Félix Población
Lo primero que cabe resaltar del protagonista de esta fotografía, teniendo en cuenta además que data de 1949, diez años después de finalizada la cuarta y más atroz de las guerras civiles en nuestro país, es que el rostro de este barrendero de Sama de Langreo no parece que se corresponda con el de la profesión que ejerce.
No me parece el que podría tener un trabajador de la limpieza pública en aquellos años, sino el de alguien que realiza ese cometido por no tener otro de la cualificación que acaso le pudo corresponder anteriormente en su vida laboral, pues se trata de una persona de edad avanzada. Cabe la posibilidad de interpretar esta suposición porque, además de la edad, la expresión y rasgos de su rostro, el protagonista de la instantánea quiso incorporar a ésta la pipa, esa pipa en la boca que no resulta una característica propia de un barrendero fumador.
Por los años que se le presumen, este hombre tuvo que haber combatido en la guerra y muy probablemente -dada la zona geográfica en la que residía- en defensa del gobierno republicano. Puede incluso que, como consecuencia de este compromiso, en lugar de ocupar el trabajo que desempeñaba antes de 1936, sufriera las represalias al término del conflicto y figurase en las listas negras de expedientados entre los de su profesión.
Más veo al barrendero de Sama como maestro o escribiente que como operario de la limpieza. Me lo sugiere no sólo la pipa sino la conforme entereza de ese rostro y la dignidad con la que posa empuñando una escoba, como si quisiera dotar también a tan modesta herramienta de una prestancia honrosa, a pesar de ser la de barrendero la profesión a la que se destinaba al alumnado masculino menos aplicado o inteligente durante el nacional-catolicismo. Ahí está el hombre, apostado delante de su carro, calzado con madreñas y vestido con el modesto atuendo del oficio, al que probablemente añadió una gastada chaqueta personal de pana para abrigarse de la humedad de la intemperie.
Si esta suposición no fuera cierta y el barrendero de Sama fuera realmente un barrendero antes y después del 36 que se ocupaba diligentemente de su oficio, barriendo en la posguerra las calles y plazas de la localidad asturiana para aliviar con un sueldo precario las muchas penurias de la época, no dejaría de ser menos digna la actitud con la que el fotógrafo lo ha dejado estampado con su cámara.
Su imagen sintoniza con la de otros muchos trabajadores de calle que se colaban azarosamente en un segundo plano en las fotografías que se hacían nuestros padres y abuelos en la ciudad y a las que luego, a fuerza de verlos en los álbumes familiares, hacíamos un poco nuestros en la niñez, formando parte del paisaje humano de aquellos tiempos oscuros que siempre nos parecían antiguos y nublados como el de la fotografía del barrendero de Sama de Langreo.
DdA, XXI/5.881
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