Félix Población
Iba a escribir algo largo y exhaustivo sobre la comparecencia del presidente de la Generalitat hace unos días, cuando ya se tiene un balance más o menos concreto de las muertes y los lugares en donde se produjeron a consecuencia de la riada que sufrieron algunas localidades de la provincia de Valencia. Pero no creo que sea necesario diseccionar las contradicciones y mentiras de tal discurso. Me parece que salvo aquellas personas que anteponen su partidismo sectario a las evidencias, la mayoría de la ciudadanía de aquella comunidad autónoma tendrá claro que Carlos Mazón no debería seguir al frente de un gobierno que no supo prevenir ni gestionar el mayor desastre natural que ha sufrido aquella provincia en su historia. Da auténtico bochorno comprobar hasta qué punto la máxima autoridad civil de un territorio asolado por la tragedia y máximo responsable de no haber actuado con la diligencia requerida, enreda la madeja de las falacias con un montón de folios para obedecer al jefe de su partido, igualmente mendaz a la hora de tratar de responsabilizar -nada menos que ante Europa- a una ministra del gobierno central de la ineficacia y negligencia de su compañero de partido. No hay palabras para justificar el proceder de Mazón con su discurso vacuo y falsario. Lo peor es que, de políticos como él, los que hubo y los que vengan, se va resintiendo cada vez más la política, mientras los políticos que han desempeñado su trabajo con honradez, con sus errores y sus aciertos, optan por retirarse de la política activa, antes, ahora y me temo que siempre.
DE HÉROES Y RATAS
Manuel Vicent
Apenas llovía en Valencia aquella tarde del 14 de octubre de 1957, pero las trombas de agua llegaron de madrugada desde las cabeceras del Turia, donde no había cesado de caer un persistente aguacero. La riada desbordó los puentes y después de llevarse hasta el mar la vida que había en el cauce del río, enseres, personas y animales, dejó anegadas las calles de la ciudad vieja bajo dos metros de agua y barro. Como siempre sucede en cualquier tragedia hubo ciudadanos que se comportaron como héroes y otros como ratas. Franco no se acercó a Valencia hasta el 24 de octubre, pasados 10 días de la catástrofe, cuando el lodo ya se había secado, para ser obligatoriamente aclamado, aunque las primeras ayudas no llegaron hasta ocho meses después. El alcalde Tomás Trénor fue destituido de modo fulminante solo por haber insinuado ante el pleno que los valencianos se sentían abandonados, y al periódico Las Provincias le cortaron el suministro de papel porque su director, Martín Domínguez, que hubo de dimitir, había escrito: “Si no hablan los políticos hablarán las piedras”. Los muertos, el barro y la desolación tardaron mucho en olvidarse. A partir de aquella inundación el tiempo en Valencia se dividió en antes y en después de la riada. El lanzamiento del Sputnik soviético, el estreno de El último cuplé, Gilda, el bayón de Ana, el gol de Zarra, ah, eso fue antes de la riada; la venida de Eisenhower a España, el garrote que le dieron a la envenenadora, la retirada de Puchades, ah, eso fue después de la riada. Cuando pasen los años también esta dana mortífera de 2024 partirá en dos la memoria de los valencianos, y la rueda de la vida con los amores, viajes, negocios y proyectos habrá sucedido antes o después de la dana. Y en medio de la tragedia, como sucedió con la riada de 1957, se recordará que hubo ciudadanos que se comportaron como héroes y un presidente de la Comunidad que estaba de larga sobremesa mientras muchos de sus queridos paisanos se ahogaban.
DdA, XX/5.826 El País
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