar mis parientes- aprovecho para recordar que también tengo un hijo que suele venir a verme los sábados por la tarde, los nietos por parte de él, más de ralo en ralo- Hace unos meses que principié a recapitular, -coincidiendo con el retiro forzoso- ¡Y pensar que era un andarín empedernido! ¡Las miles de veces que habré recorrido el muro de San Lorenzo! Llevo jubilado cerca de treinta años y -hasta hace bien poco- ni los zapatos ni el coche descansaron un solo día.
—Creo que a raíz de un pequeño accidente que tuvo lugar, cuando trabajaba imitando a los topos siendo un joven minero, junto con otro compañero, quedamos atrapados durante unas horas por un derrabe de carbón, a oscuras en la galería, esperando el rescate, aquellas horas pasadas en el negro y húmedo agujero, en incierta soledad pensando atropelladamente, desde entonces.. de ahí me viene sin duda, la tendencia a hacer exámenes de conciencia periódicos ¿No dicen que recordar es volver a vivir? ¡Pues eso es lo que quiero hacer! Recorrer mi vida, buscar y rebuscar detalles medio olvidados en las oscuras revueltas de la memoria.
Comenzando como es de ley por la primera luz, allá en remota aldea del concejo de Teverga, siendo el segundo de cinco hermanos y el primero de los varones, estos recuerdos de niñez son los más vivos, talmente parecen de ayer ¿Por qué será? ¿Habrá sido tan breve el tiempo transcurrido? ¿O será que con los años se va cerrando el círculo y ya avisto el principio que coincide con el final de mi recorrido?
—Me tachan de despegado ya que las antiguas y ralas visitas de médico a la casa paterna –muertos estos hace muchísimos años- las rematé con nunca más pasar allí ni un solo día entero. ¡Maldito si me llama nada, la aldea, ni el terruño!
—Recuerdos primeros de una madre de poco más de veinte años y con unos ojos tan negros como no conocí otros, y de la que seguramente heredé un vicio que me acompañó de siempre y me acompaña, la lectura. Bueno ahora casi no me produce placer, me canso pronto, además está el propósito contraído de emprender el postrer viaje ligero de equipaje, y debo olvidarme de las letras en el papel y apresurarme a esa otra relectura del pasado, a la que estoy dedicado más con el alma que con el cuerpo.
— Todavía me escuece una segunda espina que lleva lastimándome el corazón, mi primer nieta que ahora rondaría los cuarenta años, desaparecida cuando solo era un pequeño ángel de tan solo dos añinos, y es que comenzaba a ser la niña de los ojos del abuelo –siendo estos casi tan negros y una fiel asemella de los de su bisabuela- Hubiera sido un buen regalo de despedida poder dejar en este mundo, un vivo retrato de madre.
— Menos mal que no tengo biznietos, me caería la cara de vergüenza tener que disputarles los pañales ¡Maldita sea la próstata y la incontinencia a ella debida! Ellos piensan que no sé que tengo cáncer, pero para algo me tendría que servir la inveterada afición a la lectura, el prospecto de aquellas pastillas que tanto me revuelven, no me dejó lugar a dudas. Me hago el tonto y no digo nada, siempre fui muy orgulloso e independiente y además ¿para que?
—El mayor bochorno lo pasé cuando no me quedó más remedio que permitir ayuda para el baño, ¡rediós! verme desnudo atisbando de reojo en el espejo las pelotas jubiladas escoltando el difunto, y soportar convertido el conjunto -por mor del agua con jabón resbalando- en puras barbas de chivo, eso sí que son unas soberanas vergüenzas. ¡A lo que llega uno!
—Últimamente ando un poco duro de oído, aunque a la postre me viene bien -nunca me gustó refocilarme en los problemas, siempre traté, que estos me hiciesen el menos daño posible, a poder ser que resbalasen por si solos- para desentenderme de temas que podrían resultar cuando menos molestos, como esas engarradiellas de herencias y líos de repartos. Me niego hacer honor al proverbio cuanto más viejo más pendejo, admitiré que me llamen octogenario pecador (¡que más quisiera!), ruina o escombro pero nunca pendejo.
—De mi familia más cercana, de sobra se que me atienden y visitan –tampoco es para quejarse aquí, ya que nunca fui demasiado cariñoso- con más obligación que devoción, -a todos correspondo con una sonrisa tristona y agradecida- es ley de vida, ellos a sus cosas yo a mis batallas interiores, y tantas que les podría contar ya que nada saben sobre la guerra incivil, a la que llegué con quince años, y de la que me libré por los pelos y contando con las buenas artes de padre –antiguo emigrante a Cuba y devenido después en recio picador- pero querido y respetado por su seriedad y rectitud, tanto por los esperanzados partidarios de la Republica que se alumbraba, como después, asesinada esta, por los fascistas seguidores del patas curtias.
— Cuando estoy en el salón –obligado en brazos de la cárcel de los años- a menudo me entretengo contemplando las manos ¿se ven envejecidas? ¡Diría que sí! Estas que en su día fueron fuertes, ahora se presentan azuladas, blancuzcas y débiles, aunque el tamaño las delate, no recuerdan los rudos trabajos que desempeñaron, pero penan por recordar los cuerpos que acariciaron. Tuve una única esposa a la que bien quise, siendo muy corto el trayecto recorrido en su compañía, escasos cinco años con la propina de una pareja de vástagos, a los que hubo que sacar adelante con la inestimable ayuda de los abuelos. Todo el amor del mundo apurado en breve espacio, la mujer mas trabajadora, sencilla y recatada, pero –para mí desgracia- tuvo que llegar muy presto el fiero hachazo.
—Pude emparejar otra vez con cuarenta años y estuve en un trís de hacerlo, la diferencia de edad me echó pa atrás, o tal vez la carta de madre echándome en cara el querer dar a aquellos niñinos una madrastra. Joven hembra fogosa y bravía –adornada con una sonrisa cautivadora- Muchas veces las cosas se tuercen por un detalle que parece insignificante. ¡Eran otros tiempos!
Después vinieron otras y como bien sucede en la viña del señor, hubo de todo, mas lagartonas, o menos modositas, hasta llegar a la última con la que llevo más de veinte años, aunque se puede decir que estos últimos amores no pasan de ser más que presuntas salvas de vísperas.
—Muchas veces me pregunto si hice bien abandonando la aldea, cuidar vacas, arar la tierra, sembrar.. ¡quita pa ya..! –no me gustaba ni un pimiento- yo mismo me contesto, en la seguridad de haber estado acertado, además la mina me sentaba mal, aquella humedad acababa con mis delicados bronquios. Veo que la semilla arraigó en la ciudad, y los nietos -ya son sin duda- animales del asfalto, y si no están contentos ¡que reclamen al maestro armero!
—Soy un machista sin remedio y reconozco que a mi hija no la trato todo lo bien que debiera, pero es algo que llevo en la sangre, tiendo a ver las mujeres con prisma desenfocado y no es que tenga algo contra ellas- sino todo lo contrario- a quienes más quise en este mundo fueron dos mujeres: primero a mi madre y después a mi esposa.
— Cuesta trabajo convencerse que llegará el día en que no habrá amanecer, ni más primaveras llenas de flores, ni cielos azules, ni soles brillando al atardecer, ni música y canciones ¡aquellas canciones traídas por padre de allende los mares!. Cuando la idea ya arraigó y caló honda te sientes liberado de un gran peso, te dices que ya viviste lo tuyo, todo se acaba, la nada es el equilibrio. Pobres de aquellos que esperan el más allá, para reencontrarse con una vana ilusión alimentada en vida, y menos mal que la nada no te va permitir reclamar. Sería trágico tener -con mi edad- ganas de vivir, ya que de todas maneras la parca, mal que bien, te espera, para llevarte por sorpresa al trance, y si se tercia por las bravas con las patas por delante.
— Lo tengo todo pensado, iré haciendo cada vez menos por alimentarme, con lo que cada día que pase las ganas de comer irán disminuyendo, la falta de nutrientes harán que la vieja y gastada maquinaria languidezca, el respaldo de la idea fija que tengo en la sesera, contribuirá en gran medida en conseguir el fin propuesto, actuando como puntilla, no hay nada más seguro que querer morir, el cuerpo del delito se irá haciendo realidad, quizá me de tiempo a una última mirada de adiós y quien sabe si se me escapará un chao, un postrer suspiro y acierte a articular entre labios ¡Ay madre, cuanto cuesta morir con dignidad!
*Dedicado a un abuelo, en aquellos días tan señalados y ásperos, en que se aprestaba a encarar el trance más amargo del nacimiento.
DdA, XXI/5.967
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