jueves, 23 de enero de 2025

DOCE MILLONES DE ABUELOS JUGANDO AL FÚTBOL SIN BALÓN

 


Valentín Martín

-A mí no me jodas, Paquito, tú no eres hijo de tu padre.
Eso le dijo a Paquito la Loli cuando Paquito entró con los demás niños en casa de la Loli a beber agua después de jugar mucho al fútbol sin balón en El Altozano.
Paquito había ido a un pueblo cercano con todos el día anterior. Buscaron a los niños y les dijeron:
- Venimos a desafiaros.
- ¿A qué?
- Al fútbol.
Los niños del pueblo cercano llamaron al sacristán, y juntos se fueron a las eras. Allí se jugó. El sacristán era viejo, pero nunca había visto nadie a un jugador- entrenador como él. Paquito y los suyos recibieron una tunda de época.
Al regresar al pueblo, Paquito estaba tristón, pero el caporal del grupo habló:
- Hay que entrenar más.
- Pero si no tenemos balón.
- Pues entrenamos sin balón, nos falta condición física.
Cuando nació Paquito hubo murmuraciones. El niño parecía distinto. La madre de Paquito se había ido durante una temporada a un país lejano con su grupo de mujeres TSNR.
Y las murmuraciones volvieron cuando llegó al pueblo como párroco un joven congoleño, producto del Domund y de la falta de vocaciones. Paquito tenía los mismos andares que el joven párroco del lejano país. A los dos les dabas una vara y se iban a Sevilla a ver los toros.
Un día el joven párroco se marchó del pueblo. Era un párroco becario y no le renovaron el contrato. Tomó el relevo una monja. Y cuando la monja perdió la vocación y se fue con un mercero, su lugar lo ocupó una feligresa apasionada por el gregoriano. Pueblo que canta espanta sus males, se dijeron las mujeres. Y cada domingo se reunían para cantar en la iglesia con la feligresa apasionada al gregoriano.
El padre de Paquito era temporero. Y un día no volvió a casa después de meses de trabajo en tierra extraña.
- Espero que cuando este vuelva no me vega llamando Maitechumía.
Eso dijo la Loli que no pareció acusar demasiado la ausencia del marido.
Tampoco se supo nada de uno de los abuelos. Se decía que estaba encerrado en su casa escribiendo libros que nadie publicaba, y otras tontás. La verdad es que aquel abuelo andaba enfermo de estupor. No podía creer lo que veía a su alrededor. Todos los suyos, o los que creyó suyos, ofreciendo su cabeza a unos señores que lo único que pretendían era la vara de mando para hacerse más ricos a costa de hacer más pobres a los demás. El abuelo del que nunca más se supo, después de este desatino, sólo sabe que no sabe nada, como dice el refranero mundial.
Desde su ventana ve a 12 millones de abuelos jugando al fútbol sin balón.
Y se compadece de Paquito.

DdA, XXI/5.889

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