Las circunstancias biográficas de uno y otro han querido que el azar histórico nos permitiera contrastar las personalidades antagónicas de Donald Trump y Pepe Mujica, presidente y expresidente de sus respectivos países, en dos momentos muy distintos. El primero, haciendo de fantoche todopoderoso, capaz de estrangular los derechos humanos, y el segundo en el último tramo de su sabia, humilde y ejemplar trayectoria vital. Por lo general se sabe que el mundo sería mejor con gente como Mujica al frente de las repúblicas, pero el expresidente uruguayo es una excepción en el mundo que tenemos. Sus palabras reconfortan aún más cuando se contrastan con las soflamas amenazadoras y neofascistas de Trump, aunque no deja de apenarnos el hecho de que, como José Mujica, se necesitarían unos cuantos jefes de estado y de gobierno que no se avizoran en el presente.
Roberto R. Aramayo
La entrevista a Pepe Mujica que nos
regala Evole supone una bocanada de aire fresco entre tanta insensatez. Ver al
expresidente de un país vivir en su pequeña granja sin lujos y acompañado de su
eterna pareja es la excepción que viene a confirmar una regla manifiestamente
mejorable. Cuesta concebir que tras pasar por la más alta magistratura de un
Estado alguien pueda seguir viviendo como lo hacía antes, porque no se ha
enriquecido ni ha cruzado ninguna puerta giratoria.
Una makilla hace honor a su
apellido de origen vasco y todo el mobiliario es tan modesto como acogedor. El
más rico es aquel que sabe prescindir de más cosas y no pierde su tiempo
coleccionando cosas absolutamente superfluas. Lucia, su mujer, cuenta con gracia
que visitan a su marido como si consultaran al oráculo de Delfos. Algo de
cierto hay en la broma, porque te pones a tomar notas mentales de sus adagios,
impresionado por semejante despliegue de sabiduría.
Pepe Mujica está luchando contra un
cáncer y el tratamiento le tiene bastante chafado. Pero mantiene su buen humor
y agradece que un tiroteo le dejará sin bazo ni medio pulmón, porque con ello
su corazón se desplazó para hacerse más grande y eso ha permitido que ahora le
pudieran aplicar mejor la radioterapia. Se lamenta de cómo se desperdicia
socialmente la vejez, aparcando en residencias a los mayores para que no
molesten, cuando lo suyo sería rentabilizar su experiencia, como se hacía con
los consejos de ancianos.
Homero nos habla de un personaje
tan ingenioso como Ulises,
pero con mayor sensatez por su avanzada edad. Se trata de Néstor. Mujica es
consciente de que su vida está dando los últimos coletazos, pero no piensa en
la muerte, aunque haya elegido el sitio de su jardín donde reposarán sus
cenizas y las de su mujer. Ambos tienes muy claro que no pisarán una residencia
y no abandonarán el que ha sido su hogar desde hace tantas décadas.
Da gusto escuchar sus reflexiones
acerca de cualquier tema vital o político y por un momento te imaginas que
pudiera haber más mandatarios como él. Sus lecturas autodidactas juveniles le
han sido de mucho provecho y le hacen mantener fructíferos diálogos consigo
mismo. Evita los baños de masas y la grandes concentraciones urbanas, pero
sigue atento a los grandes problemas de la humanidad en esta nueva época
dominada por la tecnología.
Su perfecto antagonista sería Donal
Trump, que hace gala de un despotismo nada ilustrado y harto
lustroso, basado en en una manipulación desinformativa donde imperan los bulos
y las contradicciones. Divide al mundo entre amigos y enemigos. El primer
colectivo viviría mejor eliminando al segundo. Entabla guerras comerciales para
desplegar un proteccionismo que puede perjudicar a sus presuntos beneficiarios
y cada día tiene una nueva ocurrencia.
Su última hazaña es recalificar el
territorio de Gaza para declararlo un lugar con alto potencial turístico que
podría reconstruir Estados Unidos para convertirlo en la Riviera de Oriente
Medio. Cree merece el Premio Nobel de la paz por ocuparse del pueblo palestino,
al que quiere desplazar masiva y forzosamente, para que no sigan expuestos a
los horrores de la guerra, como si fuera un pionero del Salvaje Oeste que
conquista tierras eliminando a sus pobladores autóctonos. Este despótico
neocolonialismo tiene tintes paternalistas y nos deja boquiabiertos.
Parece creer que sus caprichos tienen rango de ley
universal porque puede imponerlos con su bien pertrechado ejército. Se impone
un aislamiento internacional que impida desplazarse a su protegida ciudadanía,
para que no se contamine con los peligros del exterior. Los muros de sus
fronteras debían ser infranqueables en uno y otro sentido. Que no entrara o
saliera nada ni nadie. Mujica diría que debe negociarse, pero necesitaríamos
gente de su talla para llevar a buen puerto semejantes negociaciones.
DdA, XXI/5.902 NUEVA TRIBUNA
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