lunes, 18 de noviembre de 2024

DEL APRETÓN DE MANOS QUE VALÍA TODO A LA PALABRA QUE NO VALE NADA

 


Sin duda alguna, la articulista que firma lo que sigue es una de las mejores periodistas con las que cuenta Diario de León, a la que algunos desearíamos como directora del periódico, si este cargo no comportase servidumbres  a las que posiblemente Ana Gaitero no quiera rendirse. "Hemos pasado de lo manual y sólido a lo cibernético y líquido. De un mundo en el que un trato se firmaba con un apretón de manos, la conrobla de los ganaderos, a otro en el que la palabra no vale nada. El verbo, en la era de la desinformación, se vacía de contenido en horas y horas de verborrea como la que soltó Carlos Mazón, para decir que todos, menos él, tenían la culpa de todo lo que pasó en la dana. O en hilos de odio en X". Formidable artículo, por pesimista que nos pueda parecer.

Ana Gaitero

Pertenezco a una de las últimas generaciones que ha vivido entre dos mundos radicalmente distintos. Hemos conocido la España rural sin agua corriente, ni tele ni frigoríficos ni lavadoras ni aceras, ni calles asfaltadas. Hemos crecido en economías familiares de surco y gocho, de corral y de ubres. Donde se estrenaba vestido una vez al año y los zapatos se heredaban de hermano a hermano. De veranos sin playa y trilla en la era, de cántaros para llevar a casa el agua fresca y orzas de barro para conservar lomos y costillas en aceite. De leche recogida al atardecer en un hervidor y queso hecho en casa con cinchos de esparto, de juguetes inventados y cuentos sin escribir. Crecimos en un mundo hecho a mano mientras el primer ser humano pisaba la Luna y los estudiantes sacaban sus sueños de debajo de los adoquines de las calles de París o los bailaban, dulces sueños de juventud, con los vinilos que traían la música de The Beatles o The Rolling Stones. Un universo local que aún pervive en las manos de artesanos y artesanas como los que retrataron Miguel Sánchez y Puri Lozano en la exposición fotográfica ‘Entre manos’, de la que queda constancia en un libro del mismo título.

Hemos pasado de lo manual y sólido a lo cibernético y líquido. De un mundo en el que un trato se firmaba con un apretón de manos, la conrobla de los ganaderos, a otro en el que la palabra no vale nada. El verbo, en la era de la desinformación, se vacía de contenido en horas y horas de verborrea como la que soltó Carlos Mazón, para decir que todos, menos él, tenían la culpa de todo lo que pasó en la dana. O en hilos de odio en X.

La falta de contacto con la tierra, con el aire que respiramos, con la raíz de la vida, con el mismo nombre de las cosas, mientras nos inundan de anglicismos, tiene mucho que ver con la pérdida de percepción de la realidad de sociedades que han llegado a ser manipuladas hasta el punto de votar contra sí mismas. Gritamos que solo el pueblo salva al pueblo, pero dejamos al pueblo en manos de Millei en Argentina, de Trump en Estados Unidos, de Putin en Rusia, de Netanyahu en Israel... Líderes que prometen hacer sufrir a la gente, especialmente a la más vulnerable, salen elegidos en las urnas mediante un perverso proceso de enajenación. La democracia convertida en distopía de la autocracia y el nepotismo. La gente no siente que los servicios públicos sean suyos y nadie quiere pagarlos. Y cuando llega el desastre solo los servicios públicos salvan a la gente. Podemos seguir con los dedos pegados a una pantalla, pero no progresaremos si no volvemos la mirada y las manos a la tierra. Podemos seguir conquistando la Luna y los otros planetas, pero perderemos el único en el que la vida humana está adaptada desde hace miles de años. Pertenezco a una generación a la que le contaron que aquel mundo era feo e inservible. A la que le borraron hasta las palabras. Ahora sabemos que el progreso hay que descubrirlo debajo de las mentiras. Ahora sé que mis primeros zapatos de tacón fueron unas galochas y siento orgullo.

DdA, XX/5.826

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