viernes, 7 de marzo de 2025

¿FRENAR A LA ULTRADERECHA PACTANDO CON JUNTS POLÍTICAS DE ULTRADERECHA?

Sostiene Tecé que la derecha catalana defiende, tras el pacto con el PSOE que le da a Cataluña competencias sobre políticas de acogida, usar el bello idioma catalán como valla electrificada contra los de abajo. La mejor manera de integrar a quienes vienen de fuera, defienden los de Puigdemont, es que sepan hablar catalán. Justifican así que los inmigrantes pobres deban superar un examen al que no necesitarán enfrentarse quienes son recibidos de brazos abiertos vía tarjeta de crédito.


Gerardo Tecé

En realidad, todo quedó dicho cuando Eduard Sola recogió el premio Gaudí al mejor guión original el pasado mes de enero. El creador de la historia de la Casa en llamas subió al escenario del Auditori Fòrum de Barcelona y, visiblemente emocionado, explicó en catalán que su familia, charnegos de origen andaluz, había sufrido el castigo de sentirse inmigrante. Un castigo cristalizado en miradas de superioridad que les acompañaron durante tres generaciones. Mi abuelo era analfabeto y yo me dedico a escribir, continuaba su discurso Sola antes de explicar que, si el ascensor social y cultural había funcionado en la Catalunya en la que creció hasta auparlo a ese escenario, era gracias a la escuela pública, los casals y toda la buena gente que se cruzaron por el camino. Poco más había que añadir, pero Eduard Sola dijo algo más: mandemos a la mierda a los xenófobos, sigamos acogiendo a los de fuera con los brazos abiertos y veremos que de aquí a unos años ellos también escribirán grandes historias catalanas. Lo dicho, poco más que añadir.

Viví en Barcelona en el año 2019. Era la Barcelona de los lazos amarillos, los carteles en las cuestas de Vallcarca pidiendo libertad para los presos políticos y el juez Marchena dispuesto a terminar la faena que comenzó el rey Felipe con aquel mitin político televisado. Viví la Barcelona más polarizada, aquella en la que, a un andaluz como yo, le tocaría vivir la traumática experiencia de ir a comprar el pan hablando castellano y no poder hacerlo porque el tendero, un tipo malvado, te respondería en esa lengua del diablo llamada catalán. No sucedió. Como tantas otras veces que había estado en Cataluña, en el tiempo que viví allí lo único que recibí fue amabilidad y cierto cariño incomprensible que acabé achacando a mis torpes intentos de chapurrear algún que otro bona tardagràcies o et subjecte la porta los días que me venía muy arriba. Comprobé que, una vez más, los vendedores de odio eran, en realidad, vendedores de humo. Intuyo que la historia de la familia de Eduard Sola no era tanto la historia de una familia de andaluces que emigraron como la historia de gente humilde que emigró. No es nada nuevo que la xenofobia no tenga nada que ver con la piel o el idioma, sino con el bolsillo.

En Junts parecen haber entendido esto a la perfección. La derecha catalana defiende, tras el pacto con el PSOE que le da a Cataluña competencias sobre políticas de acogida, usar el bello idioma catalán como valla electrificada contra los de abajo. La mejor manera de integrar a quienes vienen de fuera, defienden los de Puigdemont, es que sepan hablar catalán. Justifican así que los inmigrantes pobres deban superar un examen al que no necesitarán enfrentarse quienes son recibidos de brazos abiertos vía tarjeta de crédito. Es lo de siempre con nuevas fórmulas. Eduard Sola lo explicó bien: mandemos a la mierda a los xenófobos. Porque xenofobia es lo que sobra en cualquier tierra, nunca quien llega de fuera para enriquecerla. ¿Cómo piensan PSOE y Sumar seguir hablando de lucha contra la ultraderecha mientras pactan políticas migratorias con quienes tienen ciertos discursos que se les parecen bastante?

DdA, XXI/5.924  CTXT

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