Ella no sabía qué estaba pasando.
Había nacido en el campo. Se había criado con varios peludos que algún tipo empleaba para cazar y, los perros, solo eran un complemento más de su funesta afición.
Le cortaron el rabo. La comida era escasa. "Mejor hambrientos para buscar la presa", razonaba el cafre.
A finales de octubre, las aguas arrasaron la caseta donde estaban presos.
La pequeña perrita sobrevivió a la riada.
Anduvo pérdida, alimentándose de piedras y barro.
Pasaron varios días hasta que alguien la recogió y una protectora pudo hacerse cargo de su recuperación. Tenía el intestino lleno de morralla.
Rasmia, que así se llama ahora la protagonista, llegó a mi vida cuando la pena me llegaba al cuello y amenazaba con ahogarme.
A cambio, me inunda de amor y de alegría.
Somos dos náufragas que se agarran a la vida.
Rasmia, mi peluda amiga. Ya has llegado a buen puerto. Nuestra casa es la tuya.
*Rasmia, empuje y tesón para acometer una empresa (RAE), en este caso la de sobrevivir a una catástrofe.
DdA, XXI/5.886
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