sábado, 28 de diciembre de 2024

GRITOS CON CITA Y GLOSA (VI): MÁS ALLÁ DEL OSTRACISMO, LOS LÁPICES SIGUEN ESCRIBIENDO


«—Sí;... yo maté a mi hijo. Lo maté y lo tiré por este vertedero.
¡Lo maté a traición!... ¡Me deshice de él tirándolo por aquí!. ¡Lo ví caer...!
—¿Pero, qué dices?... ¡Eso es mentira!. ¡Mentira!. ¡No lo crean!. ¡Tú no has matado a nadie!.
—¡Lo maté, Ivón, lo maté!... ¡Y tengo las manos llenas de sangre!.
—¡No!... ¡Diles la verdad!. ¡Dila, Hugo!.
¡No le hagan caso!... ¡Está loco!... ¡Su hijo no ha existido nunca!... ¡Fue todo un engaño!... ¡Hasta yo misma lo creí!.
—¡Lo maté!... ¡Maldita sea!. ¿Qué importa que no existiera?... ¡Yo soy un asesino!.
—¡No lo crean, por Dios se lo pido!... ¡No existió nunca ese hijo!... ¡Yo tengo pruebas!... ¡Tengo el disco!. ¡Yo misma lo impresioné!... ¡Cállate!. ¡Diles la verdad!. ¡Dila, Hugo!. ¡Dila!. ¡Dila!.»
Carlos BLANCO HERNÁNDEZ: Diálogo entre Hugo e Ivón, ante el comisario y el inspector de policía, con el que acaba el guion de  Los peces rojos (1955)rodada en Gijón por José Antonio Nieves Conde.

José Ignacio Fernández del Castro

Carlos Blanco (Gijón, 11 de marzo de 1917 - Madrid, 1 de septiembre de 2013) fue un gijonés de película... Siendo uno de los más eminentes guionistas hispanos, sería preterido por unos, debido a su juvenil adscripción republicana, y por otros, dada su colaboración con los directores identificados con el bando golpista (Juan de Orduña, José Luís Sáenz de Heredia o José Antonio Nieves Conde; aunque también lo hiciera con Francisco Rovira Beleta o el mexicano Roberto Gavaldón). Fue pues, como su Hugo cinematográfico, un ejemplo de los lastres que la realidad impone a la ficción (y viceversa)...Un excelente creador de ficciones arrinconado por su voluntad de ser, por su forma de entender el mundo y la necesidad sobrevivir en tiempos hostiles.
¿Quién puede afirmar, con un mínimo de sinceridad, que no se ha visto nunca en la obligación de asesinar (o, al menos, de dejar moriruna parte de su esencia mediante la renuncia a las propias expectativas, a los sueños más queridos, a los más íntimos anhelos, a las mejores esperanzas?...
En realidad, toda vida no es más que una sucesión de deserciones y desistimientos, la historia de mil ilusiones traicionadas y/u olvidadas, el relato cansino de un suicidio íntimo y gradual, pero constante.
Así lo muestra, por ejemplo, el largo silencio de Carlos Blanco (¡treinta y cuatro años desde Hierba salvaje, su último guion llevado a la pantalla por Luís María Delgado en 1979!), condenado sin juicio al ostracismo, pese a algunos inéditos de título más que sugerente (Madrid, nido de víborasInforme secreto sobre la muerte de una carpinteroUna víbora en el bolsillo; o La Loca y el Pavo Real)... Con algunas compensaciones postreras, eso sí, como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, la Espiga de Oro al Mérito en la Seminci o el Reconocimiento de la Academia en el Centenario del Cine. Pero esa pena sin causa podría llevar a un patético desgarro criminal como el del Hugo interpretado por Arturo de Córdova, que ve como se ha visto irrevocablemente condenado a asesinar su mejor creación literaria, su personaje de ficción de mayor éxito práctico... Lo único, en fin, que aún podía dar fe de la valía de su ser.
Porque, a fin de cuentas, ¿qué somos sin nuestras expectativas, sueños, anhelos y esperanzas?. Acaso sólo efímeros destellos mercenarios, como las luces navideñas. Frente a ellas, los lápices (herederos del de Carlos Blanco) siguen (y seguirán) escribiendo.

DdA, XX/5.865

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