José Ignacio Fernández del Castro
«Estamos tan alejados de la naturaleza que creemos ser Dios. Esta siempre ha sido una suposición peligrosa.» Gerald "Gerry" Malcolm DURRELL: Two in the bush (1966).
La pérdida de diversidad biológica se ha convertido ya en una de las constantes ecológicas en nuestro planeta… Cada día desaparecen más y más especies y otras se sitúan en grave riesgo de desaparición (sin permitir un ritmo de “sustitución natural” por otras que aparecen o se consolidan)… Y, como resulta innegable que la biodiversidad es el mejor síntoma de riqueza natural (un bioma es indudablemente más rico cuanto mayor sea la diversidad biológica que atesora), debemos someter a análisis crítico las actividades humanas que, en su acelerada demanda de materias primas y energía, en su galopante acumulación de residuos biodestructores, la ponen en grave riesgo. En efecto, la relevancia de la biodiversidad no radica sólo (ni fundamentalmente) en sus aspectos ecológicos, sino también (y, acaso, sobre todo) en los económicos y científicos… Su propia dinámica evolutiva hace que “naturalmente” (en relación con el medio y sus cambios más o menos drásticos) estén desapareciendo de continuo unas especies y apareciendo otras; pero la actividad humana (desde las deforestaciones o la depredación abusiva hasta la contaminación específica o la emisión de gases que deriva en el calentamiento global) acelera drásticamente los cambios en numerosos hábitats hasta poner en grave riesgo los seres vivos que los pueblan (o algunos de ellos, al menos, con nefastas consecuencias en la cadena trófica correspondiente). Son, en suma, intervenciones humanas que cuestionan severamente la propia relación del ser humano con el resto de los seres vivos (tal y como ya señalaba, en 1855, Seattle, Jefe de las tribus suquamish y duwamish, e n su carta al presidente estadounidense Franklin Pierce ante la demanda de sus territorios que este le había hecho el año anterior, prometiendo crear una “reserva” para su pueblo) y, con ello, ponen en peligro su misma supervivencia…
Evidentemente, nuestra forma de vida sobre el planeta, ese sistema de desarrollo basado en la explotación y el consumo que despilfarra energía y acumula residuos, tiene mucho que ver en el asunto… Y ahora mismo, con Donald Trump y los amos del mundo jugando a ser los dioses de esta triste hora del planeta, como adolescentes bastante psicópatas que han sustituido los puños y los palos por el armamento (y el odio) más letal, la cosa se pone especialmente fea (las acciones y presupuestos de la nueva “ultraderecha ufana” en el poder anuncian no sólo drásticos recortes en partidas sociales públicas, cooperación y diplomacia –es decir, cuanto huela a políticas de equilibrio, consenso e igualdad en el interior y en el exterior-, sino también y muy especialmente la desaparición de todo impulso a políticas energéticas vinculadas a recursos alternativos y renovables y de cualquier atisbo de lucha contra el cambio climático, así como, en general, el desprecio y postergación de cualquier planteamiento ambientalista (lo que han dado en incluir en una supuesta “ideología woke”, vaciando el término de cualquier límite semántico mínimamente preciso) en favor de planes energéticos vinculados a las grandes transnacionales de los recursos fósiles y a una vuelta al desarrollo de la gran industria contaminante y a la producción armamentística. Lejos quedan las bienintencionadas propuestas suficientistas del economista alemán Ernst Friedrich, "Fritz", Schumacher en su Small Is Beautiful: A Study Of Economics As If People Mattered (1973) a las que respondiera furibundamente, desde un ambientalismo tecnoidealista, el economista inglés Wilfred Beckerman en su Small Is Stupid: Blowing the Whistle on the Greens (1995), cayendo, en realidad, en una absurda (y muy peligrosa) confianza en que la tecnología nos permitirá manejar la naturaleza como dioses omnipotentes. Pero esa controversia pone hoy de manifiesto que la resistencia/disidencia nuclear, aquí y ahora, pasa por armonizar colectivamente la posibilidad (y extensión) de una “buena vida humana” con el fomento de la diversidad biológica entendido como respeto a la naturaleza, de la que, inevitablemente, formamos parte. Porque es la hora de reconocernos como naturaleza defendiéndose.
DdA, XXI/5.918
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