martes, 15 de abril de 2025

"¡AY, CARMELA!", UNA SALVACIÓN A LA QUE VOLVER SIEMPRE


Valentín Martín

Yo debí quedarme en Siena hace 1000 años. Allí murió el obispo y nació la República, ese sueño. Y con la República llegó la prosperidad, el bienestar ciudadano, y el desarrollo del arte.
Ahora aquí los obispos tienen pluriempleo, mandan menos, pero de la República si te he visto no me acuerdo. Sin embargo hay milagros en el entero amor de las lobas: esta noche yo he sido amado por José Sanchis Sinisterra, Paula Iwasaki y Guillermo Serrano.
Ha sido un amor republicano, torrencial y rebosando pleamares donde todos los sueños se han hecho candela.
Con los amores y el teatro pasa lo mismo: que siempre nos parece el primero. Como esta función de "Ay Carmela" que te abduce, y ya no ves más que teatro dentro del teatro. Ni siquiera intentas abrir un visillo clandestino por ver si existes fuera de Paulino y Carmela y su dramática equivocación que les conduce al desprecio cuando están tocando ya las campanas a muerto por los héroes del alba. Ni puedes ni quieres: basta con hacer caso a tu corazón, aguantarte las ganas de llorar, beberte la crueldad en copa larga, y quedarte a esperar la resurrección de la carne negada en las soleares eternas.
Porque necesitas que vuelva Carmela aunque sea únicamente para vivir la derrota que sin ella sería más pólvora a solas con la vida.
Y mientras lloras por Carmela estás llorando por ti mismo y por todos los que dudaron de si es más importante la dignidad o la supervivencia. Este dilema, que ocupó tus insomnios durante todo el camino hasta las vísperas ya de la barca, resucita otra vez al borde de un escenario donde la historia te está lamiendo las rodillas para recordarte que el teatro hace contigo un ejercicio de magia: lo que ves, ocurre.
Y ocurre por culpa de alguien.
Por culpa de José Sanchis Sinisterra (el gran defensor del texto dramático) que hace casi 40 años ya pensaba en ti, en lo que te iba a ocurrir con una obra que te invita más que nunca a cruzar la frontera.
Por culpa de Paula Iwasaki, garra y sensibilidad, donde yacen los temblores más humanos de Carmela. Actriz samurai de profunda formación artística que traduce en reclamo y chantaje emocional hasta para el espectador más amorfo. Paula Iwasaki nació para ser Paula Iwasaki. No se puede ser más.
Por culpa de Guillermo Serrano, un actorazo tan bueno que puede hacer el mejor malo o el derrotado que más compasión y sonrisas produce en un escenario. Aquí no elude el duelo con Paula y se enfrenta a la historia a quemarropa, aunque la navaja en la liga la tiene Carmela, eso ya se sabe. Llevan haciendo de pareja artística desde los estudios (¿quizás 13 años?) El bagaje creativo que mueve al excelente extremeño tiene también unos cimientos de preparación que van a crecer con su trayectoria profesional desde la escena a su guitarra. Guillermo Serrano es la suma de varias pasiones y se nota. Va eligiendo sus horizontes y se reinventa como si sus sueños durmiesen ya despiertos.
No sé si les he avisado de que para oír hablar de José, de Paula, y de Guillermo deben ustedes quitarse el sombrero y ponerse en pie.
José: el teatro de la palabra. Con la palabra genera emociones, santifica o tritura ideas, acelera o desmitifica tantas devociones como caben en varias vidas vividas varias veces.
En boca de Paula Iwasaki y de Guillermo Serrano la palabra de José produce tal conmoción que ya no vuelves a ser el mismo.
En "Ay Carmela" todo está en el lugar que más embeleso te endosa. Y con diferentes mensajes. Aclaremos que la soledad de Paulino tiene la edad de la ausencia de Carmela. Cuando Carmela vuelve es porque no caben más en la muerte. Pero a un escéptico Paulino esto sólo le lleva a murmurar que dónde se ha visto a una muerta comerse un membrillo. El talento descomunal de José germina estos matices que los mejores intérpretes de su obra -Paula y Guillermo- llevan al límite.
Hasta el dolor parece agonizar cuando Paula se lamenta por la lejanía de España en la interpretación de "Suspiros" (qué bonito canta Paula). Y hay una ternura infinita en Paula cuando vela el sueño de Guillermo. Y hay un sarcasmo sin cautela en Guillermo recitando los versos del pronazi Federico de Urrutia. Guillermo declama como Dios, pero como Paulino no se lo cree, ha de decir así a Urrutia. Sólo los muy grandes pueden hacer eso. Estremecedora la soledad del monólogo de Paula encarnadura republicana dentro de la bandera tricolor. Tantos momentos emocionales que renuncian a ser pasajeros hacen de esta "Ay Carmela" una salvación a la que volver siempre.
Pero tanto José, como Paula, como Guillermo, levantan el pie del acelerador y procuran áreas de descanso donde Guillermo enseña su capacidad para inducir a la sonrisa, incluso a las risas.
Las dos horas de duelo actoral no decaen ni un segundo, te meten en la obra, te seducen de tal forma que hasta las catacumbas parecen alamedas. Y cuando se acaba la función el público se derrumba sobre el escenario donde Paula y Guillermo recogen toda esa lava de felicidad infinita.
Esta tarde se hizo de noche en el Teatro del Barrio donde todo ha sucedido y no por casualidad. Y no es extraño que la última palabra que ha pronunciado Paula al regresar de la muerte haya sido España.
Lo repito siempre: España, clara es la penumbra de tu corazón descalzo.

DdA, XXI/5.960

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