EL CONDENADO A MUERTE
Hay un hombre que ha llegado del mar.
Dejé la puerta abierta
y la sal de sus manos iluminó la casa.
Quizás la noche o la luz le persiguen.
Si los perros no ladran,
bendito sea el crimen del que huye,
la escudilla de luna entre sus manos
y el desierto amarillo de sus ojos.
Yo conozco esos ojos,
los he visto arribar miles de veces,
pasan entre nosotros, irisados de lluvia,
llenos de puertos que les dieron cobijo
por una historia y para una noche.
¿Cuántas veces habrá de cruzar el umbral?
¿Cuántos umbrales necesita cruzar
hasta depositar su collar de palomas
junto a las redes y los aparejos
y quedarse contigo a conjurar la muerte?
Sé cuánto vale un hombre,
ofrécele caballos,
caballos con el aro del sol sobre la frente
y estos niños desnudos por el puerto,
es todo lo que pide.
Cada uno construye sus orillas
y las deja pobladas o desnudas.
Pronto amanecerá
y si el fanal de la casa está encendido,
en tu gorra de capitán habrá otra estrella.
DdA, XXI/5.918
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