Félix Población
Si el curioso lector tiene a bien investigar el número de víctimas mortales habido en la guerra ruso-ucraniana hasta ahora en los últimos tres años, tanto entre los soldados de uno como del otro frente, además de las bajas mortales entre la población civil del país invadido, advertirá que no se pueden encontrar cifras fiables, pero sí se puede calcular que el balance es muy alto. Igualmente lo es la cifra de personas (en su mayoría mujeres y menores) que han salido de Ucrania para alojarse en los países europeos (más de 200.000 en España): el número supera los ocho millones. El presidente ucraniano, que tanto se ha paseado por Europa solicitando armas para defenderse de los invasores rusos, firmó ayer un acuerdo con Trump que va a permitir a Estados Unidos explotar minerales muy provechosos para su industria tecnológica y que se encuentran en territorio ucraniano. Se las llama tierras raras a las que atesoran esa riqueza y no es nada raro, más bien coincide con el motivo de todas las guerras, que después del atroz balance de muerte y destrucción que durante tres años ha sufrido y sufrirá todo un país hasta que Trump y Putin pacten la paz, el resultado vaya a beneficiar a los invasores -logrando posiblemente todos o algunos de los territorios conquistados y que Ucrania no entre en la OTAN- y también al país que respaldó a los invadidos para conseguir así la explotación de su riqueza mineral. Me pregunto qué sensaciones tendrán esos ocho millones de ucranianos refugiados en los países europeos. No hace falta preguntarse por los sentimientos de los familiares de los soldados muertos en combate, ni tampoco por los de los miles de civiles que perdieron la vida. Es muy probable que todos se acuerden, para imprecarlos, de los malditos que provocan las guerras para nutrir los negocios de la industria armamentista, invadir territorios o explotar tierras raras que no son suyas a costa de cavar miles de tumbas.
Negra sombra sobre Europa
Félix Maraña
Campanas de Bastabales
decidme si Rosalía
sigue haciendo poesía,
aunque de casa no sale.
Que su rocío nos cale,
para curarnos la vida,
que su lírica medida
alumbre día y salud.
Negra sombra de inquietud
recorre Europa encendida.
La muerte, erre que erre,
salpica de sangre al mundo,
surcando surco profundo,
desde el Caspio a Finisterre.
Si el hombre yerra, no cierre
las puertas de otro futuro
a tiempo menos oscuro
donde reine la razón.
Que se ablande el corazón
y se derribe otro muro.
Que no quede como insignia
de este siglo atormentado,
y que no quede grabado
en su rostro la ignominia.
Se ha trastocado la línea
por los dueños de la guerra,
se hiere a toda la Tierra,
se saja el derecho humano.
La paz extiende la mano
pero Putin se la cierra.
DdA, XXI/5.918
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