sábado, 23 de noviembre de 2024

LAVAPIÉS, TURISMO, PIJOS "ALTERNATIVOS" Y LA RABIA DEL QUE DEJA LO QUE AMA



David M. Rivas

Siempre que vuelvo a Madrid paseo por Lavapiés, el barrio en el que viví, aunque cinco meses al año, durante cuatro décadas. La situación de la vivienda es terrible, todo está orientado al turismo y a los pijos "alternativos". Pero todavía algunos vecinos resisten. En la calle San Ildefonso, en un edificio de 120 años, los vecinos, que pagan entre 500 y 900 euros, se enteran de que pasan a ser propiedad de un fondo de inversión. Se trata de 24 familias. Aprovechando los resquicios de la ley, buscan nuevos vecinos para convertirse en una cooperativa de vivienda en cesión. Y, tomando una copa en el bar de barrio al que siempre iba, el Amanda, llevado por una familia de portugueses, leo un artículo de Alejandro Flórez-Estrada en el periódico del barrio. Reproduciré algunos párrafos. "Hoy quiero recordar a quienes no merecen el olvido, a esos viejos vecinos batalladores que van cayendo, que mueren ya muy mayores en el mismo sitio donde vivieron (...) Gente que siente de verdad el barrio y que expresa un deseo irrenunciable: morir tranquilamente en su casa y no en ningún destierro (...) Los ausentes eran vecinos inquebrantables, expertos en adaptarse a mil dificultades, incluso cuando parecía que nada valía la pena. Pero resistieron y se erigieron en el alma de este inclasificable rincón de las entrañas de Madrid (...) Era orgullo vecinal lo que sentían estos vecinos tan singulares (...) Seres coherentes, irremplazables, que ni siquiera en los peores momentos estuvieron tentados de rendirse y permitir que el barrio agonizara. ¿Qué tal si siguiéramos su ejemplo?" Yo conocí hasta el final, en mi propio edificio de la calle Argumosa, a Paco y Carmina. Como no había ascensor iban a la compra cuando sabían que yo estaba en casa porque los ayudaba a subir las bolsas. Cuando me jubilé y vendí la casa, Carmina, que tendría más de noventa años y con Paco muerto, me regaló una vieja medalla de oro de la Virgen de la Paloma que guardo con enorme cariño. Ella había nacido en esa casa, en esa. Conocí a otros muchos en el ateneo y en la asociación de vecinos. Aprendí mucho con ellos. Y me gustaría que su vida y mi experiencia sirviera a otros, empezando por la Cimavilla de mi abuelo Manolo, en Xixón, donde veo la misma degradación y la misma vergüenza y rabia del que, como cantaba Labordeta, abandona lo que ama.

DdA, XX/5.831

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