viernes, 14 de febrero de 2025

LA CARNE DE CAÑÓN ANALFABETA DE LAS GUERRAS COLONIALES



Félix Población

Fui de los que hicieron su servicio militar en África -cuando existía esta obligación-, concretamente en la ciudad de Ceuta y, más exactamente, en el cuartel de artillería de costa del Monte Hacho, desde el que tenía como mejor distracción la vista del estrecho de Gibraltar. En cierto modo, por tanto, aunque de mi tiempo a finales de la dictadura al de los soldados que combatieron en las guerras coloniales media un abismo, me podría sentir lejanamente representado en ellos porque mi destino podría haber sido el suyo de nacer medio siglo antes.

"Mis dos abuelos hicieron la mili en la llamada guerra de África, como tantos y tantos españoles. Los parias, vamos. Porque quienes tenían dinero hacían la mili en la península. Contaba mi abuelo materno que había días que entraban tres veces en combate, lo que minaba sus fuerzas físicas y psicológicas. Mi abuela, su novia, aprendió a leer y escribir porque quería tener contacto con él. Mis abuelos y abuelas nacieron en el último decenio del siglo XIX. ¡Malditas guerras!".

Este es el comentario de quien ha tenido a bien recordar a sus abuelos con motivo de la fotografía que recoge la despedida que protagonizan  una madre y su hijo en el puerto de Valencia, cuando el joven está a punto de embarcar con destino a Melilla. Es de subrayar que para el fotógrafo fue más noticiable reflejar la despedida de la madre a su hijo que la de quien, por el bebé que lleva en los brazos, posiblemente fuera la esposa del soldado. 

He querido utilizar la hemeroteca para constatar el reflejo que esas muy cruentas guerras coloniales tuvieron en un periódico republicano de prestigio como lo era entonces El País, del que fue director Roberto Castrovido (1864-1941), cuyos artículos contra la Guerra de África fueron muy incisivos y persistentes. Lo que el citado diario glosa en las pocas líneas que podemos leer es el profundo descontento popular que existía España con el sistema de quintas, que liberaba a los jóvenes de las familias con recursos de combatir por la patria, teniendo que hacerlo quienes servían en los reemplazos del ejército por no disponer de dinero o no costear a un sustituto para no prestar el servicio militar establecido por las sucesivas Leyes de Quintas desde 1821 a 1896. 

Aunque con el comienzo de la la Guerra del Rif, la ley de 1912 durante el gobierno de Canalejas redujo la duración del servicio militar activo de seis a tres años y suprimió la sustitución y la redención en metálico, creó sin embargo la figura del soldado de cuota, que podía reducir el tiempo de servicio en filas a ocho meses mediante el pago de una cuota de 1.000 pesetas, o a cinco meses, pagando 2.000 pesetas. El soldado de cuota debía, además, disponer de recursos para sufragarse alojamiento y sustento fuera del cuartel. A cambio podían elegir destino y quedaban exentos de servir en África. 

Con lo dicho se quiere indicar que siguieron siendo los hijos de los pobres los que abastecían las filas del ejército con un balance espantoso de víctima mortales en aquellas guerras coloniales.  Si te toca te jodes / que te tienes que ir / que tu madre no tiene / para librarte a ti, cantaban aquellos desgraciados reclutas mientras en los periódicos que se leían en las confortables casas de la burguesía encomiaban la patriótica lucha del ejército español. 

No deja de ser consolador que, según el comentario de la comunicante que habla de sus dos abuelos combatientes en las guerras de África, una de sus abuelas haya aprendido a leer y escribir para comunicarse con su novio en la distancia. Sobre todo porque, además de morir por la patria de la que hacían ostentación los patrioteros de alcurnia y posibles, muchos de esos soldados no tuvieron siquiera el consuelo de escribir y leer cartas porque, además de carne de cañón, fueron analfabetos en una España en la que la mitad de la población masculina lo era, sin que esto afectara tampoco a las clases pudientes*.

*Todavía en mi tiempo de mili a finales de la dictadura había cierto número de reclutas analfabetos, a los que se les impartía clase por parte de sus compañeros con estudios de magisterio. Más de una carta escribí entonces a sus novias, con versos incluidos.

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DdA, XXI/5.910

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